Observo que lo políticamente correcto (infame disfraz de la verdad, mezcla de barniz y maquillaje), se va imponiendo en todos los campos hasta conseguir y elaborar nomenclatura propia y apropiada a todo fenómeno que aparezca en nuestra sociedad, así la violencia sin más, la mala, la de toda la vida, se ha parcelado, se ha pulverizado en casuísticas interminables concretándose en algunos casos como en el que nos ocupa en definiciones acuñadas y aceptadas como por ejemplo el neologismo violencia de género.
En principio todos tenemos una idea bastante aproximada de lo que es violencia en cuanto forma parte de la antropología más fundamental y que consiste básicamente en imponer por la fuerza lo que la razón no acepta, violentar al otro para conseguir por medio de esa presión algo injusto u oneroso. En sí la violencia es contemplada como algo negativo y en el caso de ser aplicada al débil como algo simplemente despreciable, abusivo, inmoral.
Me ha llegado una publicación editada por un organismo competente en asuntos sociales en el que se hace una exposición detallada sobre la violencia de género. Me encuentro ante un problema comprensivo puesto que entiendo mucho mejor el texto y el contexto si lo dejamos simplemente en violencia y olvidamos el dichoso de genero, a mi entender esa reducción no hace más que marear la perdiz acotando y reduciendo un problema muy amplio y preocupante a un segmento menor.
Esa manía de parcelar realidades me parece absurda, resulta fatigosa por imposible la descripción del mal en todas sus formas, ardua tarea la de bautizar todas y cada una de sus manifestaciones. El mal es infinito en sus expresiones, la violencia es una forma grave y manifiesta de mal. Hablar de violencia debiera ser suficiente para entendernos sin necesidad de aplicar ninguna otra reducción o significación.
El librillo del que os hablo expone, nada más empezar, que la violencia contra las mujeres supone la peor de las violencias… lo siento, discrepo mucho incluso con enojo, se me antoja mucho más cruel la violencia ejercida contra un niño indefenso o contra un anciano dependiente, la manifestación del mal encuentra muchos puntos álgidos y la violencia contra las mujeres no es peor que la ejercida contra un minusválido o un marginado social. Todas estas formas de violencia son igualmente denunciables y sin embargo no aparecen bautizadas del mismo modo en que sí lo está la violencia de género. No hablamos de violencia pueril, senil, minusválida, o marginal, no por lo menos con la misma frecuencia y modos.
El peligro de las parcelaciones del lenguaje es que alimenta nuevas subdivisiones siempre posibles, me quedo en blanco cuando me planteo la posibilidad de catalogar una agresión de una mujer contra un hombre… ¿también en ese caso se considera violencia de género? Y cuando un adolescente insulta a su madre ¿hablamos también de género? ¿Supone igual catalogación el insulto de la nuera al suegro o viceversa? Conozco casos en los que el maltrato psicológico es ejercido sin ninguna distinción por ellos y ellas, ¿cómo se denomina a ese tipo de violencia? Puestos a acotar y parcelar podríamos hacerlo hasta el infinito, hasta el agotamiento.
El problema real es que vivimos un momento muy violento aunque nos empeñemos en afirmar lo contrario. Cierto, habrá que buscar las causas en un empobrecimiento progresivo de la educación, en la pulverización de la familia, en la desaparición de los mayores como modelo y consejeros y en un cambio de sociedad que sin duda nos ha hecho avanzar algo en algunas cosas y retroceder mucho en otras, por ejemplo en las formas de relación humana; antaño, sin duda, eran más educadas.
La escuela, lugar donde se me ha entregado el escrito, está repleta de violencia, no solo de género, que también, sino de todo tipo de violencia maleducada de muy difícil solución desde lo políticamente correcto. La violencia se manifiesta en la forma de hablar, de expresarse, incluso de vestir. Hay relaciones profundamente violentas entre colegas, que no amigos. Hay calzados agresivos, cinturones llenos de clavos, estética skin… solo por poner algunos ejemplos. Todo eso supone una continua manifestación de violencia.
Pero volvamos a lo de la violencia de género que el tema promete. Entre los jóvenes adolescentes se da un perfil femenino y masculino tremendo por lo sobrecargado y con sobreactuación mayúscula. No en todos, cierto, pero sí en el porcentaje suficiente como para ponernos en guardia. El machito va de machito a tope, y la chica igualmente exagerada en su rol. Bueno, ahí tenemos ya un tipo de violencia que mucho antes que de género lo es ya por falta de educación y decoro en el vestir, hablar y actuar.
Puede haber todos los ministerios de igualdad que nos de la gana, podemos seguir haciendo leyes de paridad o programas de radio titulados Con voz de mujer, podemos duplicar el lenguaje en femenino hasta hacerlo incomprensible por lo cansino, nada de eso resolverá el problema de la violencia porque de hecho, esa o cualquier otra violencia, no surge de la diferencia de sexos sino, sobretodo, de la mala educación y la ausencia de valores.
He apuntado más arriba que la pulverización de las familias como ámbito de amor y convivencia está en la base de muchas de las violencias que soportamos. Curiosamente de eso se habla bien poquito, da la sensación que cualquier reflexión sobre la familia nos retrotrae a épocas que queremos superar por anticuadas, y sin embargo la realidad y la verdad son más cabezotas que la exposición políticamente hermoseada. La crisis familiar junto a la mala educación suponen el humus del mal en muchas de sus formas, y entre esas muchas está la acuñada violencia de género o violencia machista.
A estas alturas tengo dificultad en aceptar sin más las informaciones que me llegan, muchas veces dibujo en soledad una sonrisa irónica o triste al escuchar esta o aquella noticia, este o aquel hecho. Cuando escucho lo del sometimiento secular de la mujer sé y acepto que existe en la afirmación una gran parte de verdad pero no toda la verdad. Si hablamos de sometimiento histórico habrá que hacerlo no solo en clave de feminismo o machismo, sino también de sometimiento del peón al patrón, de la dureza del trabajo en la mina o el tajo, incluso de la sumisión del pobre al rico, del ignorante al aprovechado, del pequeño al poderoso, del anciano al joven violento. El sometimiento no ha sido solo de la mujer, en eso llevamos todos demasiada sangre sudor y lágrimas, cuidado con relativizar el dolor porque a todos nos hiere, no solo a la mitad de la población en función del sexo.
Existe sin embargo un fenómeno nuevo que sorprende y que está directamente relacionado con la creación del concepto violencia de género entre otros muchos, me refiero a una cierta beligerancia femenina que no comparto ni comprendo.
Entendámonos, hago ya desde ahora pública profesión de fe en todos los artículos tocantes al respeto a la persona sin distinción de sexo, lo digo para ir aclarando el tema. El que yo no haga distinción entre sexos, sino que valore a la persona más allá de su sexualidad es precisamente la causa que me impide aceptar la violencia sexuada. Si seguimos los mandatos de la no discriminación (entiéndase ni positiva ni negativa) no entiendo como podemos después sexuar de modos tan repetitivos esta o aquella forma de actuar.
Un maltrato es una barbaridad, se ejerza contra quien se ejerza. Un insulto siempre hiere al insultado, la violencia afecta al violentado. Esto es así y debiera serlo sin más, el plus de maldad o gravedad será en todo caso proporcional a la indefensión de la víctima, sea esta del sexo que sea, que dicho sea de paso puede serlo de ambos.
Manifestémonos contra la violencia, contra el mal, contra la injusticia, contra los abusos y engaños. No sometamos al débil ni al indefenso, al olvidado o al inmigrante, a la viuda ni al huérfano. Levantemos bien alta la bandera de esa causa y si es posible olvidémonos de hacer cachitos de la tela para fabricar banderitas que no sen el todo, el conjunto. La violencia en todas sus formas es siempre violencia, posicionémonos en contra claramente y dejémonos de milongas restrictivas por más que aparezcan como políticamente correctas.