Tal vez nuestro tiempo sea juzgado por la historia como una especie de paréntesis en el progreso lógico de los siglos, uno más, tampoco se trata de dramatizar, la edad media fue casi en su conjunto un enorme paréntesis de mil años. Lo de ahora, nuestro actual paréntesis, viene a ser sobretodo una detención en la secuencia de avances éticos y morales en la misma medida que se produce un avance increíble en el campo científico-técnico. Da la sensación que en el terreno moral seamos protagonistas de una absurda obra de teatro en la que a fuerza de jugar a actores se nos hubiera olvidado el guión.

Bajo esa crisis de valores advierto que la norma, (entendida como patrón de conducta personal y social) es considerada por muchos como un atavismo del que nos hemos liberado. Si algo caracteriza a nuestra sociedad, y esto cada vez más, es la falta de norma ética o moral.

No estará de más algo de etimología que nos recuerde que tanto la palabra ética como la palabra moral vienen a expresar aquello que para una sociedad aparece como norma apetecida o costumbre, como forma de conducta socialmente preferida y considerada por tanto como buena, teniendo en lo inmoral lo contrario o malo, es decir lo no acostumbrado si se me permite la reducción de conceptos muy ricos y amplios.

Lo ético, lo moral constituía así la norma de una sociedad, entendiendo por norma como ya he dicho lo aceptado por la mayoría como positivo y preferible. De esta forma la inmensa mayoría de la sociedad aparecía formada por individuos normales o sujetos a la norma y en mucha menor medida por sus opuestos: los anormales que en modo alguno reconocerían la fuerza de una sensibilidad común y tendrían un comportamiento no aceptado, no acostumbrado, es decir: inmoral.

Las sociedades tal como las conocemos han avanzado y se han formado en base a lo normal, a la norma o regla, ética, moral, patrón social o de conducta. Formas que al ser socialmente reconocidas vertebraron el curso de los siglos hasta llegar al nuestro que, reconozcámoslo, resulta bastante anormal, es decir sin norma comúnmente aceptada, cosa por demás extraña.

En una de esas cenas de verano expuse esta teoría ante familia y amigos… ¡casi se me comen!, bueno también estaba Don José que por la experiencia que da la edad tomó la postura más inteligente, consistente en escuchar mucho y hablar muy poco. De cualquier modo creo que tengo mi lógica parcela de razón. Aducen ellos que probablemente las sociedades nunca habían estado tan normadas, cosa en la que yo también coincido y daré en eso la razón a Ofelia, Pepe, Juan, Carmen y Gema. Se crecieron al recordarme desde las normas de circulación a las grandes declaraciones de principios que pueden suponer los códigos legales. Vamos que el tema prometía. ¿Para una cenita veraniega? ¡Demasiado! Jjaj.

Argumento, aún en contra de la opinión de las personas a las que más quiero, que la existencia múltiple de normas no “normaliza” una sociedad. Más aún, puede darse el caso, y creo que es lo que sucede, que las normas se van dictando en la medida en que el legislador advierte en la realidad la necesidad de normar, de establecer límites, de acotar la anormalidad en la que estamos viviendo. Por eso hay actualmente esta abundancia de normas, simplemente por instinto de supervivencia social, que debe ser uno de los instintos más primarios, y también, por supuesto, por percepción de peligro real en caso de inhibirse el legislador en el dictado normativo.

Contrasta pues, y mucho, la superabundancia de normas con la vivencia al margen de la norma de grupos cada vez más prolíficos y variados, distintos entre sí y por supuesto anormados. Claro, una de las cualidades de la norma es que reduce la diferencia, por contra el desprecio de la norma establece distancias insalvables entre los grupos que la ignoran. ¿Que tendrán en común un gótico y un antitaurino, un nacionalista y un skin? Nada en común entre ellos, despreciada la norma que a todos aglutina, la pulverización está servida y el imperio del grupúsculo triunfa.

Es tanto el vacío personal de norma que con facilidad deja un hueco que necesita ser llenado, por eso sustituimos la norma general por algo que se le parezca, aunque, claro está, en pequeños grupos, parcelas del antiguo todo que ahora, como he comentado, aparece pulverizado. Inventaremos normas del grupillo, despreciaremos la normalización universal. Decidiremos nosotros en la singularidad de nuestra sacrosanta y libre opinión a qué norma me adhiero y cual desprecio, solo yo en mi indiscutible libertad decidiré qué norma me normaliza y ante cual aparezco como anormal.

En los días del mundial de fútbol pude leer una camiseta en la que el slogan era: Voy con el que vaya contra España, escrito en catalán, huelga decirlo. Es decir que la portadora de dicho slogan, siendo como es española a su pesar, renuncia a la norma, se la pasa por el forro y reinventa en norma personal lo que de otro modo era universal.

El nacionalismo es a mi entender una de esas pulverizaciones, maldecimos de la norma que a todos aglutinaba bajo el concepto Patria y al mismo tiempo nos emocionamos con la manita en el corazón cuando escuchamos el himno de nuestra comunidad autónoma o incluso de nuestra comunidad de vecinos, caso que dicha comunidad posea tal derroche emotivo-musical.

Incluso la forma de vestir aparece como anormal y pulverizada en la individualidad. De ahí se desprende que conceptos como elegancia, corrección o uniformidad aparezcan como muy pasaditos. Solo el gusto personal nos permite aceptar aquello que no violente nuestra libertad y en vez de aglutinarnos en la consideración de lo normal nos lanza a la anormalidad de mi propio criterio o como mucho del criterio del pequeño grupo que piensa lo mismo que yo.

Me comentan que los góticos más extremos duermen en un féretro para ser así coherentes en su elección de libertad anormal, o que las tribus urbanas reconocen en el grupo tribal la normalidad que niegan al conjunto social. Supongo que incluso los líderes de gorrilla torcida y medio culo al aire de mi instituto aparecen como sustitutos de la autoridad normal del centro, que a fuerza de ser ignorada acaba por considerarse a si misma fuera también de la norma… un drama!

El sentimiento de pulverización de la norma es tan vasto que cuando esta pervive en algún grupo social se le cataloga inmediatamente como algo indeseable, caduco, anticuado, atávico. Así sucede sobretodo en cualquier sociedad jerarquizada, que pese a quien pese es una forma normal a pesar de todo. Es multitud la gente que considera anacrónico que en nuestro tiempo conservemos, por ejemplo: Iglesia, Ejército, Monarquía… Lo anormal triunfa y por tanto lo normado, lo atenido a norma, lo normal, se hunde en la crueldad de la ignorancia colectiva, aunque se relama en lo particular sin norma, sin ley, sin principio, en definitiva en lo anormal como ya he comentado.

Levanto una bandera a favor de lo normado, de lo normal, de las realidades consensuadas por sociedades que elaboran códigos de comportamiento general bautizados como códigos éticos o morales. Necesito saber, en mi individualidad, qué actuaciones se alinean en sensibilidades comunes y cuales no. No se trata solo del consenso de detenerse ante la señal de Stop. Se trata sobretodo de establecer unos mínimos normales en los que se ayude al débil, se respete al pequeño, se valore al anciano y se reconozca la dignidad de la persona. Probablemente tenemos muchas normas, pero mientras esas realidades expuestas sigan sonando a utopía deberemos reconocer nuestra profunda, y tal vez antigua, anormalidad.