Entre las muchas bobadas que escucho hay una que últimamente parece haberse puesto de moda entre mis amigos referida a la opción de bautizar o no a sus hijos. Argumentan que el bautismo, siendo como es el primer sacramento de la iniciación cristiana, insiere al bautizado en el seno de la Iglesia de forma inmediata. Añaden pues que, siendo esta una decisión importante, prefieren posponerla hasta un libre ejercicio responsable de sus retoños, lógicamente cuando estos tengan ya capacidad de raciocinio y para nada en la infancia. ¡Que se bauticen ellos cuando sepan lo que quieren!

Esos mismos amigos, curioso el tema, no tienen ningún problema ni manifiestan inquietud alguna al enseñar a su hijo la lengua que ellos hablan y conocen; ni rastro de escepticismo al matricularlos en guarderías, colegios o institutos; ni asomo de duda al inclinar a su hijo al seguimiento del equipo de fútbol familiar o hacia un determinado color político. En definitiva, parece que la manía, el temor, la duda, surjan solo referidas al hecho de la incorporación a la Iglesia. Que cosas ¿verdad?

Se me antoja simpática una hipótesis, extraña aunque posible, en la que al crecer el hijo, adolescente rebelde como todos, manifestara a sus modernos y liberales progenitores su decepción para con ellos, y expusiera en tono de reproche su preferencia por la cultura inglesa, y su desprecio manifiesto hacia la cultura en la que sus padres lo han injertado sin su previo consentimiento ni lugar a distinta opción.

  • Pero, ¿cómo os atrevisteis a enseñarme a hablar en castellano y catalán? ¿Acaso no debíais esperar a que yo mismo decidiera qué lengua es mi preferida para expresarme?

  • Hijo nosotros pensamos…

  • Y eso por no hablar de la comida, ¡me da asco esa pata de cerdo seca cortada en laminas finísimas como para analizar al microscopio la momia de Tutankamon!

  • Querido, no te estarás refiriendo al jamón ¿verdad?

  • Pues sí ¡coño! no me gusta el jamón ni la tortilla de patatas, tampoco la papilla de cereales que me disteis de pequeño con sabor a frutas, ¿sabéis que por culpa de la puta papilla tengo un trauma? con aquellas fresitas que me miraban desde el dibujo del envase y que en nada se parecían al contenido, ¡me habéis educado en la mentira!.

  • Pero hijo nosotros te queremos…

  • Si de verdad me hubierais querido no me habríais matriculado en el colegio, ¿sabéis cuanto lloré después de dejarme a cargo de aquella señorita desconocida que además tenía halitosis? Y no un día ni dos, ¡de eso nada monada!, hasta lo dieciséis años que estuvisteis jorobándome con lo del cole, ¡que coñazo!

  • Pero hijo, todo el mundo lo hace, de hecho es obligatorio…

  • ¿Obligatorio? Para mí lo obligatorio hubiera sido que me enseñaran a cazar ciervos o zorros montado a caballo, que me enseñarais a hablar inglés y que de hecho me educarais en la cultura del roast beef , beans on toast y fish and chips. ¡Que morro tuvisteis caramba! ahora resulta que apruebo inglés a duras penas… con lo que me hubiera gustado chapurrear el catalán en la intimidad y hablar en público un inglés fluido, ¡que mal lo habéis hecho!

Bien queridos, ¿que le contestamos?… ¡ay!, difícil el tema de la educación ¿no?

pero claro, asumimos que forma parte de la dificultad general y por eso lo aceptamos, en cambio lo de la Iglesia parece formar parte de una inquietud particular cada vez más acotada al ámbito privado y por tanto algo íntimo y sin consecuencias en la vida real, ¿no es eso? Sí, es eso, hemos marginado la religión hasta convertirla en algo arrinconado. Vaya, vaya.

La cosa me fastidia porque lo de no bautizar al crío no deja de ser -aunque parezca lo contrario- una imposición de los padres. Los padres dejaron de creer a fuerza de negar su capacidad de trascendencia. El rezo desapareció porque empezamos a avergonzarnos de nuestra historia y sentimos que debíamos cambiarla pasando una goma de borrar por encima de todo aquello que oliera a sagrado. De ahí ha surgido un pensamiento desacralizado y por tanto inhumano. ¿no estas de acuerdo? Bien, vayamos entonces por partes y aceptemos, porque no cabe otra, que los enterramientos en postura fetal en cuevas prehistóricas; la construcción de monumentos megalíticos; las pirámides de Egipto o México son manifestaciones de la trascendencia implícita en nuestra humanidad, ¿de acuerdo en eso? espero que sí porque, como ya te he dicho, no cabe otra.

Comento esas formas antiguas para que ningún soplagaitas rebotado argumente a estas alturas que la religión es algo impuesto. No queridos, la religión, la abertura al Trascendente y al Misterio forman parte de la antropología más fundamental; los enterramientos rituales se realizaban ya por los hombres primitivos de religión animista o natural, religiones muy anteriores a la Iglesia y que nada tienen que ver con ella ni con Cristo que la fundó, y sin embargo son religiones de las que hay constancia, ¿vale?. Bien sigamos.

La continuidad posterior de la vivencia religiosa (ya en religiones concretas) ha sido un hecho innegable e ininterrumpido en la historia hasta casi nuestros días. La interrupción del hecho religioso en nuestra cultura ha supuesto un estrepitoso fracaso al querer construir un hombre pregonado como más libre pero de hecho menos humano ya que al amputarle su trascendencia le hemos negado una parte importante de su humanidad. ¿Es eso un éxito? Claro, ya sé, ahora me diréis de la Iglesia y su pecado que yo tampoco niego. Os responderé que incluso con pecado la iglesia ha vertebrado el ansia del hombre en su búsqueda eterna de Dios. Además, ¡que caramba! ¿Afirmarás sin mentir que jamás has sentido un momento trascendente? ¿Te mantendrías firme en la afirmación que la historia sin Dios que queremos contar a nuestros hijos es de verdad la historia de la humanidad?

Negar la relación Dios-hombre supone negar al hombre la divinidad implícita en su humanidad, la negación del concepto criatura-Creador aboca al hombre a un vacío inhumano, puesto que lo humano, como ya he expuesto, lo constituye la pregunta abierta sobre la existencia de Dios que explique, entre otras cosas, mi contingencia: una razón sobre el porque estoy aquí si de hecho podría no estar. Pregunta antigua, formulada desde que el hombre es hombre.

Repito, la religión no es un invento ni una imposición, conforma la esencia misma del ser hombre.

Bien, dicho esto que cada cual ofrezca a los suyos lo que mejor considere, seguiré pensando de cualquier modo que la transmisión de la fe, y en nuestro caso de la fe Católica forma parte del deber inalienable de los padres hacia sus hijos, y por tanto continuaré insistiendo en que es una inmensa sandez la negación de esa trasmisión.

¿Qué responderá el padre cuando el hijo señalando hacia el campanario más cercano pregunte sobre ese edificio?. Quiero pensar que el padre sabrá responder mejor a esa pregunta que a la que el hijo pueda formularle acerca de la cultura maya, aunque quizá resulte que sí, que el padre es un maya convencido viviendo en pleno corazón de Mallorca, vaya usted a saber ¡cosas más raras se han visto!

Yo a estas alturas, y viendo el inmenso caos en el que se nos quiere sepultar desde un laicismo cada vez más beligerante y radical, seguiré confirmando mi fe en la de mis ancestros. Continuaré, además, siendo capaz de perdonar a los que me ofenden, cosa que desde la otra parte parece cada vez más difícil por no formar parte, ese perdón, de ningún credo laico. ¡Feo el tema!

Venga, no nos enfademos demasiado pero advertidos quedáis, enseñad lo que os plazca, nadie conjurará el peligro de que vuestro hijo os demande algún día no haberle ofrecido la posibilidad de… ser inglés.

N.B. Agradezco a Joana Karmany el argumento de este artículo, puesto que es suyo me parece de justicia mentarla. Gracias amiga.