Desde hace un tiempo la expresión salir del armario se relaciona con homosexuales que hartos de una vivencia secreta, se deciden, en ejercicio de su libertad, por una vida sin mentiras sobre su sexualidad. Salir del armario significa, desde ese punto de vista, honestidad ante un mundo que debe respetar su tendencia, su vida, sus derechos. También supone, esa salida, el final de dolorosas dobles caras, de un mundo de mentira en el que la apariencia tuvo durante muchos siglos más importancia que la verdad. Salir del armario supone el triunfo de la honestidad personal y un avance social importantísimo en cuanto renuncia a estandarizar la sexualidad, y de paso acepta la pluralidad sin estigmatizar ni criticar, sin insultar ni apartar, sin sonrisas acusatorias ni adjetivos discriminatorios.

Salir del armario, no nos engañemos, solo es posible cuando una sociedad es adulta. Por mucho que un homosexual tenga clara la necesidad de la salida ésta no se producirá si el entorno es hostil, si la violencia impera cebándose en el distinto o diverso. Hoy en día, en nuestra sociedad, parece que resulta algo bien visto desvelar públicamente la tendencia sexual. Se aplaude la decisión de mostrar, se alaba la valentía del “confeso”, se anima continuamente al ejercicio de la sinceridad que, en su dinámica de generalización, alimenta el valor del dubitativo empujándolo hacia su propia y pública exposición.

Desde la razón no queda otra que felicitarnos de la realidad que vivimos en este terreno. También desde la ética aparece como preferible la verdad real a la mentira aparentada. Una sociedad madura acepta, incluye, respeta y convive. Los armarios desaparecen del terreno sexual en la medida que las salidas ni siquiera provocan ya la más mínima sorpresa. Aplaudo la destrucción de aquellos muebles vetustos y antipáticos, con regusto a alcanfor y espejo de cuerpo entero en el que uno debía mirarse para atinar en la forma de presentarse al mundo sin levantar comentarios. Descansen en paz semejantes artefactos, cajas de máscaras, biombos de mentira y desazón.

Contrasta y mucho, esta realidad positiva, con la actual obsesión de meter en el armario todo lo que sea cristiano. Da la sensación que a un cierto sector no le hace ni pizca de gracia mantener los armarios vacíos y una vez ahuecados de tendencia sexuales necesitan imperiosamente llenarlos de nuevos estigmatizados. Los armarios parecen fabricarse de nuevo y en su interior no habrá ropa femenina o masculina escondida en el trasfondo de un cajoncillo secreto, no, en el armario de nueva factura lo que hay son padrenuestros y crucifijos, misas y sacerdotes, opciones cristianas, profesiones de fe y la historia que hemos conocido y nos ha hecho. ¡Casi nada!

Todo aquello que hasta hace poco conformaba la forma de pensar y la conducta social respecto de la sexualidad es aplicado ahora de forma directa a la vivencia religiosa. Si hace unos años a la gente le molestaba ver besarse públicamente a dos hombres hoy parece molestarnos cualquier manifestación pública que exprese creencia en el Dios de Jesucristo. Hasta las expresiones empleadas por los ateos beligerantes son idénticas a las utilizadas hace unos años por homófobos militantes!: “bueno, mientras lo hagan en su casa vale, eso son cosas íntimas, hacerlo en público es una vergüenza”.

A los Cristianos parece que se nos aplica hoy, desde el poder, un tipo de discriminación que hasta hace poco se reservaba, entre otros, a los sexualmente distintos. Desde el gobierno se nos dice que la fe hay que vivirla en casa, y ese eslogan de puritanismo espiritual se repite una y otra vez de forma machacona; en el ejército se va arrinconando poco a poco, pero con firmeza, todo lo relacionado con la fe; en los espacios públicos se esconde avergonzadamente cualquier referencia religiosa; en los colegios retiramos la cruz y en su lugar colocamos un cartel en el que se anima a la juventud al uso del preservativo, por cierto, en el cartel en cuestión no falta la pareja de homosexuales vestidos de marineros, que mira que ya son ganas de remachar los tópicos. Conclusión sencilla ¿verdad?: ¡Sal del armario homosexual, el mundo te respeta!. ¡Entrad en el armario apestosos cristianos, esconded vuestra fe porque con vuestra creencia en Dios nos avergonzáis .

También desde grupos feministas, muy mal vistos hasta hace dos días, repiten consignas como esta: Apartad vuestros rosarios de nuestros ovarios y el aplauso está servido por grupos en creciente y preocupante expansión. Preocupante porque parece existir interés en estigmatizar a los que creemos en Dios y eso siempre es preocupante, y no por el hecho que los estigmatizados seamos nosotros, sino porque como sociedad da la sensación de que se necesite estigmatizar siempre a alguien, antes a la feminista, al homosexual, y ahora al cristiano..

Creo sinceramente que me he perdido algo y no atino a definir claramente el qué, cosa que me crea un profundo desasosiego. ¿Acaso la sexualidad es cuestión social y la fe cuestión privada? ¿Deberé anunciar públicamente los escasos ligues de mi juventud y acallar en temeroso silencio mi fe en Dios? ¿Se vertebrará la sociedad del futuro en base a los preservativos utilizados o solitarias masturbaciones? ¿Se levantarán templos sicalípticos de adoración sexual? ¿Cerraremos y ocultaremos nuestra fe secular? ¿O peor aún: ¿me condenarán algún día por ser sacerdote? ¿ me señalarán por creer en Dios?

Me parece escuchar alguna voz de advertencia en mi interior que me recuerda que ha sido la Iglesia tradicionalmente la persecutora principal del diferente sexual. Algo me advierte del peligro en el paralelismo que acabo de establecer y sin embargo me mantengo en él.

Cierto, reconozco con dolor y un punto de vergüenza nada disimulado que la iglesia ha perseguido, pero aviso que esa es una realidad tan indiscutible como la contraria, es decir, con el mismo tono de voz e idéntica expresión de cara puedo decir que la iglesia ha sido perseguida, no miento en ningún caso: Persecutora y perseguida, verdugo y mártir, sometedora y sometida, ambas realidades -no solo una- conforman la historia eclesial, casta et meretrix.

Coincidiremos supongo en la afirmación que una iglesia persecutora es una iglesia prostituída en la misma medida que una iglesia martirial es una iglesia santa. Lo bueno y lo malo aparece definido por el ejercicio de la bondad o maldad, la persecución es maldad cuando se persigue al justo, y esa maldad viene encarnada por el persecutor que puede ser ateo o creyente indistintamente; ser perseguido me santifica cuando el motivo por el que me persiguen es la ambición del bien, también en este caso los perseguidos han sido a partes iguales de unos y de otros. El homosexual ha pasado de ser perseguido a la libertad, me alegro sinceramente por él como persona y por todos como sociedad. Bueno será que ese triunfo de la civilización no se desdibuje en el absurdo de cambiar un perseguido por otro, porque en ese cambio la masa social continuaría dividiéndose entre persecutores y perseguidos y el tema constituiría una nueva vergüenza. No entiendo que el triunfo en la aceptación social de la homosexualidad sea un éxito si de lo que se trata en realidad es de crear una nueva estigmatización, en este caso de los cristianos. En el momento en que la sociedad deja de perseguir al homosexual para perseguir a la Iglesia debemos reconocer, con harto dolor, que humanamente hemos avanzado muy poco. ¡Una lástima!.