Vale, lo reconozco, así a bote pronto parece una pregunta sacada de algún juego de mesa en el que hay que responder para seguir avanzando. Una pregunta de respuesta muy simple si se tienen ya unos añitos, dificilísima cuestión si la formulamos a un adolescente.

Hace años, la asignatura de Religión, dejó de ser obligatoria. Hubo una época en la que existía la opción de cursar esa materia, u otra alternativa que, habitualmente, era ética o moral, presuntamente laicas. Digo presuntamente porque, ya para empezar, ni la ética ni la moral han sido laicas jamás. Ética y moral son los continentes que recogen, en su interior, el contenido, la vida misma de una sociedad concreta, en el deseo de apuntar siempre hacia aquello que aparece como deseable, positivo, bueno o mejor para la misma.

El fenómeno de la secularización se produce sobre todo en el s. XX, y ahí, hasta donde alcanzo a entender, la planta de la moral o la ética llevaba ya muchos siglos crecidita y con las raíces bien profundas.

Pese a quien pese, el hecho religioso ha formado parte de toda colectividad, en cualquier momento histórico, y en cualquier lugar del planeta. Hablar de moral o ética laica es, simplemente, una sandez; sólo la aniquilación del hombre puede conseguir la anulación de su trascendencia. Si en la etimología de la palabra ética o moral se apunta a las costumbres de un grupo humano, cabrá recordar que toda sociedad es, por definición, religiosa. No es posible, entender nada de ese contenido antropológico, sin mencionar el hecho trascendente, inherente a la humanidad. No hay hombre sin religión. No hay humanidad sin Dios. En el peor de los casos, digamos que, de no existir una relación con lo sagrado, como en el momento presente, la estableceremos con los ídolos. Trascendente o idolátrica, toda forma humana necesita navegar más allá de la propia contingencia.

Abundando aún en el tema, cabe una atenta mirada a la realidad vivida en los países en los que, el hecho religioso, ha sido prohibido por el estado ¿Qué sucede cuando se obliga al hombre a prescindir de Dios? Curioso ¿verdad? Tanto el fascismo como el comunismo lo intentaron o lo intentan. No creo que ninguno de esos extremos, tan terriblemente cercanos, sirva como paradigma de la libertad del hombre al que pretenden defender. Ni la raza aria del nazi, ni tampoco el mundo sin Dios del comunista, fomentan la persona ni vertebran positivamente la sociedad. Antes al contrario, cualquiera de las dos realidades somete, anula, aniquila y pretende reinventar al hombre creado por Dios, por otro hombre nuevo, hijo de una ideología, a la que no se sirve con misericordia, sino con la anulación del contrario… Me da la sensación que perdemos muchísimo en el cambio.

Se habla ahora de volver a impartir la asignatura de religión, más o menos, dentro de dos cursos. Me alegro sinceramente, tanto más cuando veo el enfado de muchos de mis colegas, que sí saben quién fue Noé. Ellos lo saben y sin embargo se niegan a explicárselo a sus alumnos. Si de ellos dependiera imposibilitarían incluso que, como profesor de religión, me encargue yo de ello. Su enfado mayúsculo es comparable a su estupidez. Definitivamente, la ignorancia no nos hace mejores, sólo nos hace más tontos, y eso vale también para ignorancia religiosa.

Desconozco los argumentos de los laicistas beligerantes, me sé de corrido los titulares que publican y emplean, pero insisto, los argumentos se me escapan. Me cuesta entender que se hable de libertad social defendiendo la ignorancia de la propia historia, me cuesta asimilar la crítica o el ataque al conocimiento, sea éste científico, filosófico, artístico o religioso. ¿Seremos mejores si olvidamos las matemáticas más elementales?, ¿tal vez más autónomos?, ¿Qué sucederá el día en que olvidemos la historia?, ¿podremos enorgullecernos de haber ignorado el arte, la ciencia, o cualquiera de las ramas del saber?

La ignorancia nos hace vulnerables; nada es más patético y triste que el hombre inculto, fácilmente engañado, siempre manipulado, eternamente inseguro, poseedor de la mayor de las pobrezas: la incultura.

La ignorancia o la barbarie suponen una miseria mayúscula, el sometimiento total, la indefensión absoluta. Sólo desde el deseo de dominar al ignorante, pueden esgrimirse argumentos en contra del saber.

El desconocimiento religioso supone un fenómeno reciente, los padres de los adolescentes de hoy, ignoran mucho, pero recuerdan algo. Muchos de ellos completarían, aún hoy, listas de nombres emparejados: Adán y… ¿? Caín y… ¿? Sansón y… ¿? Repito, en muchos casos los padres de mis alumnos conocen las respuestas que sus hijos ignoran.

Las saben porque sus padres funcionaron como transmisores de eso que llamamos Historia Sagrada, y que, en realidad, supone un mínimo conocimiento bíblico, es decir, nuestro humus cultural, la raíz de nuestro ser.

Sus padres trasmitieron, la Iglesia trasmitió, la sociedad entera aparecía siempre ligada a su propia historia y tradición hasta hace bien poco.

No albergo ninguna duda sobre el conocimiento religioso de Dolores Ibárruri o de Santiago Carrillo, por poner algunos ejemplos. Ellos, que sí sabían religión, optaron por declararse ateos, opción muy respetable en su caso, ya que de hecho decidieron, con la libertad que da el conocimiento, seguir un camino diferente al propuesto en el Cristianismo.

Me asusta la privación de conocimiento que ofrecemos a nuestros jóvenes relegando la asignatura de religión a una pura anécdota curricular, no evaluable seriamente, y demasiadas veces impartida por auténticos analfabetos religiosos, con excesivas ambiciones catequéticas, nulos conocimientos, e inexistente interés. Actualmente los alumnos de religión en Educación Secundaria son poquísimos, la pregunta surge sola: ¿tendrán, los que no vienen, discernimiento suficiente para aceptar o rehuir, acatar o desdeñar la enseñanza de la Iglesia? ¿Serán libres en su elección? ¿Existe opción desde la ignorancia?

La ignorancia religiosa supone la pulverización de la historia, la atomización de la sociedad que, pese a quien pese, se ha construido, fundamentalmente, en torno al hecho religioso. No en balde, conviene no olvidarlo, el verdadero eje de nuestros pueblos es el campanario de la iglesia. Ignorar esa obviedad supone el mayor de los desprecios a la propia idiosincrasia. Fiestas, topónimos, nombres, tradiciones y refranes, narraciones, ritos, mitos, danzas y costumbres beben de la fuente de la religión, por cierto… beben de la religión Católica, lo digo porque en la medida que abjuramos de lo nuestro abrazamos como auténticos lilas todo lo que nos traen los chinos, tibetanos, mayas o hindúes… ¡estamos tontos!

No tengo ni idea de la positividad o negatividad de esta última reforma educativa que tanto disgusto provoca en gran parte de los docentes. Desconozco el tiempo que durará, aunque supongo que, visto lo visto, no aguantará ni el primer bandazo del bipartidismo imperante. Tampoco me atrevo a valorar la oportunidad, o no, de las reformas, y manifiesto, sin atisbo de duda, mayúscula sorpresa ante quienes pontifican con absoluta certeza sobre bondades o maldades de la mencionada trasformación. Ya ves, yo con mis inseguridades y ellos con tantísima certeza.

Me alegra, sin duda alguna, el retorno de la asignatura de religión, o lo que es lo mismo, celebro, de todo corazón, la posibilidad de trasmitir a mis alumnos la savia más profunda de su historia, la vertebración más sólida de su sociedad, la verdad más auténtica de su identidad. Con un poco de suerte conseguiremos reconducir el futuro por el lógico camino de la progresión en sabiduría, progresión que hemos truncado en el mismo momento en que, aunque lo sepa el padre, el hijo ignora… quien fue Noé.