Hace un tiempo que Mallorca como toda España se encuentra inmersa en un proceso de indigestión, una incomodidad vital, un profundo desasosiego y malestar que resumimos en el término crisis. Cierto, a poco que la memoria nos alcance sabemos perfectamente qué polvos trajeron estos lodos y vivimos, con una cierta dosis de vergüenza, el recuerdo de una situación que era insostenible, aunque nos hiciera soñar y sentir una apariencia de riqueza que tal vez jamás tuvimos.

Aquel modelo diabólico en el que de día en día aumentaba el precio de la vivienda y se construía más y más; aquel despropósito que vació institutos y universidades atrajo -como no podía ser de otra manera- una más que necesaria mano de obra, imprescindible para continuar aquella locura. Necesitábamos ganar más y los nuestros, los del país, no siempre aparecíamos dispuestos a según qué menesteres. Total, que éramos tan ricos que no queríamos trabajos de pobres, íbamos tan sobrados que pensamos poder pasar el resto de nuestra vida sin pegar palo al agua, nos especializamos en la especulación y todos, todos nos apuntamos a ganar más con el mínimo esfuerzo.

Todo lo anteriormente expuesto aparece de forma admirable en la viñeta de Aleix Saló que ha recorrido el universo internáutico con una didáctica demoledora y un estilo simplemente genial.

Hace años entrevisté a un responsable de Caritas Diocesana, eran los tiempos de vacas gordas y le pregunté sobre el problema de la inmigración. La respuesta fue inmediata, y en plan escorpión al ataque respondió: La inmigración no es un problema, en todo caso debemos hablar de un fenómeno. Bueno, ahora que el tiempo ha pasado creo que el verdadero fenómeno fue el tipo que me dio semejante bobada como respuesta, no recuerdo como se llamaba, supongo que por algún mecanismo de memoria selectiva que nos hace olvidar a los idiotas; fuese quien fuese, la realidad se ha encargado de mostrar que su opinión en este sentido fue una soberbia estupidez.

La inmigración constituye un problema por muchos motivos, cito dos: Porque hemos hecho las cosas mal; y porque es imposible asumir sin indigestión semejante mezcolanza de lenguas y culturas. Por lo que respecta a nosotros lo primero que debemos revisarnos es el hecho mismo, la razón por la cual vino tantísima gente de los confines del orbe. Convendremos que su venida se debió a la sinrazón en la que todos estábamos embarcados y que como imbéciles bautizamos como estado del bienestar, eso sí, un bienestar tan “cojonudo” que nos ha lanzado de morros a la altura del fango, mira tú que cosas, si llega a ser estado del malestar nos ingresan en la UCI. Ay ¡crudo el tema!

Total, que lo hicimos mal porque inventamos un sistema perverso al cual los inmigrantes se añadieron. Ojo, los perversos fuimos nosotros y nuestros inventos económicos que debían ser la envidia de Europa. Ellos -visto el pastizal que aquí se movía- vinieron solamente a tomar su porción. Se la dimos encantados, los necesitábamos, ¿recuerdas? Aquí todo el mundo conjugaba el verbo construir en todos sus tiempos y formas, otro verbo preciadísimo era especular ¡Una delicia!

La segunda vertiente del problema es de indigestión y en ese quiero detenerme un poco y observar atentamente lo que sucedió. A mi entender por aquellas fechas, las fechas de la llegada masiva, aquí andábamos hablando de Alianza de Civilizaciones y cosas por el estilo; otra de las perlas del momento lo constituía la retirada de crucifijos de los espacios públicos, la vergüenza de nuestras raíces cristianas y una política social tremendamente orientada a grupos de población minoritarios olvidando la identidad y el sentir de la sociedad en su conjunto. Claro, la cosa no era del todo nueva porque embarcados en un progreso vertiginoso ya hacía tiempo que andábamos a la greña con nuestra historia avergonzándonos de casi todo, con un complejo que bien deberían haberse tratado los políticos de turno con un buen psicólogo en vez de trasladar sus neuras personales, sus patologías, a toda una sociedad embarullada que necesitaba bálsamos y a la que se le ofrecía (y se sigue ofreciendo) sal sobre las heridas.

Andábamos muy acomplejados en temas identitarios, históricos y religiosos, ¡mal asunto caramba!

Entretanto quienes venían lo hacían con todo el orgullo desplegado, pero cuidado, eso de estar orgulloso de lo que uno es responde a la naturaleza adecuada de las cosas, lo que no es normal es lo que hicimos y hacemos nosotros, o sea acomplejarnos, avergonzarnos y pasarnos la vida como plañideras pidiendo perdón por la historia, por la religión, por comer cerdo, por beber vino… ¡venga ya! ¡Menos gimoteos coño!

Como la mayor parte de la inmigración ha sido y es musulmana el choque con el Islam estaba servido en bandeja y fue ahí donde empezamos a cagarla de forma escandalosa. Por una parte repetimos hasta la saciedad aquello de que ellos debían integrarse, pero en el reverso del folio ya les ofrecíamos menús escolares para recién llegados contemplando su dieta sin cerdo ni alcohol: Hombre hay que respetar su tradición y que nadie se sienta marginado por motivos religiosos. Vale, arreglado, ellos ya no se sentían marginados por motivos religiosos, a mí mientras tanto me obligan a quitar la cruz de cualquier lugar público en el que los otros entraban con la cara tapada o la cabeza cubierta haciendo público alarde de su religión: Vale, tampoco vamos a enfadarnos por eso ¿no?, ¿a quien molesta un pañuelo? No, no nos enfadaremos pero recuerdo que en el momento que aceptamos el velo en las escuelas porque eso no supone un problema para nadie obligaron a retirar cualquier símbolo religioso cristiano incluso de algunos colegios concertados porque los padres se quejaron, les molestaba muchísimo la cruz y hubo que quitarla, eso sí suponía un problema.

Seguíamos hablando de integrar y claro la cosa es que ya no se aguantaba por ningún lado porque oye, integrar ¿a que?, integrar ¿en que?, en lo cultural solo los podíamos integrar en nuestra lengua, pensarás que no es poco, pues yo opino que es poquísimo, ha bastado para que ellos nos entiendan y nosotros sigamos a dos velas cuando a ellos se les antoja, y te aseguro que en los colegios por donde ando se les antoja muy a menudo que el profesor no entienda nada. Y tú con el rollo de la integración, y ellos a su bola, cada loco con su tema.

Claro, no los podemos integrar en la historia porque aunque andemos acomplejados Jaime I vino a lo que vino, o sea a cristianizar entre otras cosas, y si hablamos del conjunto de España ni te cuento la que se lió a partir de Covadonga, no, ahí no cuela, no los podemos integrar porque nuestra historia está repleta de tortas bien pegadas por los unos y los otros, coño, si hasta las principales fiestas del Mediterráneo son las de moros y cristianos en la que por cierto, siempre ganamos nosotros, o sea los de Cristo. Las derrotas no se festejan.

En la gastronomía tampoco, de eso ya hemos hablado y decidimos que si la integración les supone a ellos un punto de violencia ya no deben integrarse y seremos nosotros quienes nos adaptemos. ¡Faltaría más! ¡Con lo que respetamos nosotros a todas las religiones menos la nuestra!

Y claro, ya que estamos, pues en lo religioso tampoco los podemos integrar, o sea que lo de integrar… era una broma pesada ¿verdad?

Yo creo en verdad que los que nos hemos integrado en su cultura somos nosotros y la verdad, buena falta nos hacía. Nuestra sociedad andaba (anda todavía) muy pulverizada:

Aprendimos a cachondearnos de nuestra religión y a hacer befa del papa, de Dios y de lo sagrado; bien, ellos nos han mostrado que de su religión no se ríe nadie, nadie ridiculiza su historia sagrada y ni por asomo se hace chiste alguno con el Islam. Bueno, lo hemos entendido, o sea que nos han integrado más o menos bien en ese tema, nosotros, que veníamos de la risilla tontuna y de la blasfemia a cada dos palabras, nos hemos puesto serios de una puta vez por respeto a ellos.

Andamos pidiendo perdón por nuestra historia, como si en el pasado nosotros hubiéramos sido una especie de cocos malos malísimos en medio de un mundo al estilo de Alicia en el País de las Maravillas. Bueno, también en eso nos dan sopas con hondas, ellos no reniegan de nada de su historia ni dejan de contemplar la posibilidad de ensanchar apologéticamente su cultura/religión. Ante nuestra vergüenza acomplejada y bobalicona ellos muestran identidad clara y orgullo indiscutible. Deberían integrarnos un poco más en eso, andamos pelín despistados.

Andamos por aquí suprimiendo misas y cerrando templos. Tranquilos, menos mal que ellos, que sí están integrados y psicológicamente muy bien vertebrados, van abriendo mezquitas y consiguiendo cementerios propios para ritos religiosos propios, en tanto nosotros vamos quitando las cruces de los nuestros e incluso estamos aprendiendo a imprimir esquelas sin ninguna simbología religiosa.

Otra muy digna es que como sociedad estamos invertebrados. Lo dicho, necesitamos integrarnos. Ellos, que sí están integrados, aparecen unidos por una cultura común, indiscutida e indiscutible mientras nosotros no sabemos si los Castellers son más o menos nuestros que la paella; no sabemos si tenemos algo en común con los vascos, los andaluces y extremeños, o solo con los de Menorca, y aún en ese caso con ciertas dudas; no sabemos si somos españoles o el término español solo lo puede usar la derecha; desconocemos igualmente si hablar duplicando en femenino es cosa de la izquierda y aparecemos igualmente ignorantes a la hora de definirnos como de unos o de otros quizás porque ni unos ni otros son capaces de decirnos lo que les define.

Y es que aquí, desintegrados como estamos, no respetamos ningún principio de autoridad; aquí se discute con el guardia, con el maestro, con el alcalde, con el cura y con el médico, con el juez o la enfermera; aquí cada uno va a la suya porque la suya es la única buena. Necesitamos urgentemente que ellos nos den clases de integración en este y en otros muchos sentidos.

Lo noto, se que cada vez que en el colegio llamo la atención a uno de esos niños integrados se ríen de mi en mi propia cara y en una lengua que no comprendo. Lo que sí comprendo es que se rían; lo comprendo porque sé que como sociedad les damos risa de la buena. Una pena, al final conseguiremos mostrar ya sin tapujos lo que en verdad somos, una sociedad descompuesta, sin identidad ni historia, sin religión ni tradiciones, sin cultura común y sin proyecto. Lo único que teníamos era dinero, por eso vinieron, era lo único que ellos necesitaban, de lo otro ya iban sobrados. Y decíamos que los queríamos integrar… Perdona que ahora me ría yo.