Lo reconozco, he sucumbido ante la propuesta de reencontrarme, al cabo de treinta años o más, con antiguos compañeros del Agrupament Escolta Jaume I i Verge de Lluc.

La cosa tiene su gracia, nada más entrar en el local me veo a la peña, reconozco a los que he continuado viendo y pongo cara de haba ante los que no recuerdo, mayoría por cierto. Allá que me disparo suplicando misericordia a los más puestos y conocidos, les imploro, ante su medio cachondeo, que me recuerden el nombre de este o aquella pava que acaba de plantarme dos besos en la barba canosa. Los miro, sigo sin recordar, la presentación continúa al ritmo en que nuevos anónimos conocidos continúan llegando al local. Ahora ya sin súplicas, parte de la basca repite en voz alta el nombre de quien entra y que, a su vez, parece asombrarse que alguien recuerde aún como se llama, sobretodo porque intuyo que, en más de un caso, la situación vivida por mí es la vivida por muchos, o sea, la situación es la de ver al grupo ante ti y preguntarte: y estos… ¿Quién coño son?

Reza el tango que veinte años no es nada, bueno, que quieren que les diga, puede que veinte no, pero treinta les aseguro que es una pasada de tiempo. Me sorprende el cuidado aspecto de aquellas a quienes en otro tiempo traté con familiaridad y ante las que ahora no sé si usar el o el usted, gente toda cincuentona o en la orilla misma de esa edad que no supone media vida porque pocos llegarán a los cien, por supuesto no me incluyo. Va, lo reconozco, me entra la vena cínica, me divierte hasta la médula ver alguna lágrima de emoción en el reencuentro y pienso que esa cena que vamos a celebrar bien puede compararse a un funeral, la pequeña diferencia es que todavía no nos hemos muerto, pero oye, que por lo demás… más o menos igualito, venga beso y venga moco, y yo venga pensar: ¿Y Usted como coño se llama señora? Y la pava que se sienta a mi lado para regocijo de mi celibato que se empeña en recordarme aquella excursión que, ni si me lo hicieran jurar, aceptaría haber hecho. Sigo el rollo, soy desagradable, lo sé, pero me reconozco repulsivo al estilo de las iguanas a las que incluso hay gente que ama y las tiene en un terrario. Vale, aún no hemos empezado la cena y ya me siento iguana, pitón o sapo ¡Una monada!

La suerte coloca ante mí a Lina, ésta con nombre propio porque la he seguido viendo y sé que su contención de la risa es más bien flojilla y muy alto en cambio su sentido del humor, me dedico pues… a lo que se dedican la iguanas, a abrir la bocaza con la diferencia que yo no saco la lengua pero articulo sílabas, y la tía va y se desternilla, venga va, la cosa promete. En un momento nos encontramos ya con la boca llena, acabamos de mandar al carajo la bendición cantada que en nuestra infancia era casi un himno, y el Padre Dios que alimentaba a los pajarillos del bosque queda absolutamente ignorado o arrinconado, claro coño, no vamos a ponernos a cantar canciones infantiles señores de cincuenta años, la mayoría barriguditos y con alopecias a gogó. Eso le cae muy bien a Paco Ibáñez cuando canta lo del Lobito Bueno de Goitisolo y pare usted de contar. Además en el infantil cántico para nada aparecía ninguna iguana, ala, come y calla que Lina está a punto que se le hinche la yugular y yo a punto de soltar la próxima parida.

Al poco empiezo a contar, así muy por encima, el número de divorciados, separados o simplemente reñidos con la pareja. Joer, entre lo que sé y lo que me cuentan resulta que solo una minoría, de esas chiquititas, ha conseguido superar con éxito el matrimonio, por lo demás… ¡manda huevos! En fin, que no vamos a despeinarnos por eso ¿verdad? Y menos yo que estoy como una bombilla, venga va, la cosa se asume, somos frutos de nuestra generación y punto.

Por cierto casi a los postres saco el tema de Urdangarín, es curioso pero cuando llevas treinta años sin ver a los amigos de la adolescencia descubres que pocas cosas te unen ya a ellos y por lo tanto no hay tema de conversación. Hay que echar mano de la actualidad, la cosa es que acudiendo al restaurante he visto el mogollón de camiones y demás parafernalia televisiva. Mis colegas, o sea estos señores que saben como me llamo, me informan que efectivamente todavía se encuentra declarando en los juzgados el regio yerno. Hago otro comentario en plan iguana tocapelotas, Lina se cruje, y uno de esos entes ¿conocido? me responde pelín picado. El comentario ha sido sobre la bondad de nuestra generación, y que caramba, después de soportar estoicamente las autoalabanzas que solemos hacernos me suelto y empiezo a exponer lo que de verdad pienso y que más o menos puede resumirse en:

  1. En contra de lo que se nos diga, e incluso en contra de lo que creemos, no somos una generación modélica, sino más bien un desastre, una cagarruta. Nosotros solitos nos hemos cargado casi todo lo que para nuestros padres supuso un reto, un futuro y un estilo de vida sacrificado para nuestro disfrute que nosotros no hemos imitado en lo positivo aun qué sí lo hayamos aprovechado.
  1. Que nuestra generación pertenece de lleno, e incluso inventa, el concepto de: sociedad del bienestar. Eso, en lenguaje corriente, significa: vivir de p… madre sin preocuparme ni lo más mínimo de nada que no sea mi comodidad, y al vecino que le den. ¡Con lo solidarios que creemos ser!
  1. Que somos, en primera persona, los generadores de la crisis de valores que estamos viviendo, y que la crisis económica ha sobrevenido como consecuencia de aquella otra. Hemos especulado todos, hasta el gato, que aquí, hablando de sinvergüenzas, debemos hablar de todos nosotros aunque ahora, disfrazados de monjitas de la caridad, nos hagamos los escandalizados con Urdangarines, Matas, Blancos y compañía. Por cierto el gesto y tono de monjitas de la Caridad nos sale divinamente, y con unas vocecitas de inocentes que imponen respeto, parece que lo de ser boy scouts no se nos ha curado del todo.
  1. Que hemos mamado de la teta de la religión Católica, Apostólica y Romana en cuanto aquella nos sirvió, agrupándonos en parroquiales grupos o sacristías clandestinas, y que posteriormente, a la que de nosotros se esperaba una cierta corresponsabilidad, hemos dicho que nunca hemos creído en Dios. Con todo nos autodenominamos una generación coherente y somos capaces de decirlo sin carcajearnos ¡Ole el salero de mi niño!
  1. Que, vistos los resultados, somos los peores educadores que ha habido en muchas generaciones. Nos hemos especializado en burocracia escolar y nos hemos olvidado de enseñar. También es propio de nuestra época considerar al maestro como enemigo a batir y a nuestros retoños abanderados de la libertad a nuestra imagen y semejanza. Nuestros padres respetaban, nosotros sobre el respeto lo único que entendemos es que nos lo deben, sabemos un montón sobre nuestros derechos, poco más.
  1. Que el síndrome de Peter Pan nos es propio, porque con el rollo del bienestar antes mencionado no podemos aceptar: dolor, vejez, enfermedad ni muerte, o sea que más gilipollas imposible, solo nos falta comernos los mocos. Saladitos ellos, mmm.
  1. Añado que somos también los depredadores más bestias de la naturaleza en siglos. Y eso que en teoría debíamos haber salido defensores acérrimos de la ecología en todas sus formas, pues nada. Oyes, que me ha comprado un terrenito y voy a edificar ¡Si señor, con dos coj…..!

Ojo, sobre todo lo dicho no hablo del grupillo de la cena, hablo de nuestra generación que, repito, es un desastre. Si meto la cena de por medio es porque estoy hasta las narices que en esas reuniones nos creamos custodios de valores que se perderán con nosotros por la mala cabeza del mundo. Menos lobos Caperucita, que somos nosotros los que la hemos liado parda y pintan bastos.

Bueno venga, no vamos a quedarnos con el mal rollito ¿no? Así que después de la cena se formaron los dos grupos típicos: los unos, a los que el cuerpo todavía les pide marcha (misterios sin resolver) se van de copas. Los otros, entre los que me cuento, nos retiramos cansados. Al final llego a casa, mi hermana me espera despierta y me pregunta sobre éste o aquel, sobre aquella amiga que lleva años sin ver. Por un momento me temo que la cena no ha terminado y que ahora deberé decir quien estaba y quien no, ¡coño! Si no me acuerdo de los nombres de la mitad de los que hemos estado ¿como quiere que se lo diga? Me acuesto a las tantas, no estoy acostumbrado, duermo mal y me levanto de mala uva, nada extraño ¡que ya tenemos una edad!

Por la mañana me ronda una impresión extraña. Veo a mi madre recuperándose muy lentamente de su fractura de cadera, o sea, luchando. También a mi sobrina intentando incorporarse a un mercado laboral que parece darle la espalda, batallando.

¡Ay! la cena me ha sentado mal, imagínate, en algún momento incluso llego a pensar que mi generación es un eslabón roto… que tontería ¿verdad? Pues eso.