El Toro de la Vega ha reabierto, en este principio de curso, el debate sobre las corridas y espectáculos de toros. Exento ahora el tema de polémica sobre españolidad me posiciono contándome, sin bilis, entre los no taurinos.

Sinceramente me alegran los avances sociales que poco a poco se van apoderando de nuestra forma de pensar remodelándonos, rehaciéndonos o simplemente ayudándonos a crecer. La idiosincrasia no es un cheque en blanco, por esa regla de tres cualquier tradición sería respetable e intocable y sabemos muy bien que nosotros nos oponemos -y pienso que con razón- a muchas de esas formas de violencia disfrazadas de tradición. Se nos nota el enojo de modo especial cuando esas tradiciones forman parte de otras culturas: ablaciones de clítoris, matrimonios concertados desde la infancia, prostitución sagrada, poligamia, lapidación de adúlteras… etc.

En nuestra cultura se ha dado y se da ahora continuamente el cambio de sensibilidad necesario para que la historia avance en positivo. Así hoy aceptamos el divorcio anteriormente prohibido, y ese paso, dado en firme, ha supuesto algún abuso pero mucho más el fin de un mal que como sociedad no aparecíamos dispuestos a tolerar: el de unas vidas sometidas al sufrimiento salvaguardando la apariencia. La aceptación de la homosexualidad sería otro ejemplo reciente y seguro que no el único, también la denuncia de la violencia de género formaría parte de ese elenco. Repito, en todo puede haber abuso, pero lo lógico y normal es el buen uso de esos nuevos derechos por parte de antiguos sometidos.

La cosa viene de muy lejos, seguro que en algún momento el derecho de pernada apareció en nuestra tierra como algo cultural, lógico y tradicional. Eso por no hablar de los esclavos, o los sueldos de miseria pagados a jornaleros esclavizados por el hambre y unos excesivos derechos del poderoso, que anuló durante siglos los del pobre. Las revoluciones han surgido del hambre, poca broma con el tema, hay demasiada lágrima derramada y demasiada boca hambrienta todavía.

Aquí en Mallorca el antisemitismo se ha mantenido casi hasta nuestros días, si por mantener las tradiciones no retocáramos el porvenir todavía estarían de moda las hogueras de la Santa Inquisición, tan tradicional y tan nuestra ella, como una señora grande y poderosa, aunque cargada de mala leche en vez de perlas.

La sensibilidad actual trabaja desde hace años el tema de la ecología con el fin de reestructurar la economía. Ambas palabras, ecología y economía, tienen la misma raíz griega oikos que significa casa, una, la ecología, habla del pensamiento logos sobre la casa común: el medio, la naturaleza y su relación con las sociedades. La otra también habla de la casa y de la forma de llevar a término lo que el pensamiento nos dictó convirtiéndolo en objetivos aplicables nomos significa norma. Repito ecología y economía son las dos columnas sobre las que se sustenta la posibilidad de futuro de nuestro ser.

Tanto la ecología como la economía han variado a lo largo de los siglos, más aún, cabe afirmar sin temor que mutan constantemente. Supongo que el ideal apunta al equilibrio entre ambas columnas para no desnivelar el edificio común, la casa, el oikos. Una economía que olvide la ecología destruirá bosques y arrasará mares; si no hay freno la pervivencia humana se pone seriamente en riesgo. Si la ecología no se apoya en la economía resulta que la conclusión es también el exterminio humano, un hombre desnudo y sin casa difícilmente sobrevive más allá de unas horas incluso en el benévolo invierno mediterráneo, la hipotermia acabaría con él. Ambas columnas son necesarias, tanto el índice Dow Jones como Greenpeace tienen su papel, ambos soportes se necesitan el uno al otro para mantenerse en pié. Curiosa ligazón ¿verdad?.

Cuando yo era niño ir al monte era una cosa casi extraordinaria, daba un poco la sensación que sentíamos una cierta vergüenza ante lo natural. La gente de los pueblos compraba pisitos en las capitales y en más de un caso se vendieron magníficas casonas para costear la vivienda de la urbe. Incluso en la forma de hablar se reconocía a los de pueblo, y los de ciudad aparecían dijéramos que… como más civilizados. Todo era mentira claro, el tiempo ha venido a demostrar que si algo debe ser preservado es la naturaleza y las formas de vida de los pueblos, tal vez menguadas en avances tecnológicos, pero muy avanzadas en humanidad. Ahora la gente vende los pisos y quieren salir de las ciudades, seguramente tampoco atinamos en eso, nos desenfocamos con facilidad. No hay que salir de la ciudad, hay que trabajar para humanizarla.

En aquella extrañeza que sentíamos por lo natural -mucho más en las ciudades- se alimentaban mitos y leyendas en los que la naturaleza aparecía muy poco domesticada. Así incluso la literatura infantil hablaba, en cuentos, de lobos feroces o monstruos temibles que de hecho existen, pero con poco peligro real para los humanos. La conciencia ha progresado y el hombre no se siente ahora amenazado por lo natural, antes al contrario nuestros temores se centran en la destrucción que nosotros podemos provocar en la naturaleza. Curioso cambio.

Actualmente hemos aprendido a mirar con nuevos ojos el medio natural, cierto que debemos aprender muchísimo más todavía, por ejemplo protegiendo a multitud de animales de su domesticación. Lo de los perros en los pisos es muchas veces una barbaridad, pero lo de tener una pitón, una iguana o un hurón muestra ya un punto escapado de perversión ecológica que pretende domesticar lo que debiera ser indómito… debemos aprender. En el transcurso de ese aprendizaje debe ir abriéndose camino, con paso firme, la renuncia de la violencia humana sobre los animales. En cuentos tradicionales mallorquines en los que se habla de princesas enfermas de melancolía, se relata como se las pretendía hacer reír prendiendo fuego a la cola de mustélidos. Hoy sería impensable que eso hiciera reír a nadie en su sano juicio, por cierto, en el cuento la princesa tampoco reía.

Por eso estoy por la abolición de los toros. Mejor aún, me muestro partidario de seguir trabajando sensibilidades, ya que soy poco partidario de prohibiciones. En este tema del amor por los animales vamos incluso mejor que en el del amor por las personas. Bueno, algo es algo, el tema animal parece ir bien, alegrémonos y esperemos. Como ya he dicho no me gusta prohibir, prefiero pensar que en un futuro cercano nadie lanceará un toro invocando la tradición, por la misma razón me encantaría que se cerraran los zoológicos y a la par las urbanizaciones ilegales se demolieran sin tardanza, cada cual en su medio. Necesitamos ecologistas y economistas, lo que no parece que necesitemos a estas alturas es castigar gratuitamente con nuestra crueldad a un animal.