Con dolor y una repugnancia extrema leo la noticia, que aparece estos días, en la que una madre adoptiva deja en estado vegetativo a su hijo de seis años por presuntos malos tratos, que vamos, lo de presuntos es por aquella necesidad que uno tiene de ponerlo, con semejante ganado uno nunca puede estar seguro de cosecharse alguna denuncia y no es plan, sobretodo si se escribe por el gusto de hacerlo y nada más.

Varias cosas llaman inmediatamente mi atención, la primera la constituye el hecho de que el niño sea adoptado. O sea, que esta señora con su señor deciden, sí o sí, que quieren tener el hijo que la naturaleza les niega. Supongo que en su fuero interno, viendo como veo su forma de actuar, pensarían tener derecho a un hijo, es esta una estupidez que muchas, muchísimas veces he escuchado.

Ya para empezar mal vamos, uno no tiene ningún derecho a tener un hijo si la naturaleza no se lo concede ¿queda claro? Supongo que sí porque lo contrario supone que la vida humana se convierta en objeto de intercambio, compraventa o regalo, es decir en un puro objeto mercantil. Nadie puede decir, ni debe: tengo derecho a que me den un niño. Ese derecho no existe aunque a veces prostituyendo toda norma ética o moral asistamos a la compraventa de seres humanos, siempre, huelga decirlo, de forma ilegal.

Sigamos. Quien sí tiene derecho, todo el derecho del mundo es el niño. Un niño tiene derecho a tener quien cuide de él. Y ya ves tú, quien debería haber cuidado a esa criatura en virtud del derecho que tenia a ser cuidada y amada es quien presuntamente le ha arrancado la salud, la consciencia, el ser persona. La madre no tenía ni tiene ningún derecho a un hijo adoptivo, el niño sí que tenia derecho a una madre. Dios mío ¡que corrupción más brutal! Quien se comprometió a dar amor, dio, al parecer, palizas preñadas de odio hasta romper de forma irreversible el cerebro de esa criatura que a estas horas, presumo, debe encontrarse en una inconsciencia etérea, en un limbo de cualquier modo más soportable que la consciencia de verse conviviendo diariamente con sus verdugos, con sus torturadores.

Parece ser que esos canallas consideraron al niño como un objeto de su propiedad, una especie de saco de arena en el que podían descargar los puñetazos tremendos de sus odios y frustraciones, de su imbecilidad manifiesta y su maldad intrínseca. Puede incluso que negaran un juguete a ese chiquitín por considerar que el juguete era él, y a tal extremo lo usaron y abusaron, de forma inmisericorde, que rompieron al niño del mismo modo en que un niño rompe en ocasiones un juguete.

Comentan, lo cual me pone los pelos como escarpias, que el niño no les gustaba, era patoso, no se hacía con los demás… no era el niño de sus sueños. No estaba “fabricado” a la medida de su obscena inhumanidad.

La cosa es clara, esta pareja de presuntos canallas, no solo creían tener derecho a un niño, es que además querían que el niño se les ajustara; que fuera un crío hecho a su gusto, como quien va a un sastre y encarga una prenda de talla exacta, adaptada al cuerpo con precisión.

Añade el padre adoptivo, en el colmo del horror o de la idiotez más exagerada, que no sabía nada de los malos tratos, y es en ese punto donde uno se pregunta que tipo de relación mantenía ese hombre con el niño: ¿Hablaba con él? ¿Jugaban juntos? ¿Compartían vida? Resulta evidente que la única respuesta a esas preguntas es la respuesta negativa de quien se evade en su responsabilidad de ayudar a crecer al hijo; de quien se desentiende cobardemente de cuanto atañe a su paternal responsabilidad, a su sentido del honor y del deber. Si además se demuestra complicidad en silencio cobarde, omisión o participación activa, espero y deseo para él todo el peso de la justicia sobre sus espaldas.

Siento rabia, impotencia, repugnancia hacia esta pareja de presuntos maltratadotes, tanta más cuando la naturaleza parece haber puesto en el corazón humano el sentimiento de la misericordia, que etimológicamente supone dar el corazón el más pobre (misereor cor dare). Desde ese supuesto cabe considerar que si el chiquillo era tímido, apocado y temeroso, según apuntan, deberían haberlo protegido, mimado y querido más en su pequeñez e indefensión que a un niño desenvuelto y con mayores habilidades sociales. No, el niño no les gustaba, por supuesto no lo amaban, y por lo que parece lo maltrataban, ¡que valientes! ¿Verdad?

Otra que no quiero que se me escape aparece referida a quien o quienes trabajaron en este caso para conceder a ese niño en adopción. Venga, demos un paso más: las adopciones suelen ir acompañadas de todo un procedimiento farragoso, lento, exhaustivo. Comprende, ese procedimiento, todo un protocolo en el que se necesita que alguien declare idóneos a los padres adoptivos. La declaración de idoneidad vendrá tras un montón de entrevistas que incluyen pruebas psicológicas, perfiles de carácter y un largo etcétera que en teoría ejercen profesionales y está, todo ello, pensado para garantizar el bienestar del adoptado. Estos padres pasaron, supongo, todos esos trámites y por lo que se ve los superaron con éxito aunque visto el resultado no merecen que se deposite en ellos la confianza necesaria ni siquiera para cuidar un gato.

Llegados a este punto me asalta una duda: ¿son los padres adoptivos los únicos culpables de esta canallada?, es que, sinceramente, pienso que vista la falta de profesionalidad de quienes decretaron la idoneidad de la pareja debería exigírseles, también a ellos, algún tipo de responsabilidad. De no ser así, de no exigir responsabilidad a quien decretó idónea a esta pareja, estaremos ante un peligro inmenso que se manifiesta en el mismo instante en el que cualquier descerebrado pueda solicitar una adopción y obtenerla sin mayor dificultad ni exigencia repitiendo, en cualquier momento, el horror que estamos viendo.

Me encantaría conocer al psicólogo que otorgó el nihil obstat, también a quien los entrevistó, a quien dibujó su perfil como válido, en definitiva a todo el equipo garante de la seguridad del niño. Me gustaría que por un momento sintieran, todas esas personas, el pánico que debió sentir el pequeño ante la primera paliza, ante el primer golpe, ante el primer chillido de una pareja deshumanizada y cruel. La psicología no es una ciencia exacta, lo sé, pero entenderéis que me rebele ante según que fallos del sistema porque afectan de forma cruel a un niño indefenso y alimentan la maldad de los maltratadotes ofreciéndoles una víctima en la que cebarse. Sin ser ciencia exacta debería por lo menos no ser tan inútil ni tan tonta como demuestra este caso.

Suele decirse que la naturaleza es sabia; convengamos que en este caso la naturaleza actuó perfectamente negando un hijo a quien pudiera maltratarlo. Lástima que esa misma sabiduría no se manifieste en las ciencias humanas con la misma claridad.

Quienes debían acompañar a este pequeño en la fantástica aventura de hacerse hombre lo han aniquilado negándole todo derecho, condenándolo a una postración vital… Descansa en tu limbo inconsciente e inocente Miguel Ángel, y a vosotros sus torturadores, sus asesinos, desearos la pena de la justicia y el peso de vuestra conciencia si es que sabéis lo que es eso. ¡Canallas!.