Nada hombre, que aquí estoy yo con mis cabreos endémicos. Vienen a ser algo así como compañeros de viaje, si todo va bien desaparecen temporalmente, pero como los ojos del Guadiana, resurgen a la mínima, manifestándose en todo su esplendor. ¡Qué va, tío!, ya ni me molestan, conocidos como los tengo, los considero como una parte de mí mismo, una proyección que, además, resulta útil a la hora de escribir o discurrir. Afirmo que una cierta dosis de mala leche te hace sentir vivo, sobre todo si la salpimentamos con algo de humor, ¡ay, querido! eso molesta enormemente a mis enemigos haciéndoles gotear el colmillo, bueno, a qué engañarnos, hablando de enemigos… a más de uno le chorrea ya el de la prótesis porque el natural hace años que cayó… ¡la vida, la vida! Una perrería ¿oyes?

Valga el proemio para comentar algo sobre el fenómeno de las cofradías en esta tierra nuestra, en Porreres por supuesto, aunque un poco más allá creo que la situación es parecida. Es que, hijo, ha pasado la Semana Santa, la Ascensión y Pentecostés, y sinceramente creo que el tema bien merece una mirada ácida que nos entretenga a la par que divierta y en algo ilustre. No hombre, ya sé que a los del colmillo chorreante ya nada les hace gracia y hace tiempo que no ríen, ya verás cómo al final va a ser cosa del hígado. Venga, vamos allá.

Bien avanzada la Cuaresma, cuando aparezco bien curtido en la predicación del Vía Crucis los viernes de ese tiempo litúrgico, como mochuelo caído del nido y ojos de pasmo, aparece en la celebración de la Misa dominical algún cofrade. Destaca claro, en primera impresión, por la coloratura del cabello. De corriente todo son canas o tintes, y entre los ancianos, quieras que no, siempre destaca alguien que, aunque ya no es joven, aún puede catalogarse en esa franja etérea denominada “mediana edad”. Destaca también porque se le nota fuera de lugar, ¡ay Señor!

Y es que en la Iglesia, como somos los que somos, o sea, pocos, todos tenemos nuestro sitio; de hecho esto es tan cierto que cuando algún feligrés muere, su lugar queda vacío para los restos; ¡anda que no! Sin demasiado esfuerzo te iría dando nombres y señalando el lugar del banco donde fulanito o menganita se sentaba, pulvis es et in pulverem reverteris jejjj, sigamos.

El cofrade se sienta dónde le viene en gana, hay donde elegir, sin problemas, mochuelillo mío. Tiene pinta de avergonzadillo y lanza disimuladas miradas al devoto y escaso auditorio. Leo su pensamiento y… sí hijo, te han visto rey mío, y como cada vez somos menos, te pongas donde te pongas, pues coño, que se te ve un montonazo aunque te sientes en el último rincón de la iglesia y no vengas a comulgar ni atado por un tobillo. Te veo majete, y si por algún motivo me olvidara de la época del año en que estamos, tu sola presencia me indica que andamos justo antes de Semana Santa “Volver, con la frente marchita las nieves del tiempo platearon mi sien…” Ay, Gardel, o témpora, o mores!

Te veo, claro, pero no me hago ilusiones de ningún tipo: a estas alturas de juego me conozco de sobras el percal, sé que después de la Eucaristía a la que has asistido -que no participado- entrarás a saludar, tanto tú como yo pondremos cara de haba hervida. Sé también que preguntarás algunas cosillas que cada año son las mismas chorradas con alguna irrisoria variación que puede oscilar entre el tipo de incienso empleado en el paso, o el cambio de las tablas del mismo. Por lo demás todo igual, que si tal día bajaremos el santo Cristo, que si tal otro montaremos el paso, todo cansino… Probablemente, si no hay más que hablar no volverás a aparecer hasta que lo hagas vestido de penitente, por supuesto no vendrás a la Santa Misa, tan sólo a procesionar. Qué cosas, ¿verdad? Venga, no te enfades que durante todo el año te guardo el sitio y no vienes.

La Cuaresma, el tiempo previo a la Semana Santa, dura eso, cuarenta días; el número no es baladí, evoca la duración del diluvio universal, ¿recuerdas? lo de Noé y tal. También los cuarenta años del pueblo judío en el desierto, o los cuarenta días de ayuno de Jesús antes de empezar su vida pública entre otros ejemplos que, desde la cultura bíblica, han llegado hasta nuestros días.

Ay, querido, no pongas caras raras, aunque no lo creas, lo bíblico, lo católico aún impregna nuestra cotidianidad. No en balde se denomina cuarentena al periodo de aislamiento cuando existe riesgo de contagio, lo de la cultura bíblica sigue vigente a pesar de todo. La Cuaresma es eso, una cuarentena, un tiempo penitencial de purificación, ciertamente y por fortuna, sólo de paso pese a quien pese. Ese tiempo nos conducirá a la “definitividad” de la Pascua que es lo importante.

Pero volvamos, volvamos a la Cuaresma, enfoquemos justo el punto en que ésta acaba y empieza el despelote, ¿Qué no? Anda que… las tintorerías se restriegan las manitas, se forran planchando capas y túnicas, capirotes y escudos, estandartes y demás parafernalia, lo que oyes, una pasada. Sí hijo, ahí es donde empiezo cada año a duplicar mi dosis de ansiolíticos. Plam, ratatatatataplam, tararí…

El sonido de tambores y cornetas, incluso la banda a la que admiro bajo todo concepto, se me aparecen en forma extraña, como salidos de una pesadilla en la que he de caminar y caminar en pos de no sé qué ni hacia dónde. Capirotes, farolillos, cirios e inciensos conforman una representación casi onírica y terrible. El pueblo entra en trance colectivo y, sin saber muy bien el motivo, porque lo han olvidado, se dedican a pasear las oscuras calles de una realidad absurda en la que, puestos a rascar, y a pesar de la apariencia, catolicísima por cierto, vemos con asombro, que Dios no tiene apenas presencia.

Puestos a bucear en la tradición o el recuerdo, ignorados por la mayoría, adivinamos una eclesial presencia que aparece como aglutinadora de todo este monumental montaje. Sí querido, también la liturgia se espesa hasta el agotamiento. Venga, repasemos, repasemos el itinerario de esta catarsis entre folklórica, carnavalesca o esperpéntica y en casi nada religiosa. Empieza el espectáculo el Domingo de Ramos, ese día se rememora la entrada triunfal de Jesús en Jerusalén… ojito rey mío, vaya por cierta la apuesta que casi ninguno de los “desfilantes” sabrían decirte a qué puñetas viene lo del rollo de las palmas y ramas de olivo ¿Que no?, pregunta… tú pregunta y me cuentas.

Venga, no nos enfademos, sea como sea allá que vamos con el hisopo y el acetre y venga bendición a base de salpicotazos, y allí todo quisqui con cara de ilusión, quitándose los lentes, eso sí, para que el agua no los empape… Ay Dios, esa procesión supone el inicio de la Eucaristía de ese día, e incluso más, el inicio de la más flagrante disociación entre lo que se cree y lo que se hace, entre la fe y la acción, entre el folklore y la religión. Prosigamos.

Si no ha bastado el paseíllo matutino propongamos por la noche otro sarao. Efectivamente querido, después de la segunda Misa del día, la tercera ya en el pueblo, nuevamente procesión, esta vez con el argumento de escuchar los Doce Sermones o, lo que es lo mismo, las doce primeras estaciones del Via Crucis… jejj, ¿seguimos con las apuestas? Venga, dale y pregunta a la basca enmascarada con capirotes qué puñetas son esas prédicas, pregunta si lo prefieres que es un Via Crucis… ¡heladito te quedarás!

En este segundo paseíllo, por lo general, hay gentecilla. Hombre, no es un despampane pero vale. De cualquier modo ya existen indicios muy sospechosos cuando gran parte de cofrades, tras la procesión, ni entran en la iglesia porque oye, lo de los sermones… pues que va a ser que nos da lo mismo, que aquí en la plaza se está tan ricamente y no es necesario entrar en la iglesia, que con el desfile de encapirotados ya vamos cumplidos. Venga, dale ahí y clava el diente que eso pasa cada año ¡Anda que no!

El lunes, en Porreres descansillo, en otros lugares sé que no hay tregua. El martes procesión del silencio, lo mismo, querido. En las meditaciones previa y posterior, más o menos podemos pasar, mucho menos de media entrada, sin duda la procesión aparece como lo más importante. El silencio de ese recorrido a la mayoría, y digan lo que digan, no les dice nada de nada; a mí sinceramente confieso que tampoco, mi fe no se alimenta de paseíllos, ni silentes ni ruidosos. Lo respeto todo, claro, incluso hago cumplir la seriedad si está en mi mano, de eso a creérmela hay un universo. Por si fuera poco, y desde hace unos años, las caderas me molestan y no hay ninguna posibilidad de concentrarme en nada mientras camino escuchando gruñir las ruedas del paso con el Santo Cristo, rogando, eso sí, que no revienten y me lo crujan. Además ¿qué quieres que te diga? yo para rezar en silencio necesito estar solo, así en grupo y por la calle, pues oye, que no me funciona. Vale, todo sea por la causa, yo a la procesión voy porque toca y punto. Sigamos.

El miércoles no hay actividad en el pueblo, por la noche se celebra en la Catedral la Misa Crismal. No, no puedo ir y eso lo siento, ya ves tú. La salud de mi madre no me permite esa salida. No pasa nada, se esperan tiempos mejores. Curioso que cada año esa celebración reúna a una menor cantidad de fieles. Claro, es que ahí no hay capas ni cirios… tal vez si los pusiéramos… pues oye, que igual en la Catedral no cabríamos, tomen nota los organizadores. Otra cosilla que siento en el alma es que, al no poder ir, no veo a mi admirado y muy respetado D. Pedro Torres y Siquier quien no sé si todavía anda pidiendo a su feligresía novenas para la conversión de mi alma, desde luego debería, nunca viene mal la intercesión de tan piadosos sacerdotes. ¡¡Hola D. Pedro!! Confío en poder volver pronto a la Misa Crismal y encontrarme a tan santo clérigo, siempre un gusto, caramba. Pero dejemos a los santos y continuemos.

Pasemos al jueves que promete y mucho. Con diferencia es la procesión más larga y solemne, se inicia tras la Misa de ese día que está toda ella repleta de simbolismo. Se conmemora la institución de la Eucaristía tras el lavatorio de pies… ¿preguntamos sobre eso a los cofrades? Jajaj, ya me da risa de la buena. Ni repajolera idea ¿oyes?

Desde hace unos años en nuestro Convento celebramos todas las liturgias de la Semana Santa; así pues buscamos a doce voluntarios, no son fijos, que acepten formar parte en la rememoración de los apóstoles dejándose lavar los pies por el Maestro. Ni en eso acertamos; pronto me comentaron, en piadosísimos corrillos, que alguna cofradía de Porreres andaba cabreadísima, y no poco, por el hecho de que en el Convento hiciéramos lo que manda la liturgia, ¡vaya por Dios! No acertamos ni una. Tampoco hice caso, allá cada quién con sus cabreos. Cuestión de exclusividades, creo que por ahí andaba y anda la sandez. Sostenella y no enmendalla, o lo que es lo mismo: dícese de la fórmula de vida utilizada por los hidalgos españoles del siglo XVI, con la que presuponían mantener su honor no aceptando jamás el error en su actuar… Se trata de eso ¿verdad corazones? Venga, no os despistéis que perderéis el paso.

La cosa es que a pesar de lo importante de la celebración eucarística de ese día, tanto en la Parroquia como en nuestro Convento, la asistencia a la Misa es pobre o muy pobre. Hombre ya, como la procesión se inicia en el templo parroquial… pues eso, que lentamente van llegando allí cofrades que se van añadiendo, al final hay un gentío que comulga fervorosísimo aunque hayan llegado casi al ite missa est. ¡Una cosa!

Tras la Misa, reserva solemne en el Monumento, canto del Pange Lingua que ya casi nadie recuerda y los jóvenes ignoran y hala, a la procesión que es lo divertido, olé, olé. Uy, perdona, que se me había olvidado la pregunta de rigor. Venga el ejercicio es sencillo: se pilla un cofrade al azar y se le pregunta por este orden:

  1. ¿Qué acabamos de celebrar?

  2. ¿A qué te suena “Institución de la Eucaristía”?

  3. ¿Por qué ese día el sacerdote celebrante lava los pies a doce hombres?

  4. ¿Qué es el Monumento?

  5. ¿Qué significa reserva solemne?

  6. ¿Te sabes el canto: Pange Lingua?

Ni te cuento la de respuestas cachondas que podríamos llegar a escuchar… ¡un despampane! Te lo aseguro, querido.

A la que los celebrantes ponen o ponemos el pie en la calle, se arranca la banda de música con un repertorio adecuado a la circunstancia. Rememoro los tiempos del servicio militar, codo a codo con mis compañeros en la Academia de Caballería de Valladolid… ¡queridos Raúl, Antonio, Ángel!… me empeño como entonces, en llevar el paso, haciendo coincidir el redoble con el pie izquierdo: rataplán, plan, plan, rataplán… todavía lo consigo, dudo que pueda hacerlo en pocos años, coñazo de artrosis, tío.

Confieso, antes de que me lo eches en cara, que hace dos años que no salgo en esa procesión, da lo mismo, conmigo o sin mí la cosa funciona solita. La pequeña comunidad Oratoriana esperamos en el interior del templo conventual. Efectivamente en la capilla del santísimo está el Monumento en todo su esplendor. Nosotros sobre el presbiterio… ¿sabes qué es eso? Jijjijj. Me voy fijando si los capirotes se giran, advierten, o hacen amago de comprender que están desfilando ante el Santísimo en la más espectacular ostensión del año. ¿Crees que se dan cuenta? Para nada, querido, la mayoría ni siquiera sabe ubicar el sagrario, dan la vuelta a la iglesia sin siquiera haber dedicado una mirada a Jesús Sacramentado y enfilan la salida; eso sí, algunos nos dan caramelitos que posteriormente harán el gozo de los monaguillos, bueno, reconozco que también de mi madre que como está diabética que te crujes, pues eso, que disfruta del dulce como un crío, a la que me despisto se los zampa de dos en dos, sonriendo con mirada picarona, intentando que no la vea. Bien, prosigamos.

La última cofradía en entrar es la de los Apóstoles con el Santo Cristo. Ahí sí, como no queda otra y el rector de la Parroquia cierra el desfile, pues nos acercamos al sagrario, rezamos y besamos al crucificado procesionante. En cuanto salen todos cerramos las puertas y escuchamos alejarse la música de la banda que ameniza el recorrido. Agotaditos desmontamos cualquier ornamento porque al día siguiente hay que celebrar el oficio propio del Viernes Santo y se exige la máxima austeridad. Venga, que no decaiga, a cenar y a dormir.

Llegamos al viernes, el Monumento estará abierto desde las diez hasta las trece horas. Está así para facilitar la oración de los fieles, en todas esas horas, tres en total, dudo mucho que pasen ante el sagrario unas cincuenta personas, de las cuales hay que descontar a quienes ven sólo la exposición pero sin rezar ni un Padrenuestro. No importa, me estoy las tres horas pidiendo a Dios paciencia y aguante, un don y un verbo que en la Iglesia he aprendido a conjugar en todos sus tiempos y a esperar en todas sus formas. De los cofrades del día anterior ni uno. ¿Adoración del Santísimo? Pero ¿eso qué es?, la preocupación es bien distinta y bien diversas las inquietudes: ¿Esta noche salimos con cirios de verdad o con los de pila Duracell? Sí tío, la del conejillo. ¡¡¡Joeeer!!!

Venga, no te enfades, a cada cambio de hora me pongo en pie y rezo el Credo en voz alta, me acompañan los de siempre y echo muy en falta la compañía en el rezo del Hermano Juan. Seguro que lo hace desde el cielo.

A la una fin de la adoración, lo dicho, los desfilantes no han venido, tampoco los esperaba, hace años que dejé de ser un iluso gilipollas. Venga, cierra la iglesia, no te cabrees y a comer rapidito para hacer un poco de siesta, la tarde promete.

Vuelta a empezar, oficio de Viernes Santo, todo sencillo, muy sencillo. Se inicia el rito con la postración del sacerdote, advierto a los estudiantes que si ven que me pongo cianótico me ayuden a levantarme, cada vez me parezco más a las focas, y en esa postura, joer, es que clavaíto tío.

Venga, acaba el oficio y nos arrancamos con el último Via Crucis del año. ¿Asistencia? Como en la oración ante el Monumento, unas cincuenta personas y gracias.

Arreando, cierre de puertas y desmontaje del Monumento, cada cosa en su lugar, suerte de los colaboradores habituales, queda por desmontar la tienda regia, pero para eso hay que subir sobre la bóveda de la iglesia, han de ser tres hombres fuertes y debe hacerse de día, se deja para mañana por la mañana. Prosigamos, corre que te cagas hacia la Parroquia para ver, o mejor, para que me vean, en el “descendimiento”, lectura de las dos últimas estaciones del Via Crucis, e inicio de la procesión de ese día. Repetición de la jugada con nuevo recorrido, banda de música, dolor de caderas, preocupación por mi madre… ante mí repartición de caramelos, morillos alargando las manos, cristianillos sin bautizar haciendo lo mismo… Efectivamente todo, todo es una auténtica pasión.

Fin del recorrido y vuelta al templo parroquial, no entro, estoy preocupado por las horas que hace que he dejado a mi madre, me las piro para el Convento, le empiezo a dar la cena y voy a abrir la iglesia porque me devuelven al Cristo sano y salvo a pesar de los chirridos de las ruedas. Aguanta tío que ya queda menos. El desmontaje no es sencillo ni rápido, de entre los cofrades una auténtica excepción, hombre de Misa dominical sin falta, con comunión y seriedad, sin alharacas ni aspavientos, gracias Tomeu Rosselló, a ti y a toda tu familia porque sois gente de bien. A los otros desmontadores gracias también, aunque reconozco que me gustaría veros más a menudo. Gracias de cualquier modo.

Al cabo, sobre las 23’45 puedo sentarme a cenar, he acostado a mi madre, me duele todo y empiezo a preguntarme muy seriamente si todo este despropósito tiene algún sentido. Me vence el sueño, la fatiga y el dolor, venga, a la cama que mañana hay más.

Sábado Santo, la mañana en movimiento piu agitato, vienen los incondicionales a bajar la tienda regia y a plegarla, se guarda también la corona y vuelta a ornamentar la iglesia preparándola para la Vigilia Pascual, todo solemne, todos los cirios en su sitio y llenitos de aceite, el brasero en el patio, las candelillas a punto, también los lectores y encargados de funciones varias.

Ahí no me quejo, hay mucha gente y ambiente excelente, no tío, cofrades pocos o ninguno, los de las capas ya han dado por finalizada su función. Vigilia solemne, todo alegría pascual y la certeza de la Victoria de Cristo sobre la muerte que es lo único que da sentido a mis cuitas.

Ya más tranquilo ceno con sosiego, mañana celebraremos en la parroquia la última procesión, la del Encuentro. Mucha gente, cierto, pero tan cierto como que cada año hay menos. Llegué a Porreres en el año 1998 y recuerdo un montonazo de gente al final de la nave, de pie porque no se cabía, subiéndose incluso a las escaleras del coro para seguir la celebración de la Misa. En esta mañana pascual advierto casi vacías las cinco últimas hileras de bancos, eso, menos los que no están de pie en ninguna parte es el termómetro real de la descristianización de Porreres. Ahí sí hay cofrades, no nos engañemos, la Misa es la más solemne del año y se nota.

Finalmente, tras la consabida retahíla de avisos y agradecimientos se da por concluida la celebración.

Y listo, amigo, ya estoy donde quería llegar. Ahí, al final de la Misa de Pascua es donde se produce uno de los momentos más sinceros y auténticos. Un instante de verdad absoluta, sin mácula de engaño ni añagaza.

Trance mágico donde los haya en el que triunfa la evidencia, veracidad y exactitud. La franqueza, autenticidad y aseveración. Momento en el que entran a la sacristía algunos desfilantes y tras el saludo de rigor, sin rubor ni nada, sosteniéndote la mirada de forma casi hipnótica pronuncian la real, efectiva y empírica aseveración. Exacto, querido, con morrillos de uva pronuncian las cinco auténticas palabras que resumen la esencia misma de todo este gigantesco mogollón.

Lo has adivinado, ¿verdad?, efectivamente, las palabrejas son las que siguen: ¡Hasta el año que viene!

Pues eso, me voy hacia el Convento, agotado, triste y un punto cabreado. Lo sé con certeza y sin atisbo de duda. No los volveré a ver en la iglesia… ¡¡¡HASTA EL AÑO QUE VIENE!!! Pues nada, tíos, a disfrutarlo.