Hace años, cuando aún se empleaban discos coleccionaba música, mi preferida eran las canciones de ambos bandos en la guerra civil española, a mi padre le hacían revivir una época dolorosa que llevaba asida de la mano una ya muy lejana juventud, le gustaba escucharlas una y otra vez en el deseo de saborear de nuevo un tiempo pasado.

Entre las que recuerdo mejor aparece el canto “Negras Tormentas”, supongo que el recuerdo es selectivo y apareció refrescado hace unos años por la película Tierra y Libertad del inglés Ken Loach, magnífica por cierto, sobretodo la banda sonora.

Escuchar las canciones de esa época supone al oyente un viaje en el tiempo, una percepción nostálgica de una época en la que ideales o ideologías tuvieron un espacio en nuestra vida. Espacio muy importante, columna vertebral de aquel momento social hoy impensable, ideales e ideologías, buenos los unos, malas las otras, han corrido la misma suerte: la sustitución por el individualismo, cosa tan mala como las ideologías e incluso puede que peor.

En la resaca del parón general del 29 – S cabe preguntarse si no habrá sido esta huelga al movimiento sindical lo que el botellón a una cata de buenos vinos. A mí me da que efectivamente hemos vivido un sucedáneo de mala calidad que a nadie ha gustado ni saciado. El problema real aparece en el mismo momento en que, detrás del movimiento sindical, no hay más que la idea reduccionista y personal de lo que yo he de cobrar a final de mes, enterrado, previamente, todo lo que de ideal social o derechos del trabajador pudiera haber habido en el pasado. Lo colectivo ha muerto.

Pensar que los trabajadores constituyen hoy una clase es algo falaz. La realidad, mal que nos pese, aparece formada por la suma de individualidades que en nada se identifican con movimientos obreros ni nada por el estilo. Supongo que por eso suena gracioso el discurso de los líderes sindicales, gracioso y anacrónico porque al grito de Compañeros no se suma ni el gato. Bueno, también hay que reconocer que otra parte de la gracia estriba en el hecho de que para ser líderes sindicales están demasiado gordos. Les pasa a ellos, cuando hablan del sacrificio de los obreros, lo mismo que a mí cuando predico sobre el ayuno con mi tripa y mis carnes, no resulto creíble, pues eso.

La realidad actual, aunque nos pese, la constituye el triunfo de lo individual sobre lo colectivo. No es un triunfo nuevo, hace varias décadas que nos movemos en esas aguas, y por ese motivo me encantaría saber qué entiende un joven por movimiento sindical, sinceramente creo que no entiende nada porque a mi que tengo cincuenta me cuesta un montón. Lo individual está vertebrando nuestra vida y todo lo hemos construido en base a ello.

Cuando la sociedad pone al servicio de los jóvenes escuelas, institutos y maestros, formación profesional u otros recursos, nuestros jóvenes encuentran el agujero del gato en el tajo de la obra o en la bandeja de camarero. Han pasado de lo social montado para ellos y se han subido a la ganancia inmediata y egoísta considerando que quien estudiaba perdía tiempo y dinero. Su opción personal de ganar rápidamente ha tenido mucha más importancia que lo social. ¿De verdad pensáis que ese perfil se apunta ahora a una huelga como respuesta social a los planes de un gobierno? ¡Vamos anda!

La huelga real, la de verdad, habría que convocarla como el grito desesperado de una sociedad que está viviendo una recesión cultural y se está quedando sin médicos, abogados, ingenieros, filósofos o matemáticos… que se está analfabetizando a un ritmo preocupante. Una sociedad terrible a la que nos veremos abocados sin derecho a réplica cuando lleguemos a la vejez. Ante esa reacción de lo social contra el interés egoísta yo me apuntaría y sin dudarlo iría a la huelga. Haría huelga para que la paleta y el bloque nos devolvieran a nuestros mejores jóvenes robados por la ambición desmedida. Son cosas que habría que plantearse y cambiar sin tardanza.

Lo del discurso anacrónico de los sindicatos también debería replantearse y adaptarse a la realidad, no podemos dibujar la historia del sindicalismo a cada huelga porque el tema es muy cansino además de irreal: No podemos seguir hablando de los trabajadores y las trabajadoras como si formaran parte de un ente social con vida propia, léase sindicato, o agrupación obrera. No podemos referirnos al trabajador como si el currante individual y voluntariamente individualizado quisiera ser de ese grupo abstracto que aparece en la boca regordeta del representante sindical con el nombre falsamente familiar o grupal de Compañero. No se siente grupo, no es grupo, no hace huelga por el derecho de los trabajadores y las trabajadoras (que mira que es ya cansina la repetición en femenino). Si hace huelga la hace en cuanto a él individualmente lo han largado a la calle o le han recortado el salario. Repito, es un sentimiento personal, único por egoísta, para nada aplicable a los trabajadores como conjunto porque no siente pertenencia a ningún colectivo. Enterremos ya lo de Compañeros porque suena más anacrónico que lo de Hermanos en misa. Sigamos.

Hace ya varias décadas que la educación o mejor, la mala educación, se está alimentando de la fragmentación de lo social, del individualismo estricto. Las familias han permitido esa lacra hasta el punto que los miembros más jóvenes suelen aparecer más preocupados por la compra de la moto que por la separación de sus padres, triste resultado de una educación individualizadora en la que hemos concedido mucha más importancia a la rabieta del niño que a la palabra o reflexión del maestro; mucha más credibilidad al adolescente que a sus docentes; y hemos dedicado mucho más tiempo a nuestras cosas que a las de nuestros hijos, no toda la culpa es de los chavales.

No resultan extrañas las noticias de jóvenes que maltratan, incluso físicamente, a sus mayores. Tampoco las separaciones en las que el motivo principal es la incapacidad radical para llevar adelante un proyecto común que incluye a la pareja y a los hijos…

No pueden con la vida en pareja porque desde pequeños los hemos acostumbrado a que su voluntad era la única medida, el único límite. En cuanto hay que sufrir por la pareja o padecer por los hijos se bajan del tren aunque sea en marcha abandonándolo todo para continuar en la soledad del individuo liberado de toda forma de compromiso.

¿De verdad pensáis que este perfil, tan actual y tan nuestro, siente vibrar algo cuando nos referimos a ellos como compañeros o hablamos de la clase trabajadora?

No se si esta huelga ha estado o no justificada. El número creciente de parados parece dar la razón a quienes la han convocado y sin embargo son muchos más los que se muestran insensibles al dolor del prójimo, a su desgracia o su pobreza. Bienvenida la huelga si nos alecciona sobre la fuerza de lo social. Hasta ahora, distintos gobiernos y personas nos han aleccionado y alentado a conseguir las cosas sin esfuerzo consumiendo frenéticamente. Somos especialistas en vivir divinamente importándome un pito el malestar de mi vecino. Graduados superiores en pasar olímpicamente de lo político porque en realidad lo único que nos importa era estar bien individualmente. A eso, en el colmo del cinismo, lo llamamos sociedad del bienestar, nombre falaz que enmascara el egoísmo como forma de vida. Si ahora finalmente empezamos a tener claro que la palabra sociedad significa algo más que mi individualidad habrá servido de algo, aunque sinceramente lo dudo y la huelga… no me lo ha aclarado.