Ni siquiera era cada domingo, a lo sumo cada par de meses nuestros padres nos llevaban al cine a mi hermana y a mí. Yo nací en el 61 y mi hermana un poco antes pero poco. Era la época dorada del NO-DO, aquel noticiario y documental que antes de las películas aparecía en la pantalla precedido de una soberbia fanfarria y el vuelo del águila imperial ilustrando la realidad nacional, bueno, concedamos que no solo ilustrando sino también tergiversando algunas cosas, de cualquier modo no más que hoy como después explicaré.

Yo no creo que la intención fuera la mentira por la mentira, eso me parecería exagerado, tal vez sí aplicable a temas políticos pero no en el conjunto, digamos que el NO-DO mostraba el perfil correcto de nuestro país. ¿Qué quiero decir con eso del perfil correcto? Pues lo que digo, ni más ni menos: El lenguaje del NO-DO, el tipo de narración del inolvidable de Matías Prats Cañete introducía al espectador en una especie de máquina perfecta en la que la realidad era hermoseada para resultar atractiva y lo feo simplemente ignorado. Así aparecían inauguraciones, fiestas regionales, bailes populares, discursos, desfiles… todo ello aparecía impregnado de perfección, la voz del locutor era el emulsionante perfecto de lo que aparecía en la proyección. Esas imágenes, esa voz y una musiquilla ad hoc nos hacían creer que la realidad era lo que aparecía en la pantalla, e incluso en el colmo de nuestra inocencia podíamos llegar a creer que si algo no salía en el NO-DO distaba de ser del todo bueno o del todo real. Eso mismo pasa hoy con Internet ¿no? Ya he escuchado varias veces eso de que si una cosa no aparece en la red es que no existe. Bueno, pues nada mamá, te quiero mucho pero ya sabes… ¡no existes!

La realidad del NO-DO era comparable a lo que hoy denominamos lenguaje políticamente correcto, que mira que llegan a ser pelmas los de la corrección política.

Digo que es comparable por no decir igual, ya que la pretensión y el resultado de ambas formas de comunicar son idénticos, el NO-DO y la realidad de comunicación políticamente correcta forman parte de la misma sandez y tontería general establecida en los sesitos grisáceos de nuestros gobernantes ¡panda de lumbreras!

Desconozco la razón por la cual nos dedicamos a ese ejercicio redomado de eufemismos, a ese falseamiento de la comunicación hasta extremos insoportables, a esa exposición impoluta que al final de tan pulcra no admite más que pulcritudes o sea que para la vida no vale… me recuerda, ese leguaje, aquellas vajillas de calidad que se reservan para las fiestas señaladas, la ocasión de usarlas nunca llega, el día de la fiesta señalada nos vamos al restaurante. En fin, un lenguaje que no comunica ni transmite, sino que barniza cuanto toca enmascarando, e incluso destruyendo, cualquier atisbo de verdad; lenguaje elegante aunque pérfido que amaga más que muestra y disfraza más que describe.

Los tiempos del NO-DO tuvieron su réplica. Al melifluo devenir de acontecimientos en la pantalla le aparecieron, entre otros muchos, los hongos contestatarios de la canción protesta que triunfó y arrasó reproducida en cassetes medio clandestinos, menos solemnes que el NO-DO claro, pero con el regusto de lo prohibido que les concedía un añadido interés. Incluso quienes no participaban del pensamiento de la izquierda conocían canciones como l’Estaca o Al Vent y era extraño que no supieran incluso algo de la letra, tan honda caló aquella reacción entre el pueblo. La gente seguía acudiendo al cine, allí escuchaba la narración oficial de una España perfecta que no coincidía con la realidad, ya convulsa, de los años finales del franquismo. Después en casa escuchaban lo otro y tan tranquilos, una de cal y otra de arena.

Definitivamente existía un divorcio cada vez mayor entre la imagen de España que mostraba el NO-DO y la vida real. Al final, huelga decirlo, se impuso la realidad y no lo correcto, la realidad es tremendamente cabezona. Además, ¡que caramba! lo correcto hacía años que agonizaba tal vez ahogado en su propia bobaliconería, en una ceguera que solo veía lo que deseaba, e ignoraba lo que sucedía más allá del traqueteo de la máquina de cine, también caduca por cierto.

Del mismo modo el lenguaje políticamente correcto de hoy está viviendo, y nos está sometiendo, a un serio divorcio de la realidad. La verdad no entiende de correcciones porque lo feo y lo malo son conceptos reales y verdaderos aunque nos desagraden. En el ansia por lo correcto nos estamos emborrachando una y otra vez en la creación de eufemismos porque cuando el anterior pasa a ser usado de modo despectivo hay que inventar otro que no resulte ofensivo, así el tonto devino en retrasado, un poco después fue subnormal, pasó más tarde a ser minusválido, discapacitado posteriormente… supongo que me quedo corto y ya hay nueva nomenclatura. Es que parafraseando la Verbena de la Paloma El lenguaje avanza que es una barbaridad.

La cosa está clara y la persona afectada por esa u otra minusvalía, o como quiera llamársele, continúa padeciendo el mismo mal, y aunque le vayamos cambiando el nombre a su sufrimiento para nada podemos cambiar su realidad, que a fuerza de ser fea, no es políticamente correcta pongamos el nombre que pongamos.

Hoy hablamos de inadaptados en vez de maleducados, de falto de habilidades sociales en lugar del consabido antipático… así, uno tras otro, un montón de cambios hacia lo correcto, infinidad de eufemismos que inevitablemente nos conducen al comentado divorcio entre la palabra, pretendidamente hermosa, y la vida con gloria pero también con miseria.

Si la canción protesta supuso en su momento una reacción al empalagoso lenguaje del NO-DO los programas de telebasura son hoy los encargados de esa función reactiva. Aparecerá en el telediario el político de turno y nos hablará de problemas sociales puntuales en la salud pública. En el programa de pedorros o de imágenes de calle comentarán eso de forma bien distinta y mucho más comprensible: Los fumadores lo tenemos bien jodido ¿sabe usted?…

Lo políticamente correcto hablará de lo sexualmente diverso, del respeto a lo diferente y la riqueza que nos aporta la multiculturalidad; en los programas de reacción continuaremos escuchando alto y claro otro tipo de lenguaje que incluye palabras como: marica, boyera, hija de puta, mierda, ojala te mueras y un etcétera inacabable y mucho más vertebrado y contundente que el lenguaje del melifluo NO-DO actual. Seguiremos escuchando gentilicios generales y generalizadores como: moro, negro, machupichu, payoponi… Eso sí, da la sensación que quien usa ese lenguaje infringe hoy alguna ley tácita o explícita, vamos que actúa de forma clandestina ¡como cuando escuchábamos a Raimon en el cassete vaya!

A mi sinceramente me da un punto de pena que la reacción se haya producido de forma tan brutal y maleducada, admito sin embargo que no parece quedar otra alternativa porque el nivel de sandez propuesto desde el poder es infumable. Me comentan que incluso los cuentos de nuestra niñez, que de hecho suponen fabulaciones míticas internacionales y eternas, no son hoy políticamente correctos y que por tanto deberán revisarse. Claro que en la misma revista en la que se cuenta esta última parida aparece una Belén Esteban que está que se sale y de hecho es la que hace que la revista se venda. Sin ella la revista simplemente no se vendería, ¡que dura es la realidad!

La Belén Esteban triunfa porque asume el papel de quien representa la realidad; por la misma regla lo políticamente correcto fracasa estrepitosamente porque en su ambición de embellecimiento se aleja de la gente y de la vida a cada nueva tontería propuesta, por más que suene bien.

El ocaso del NO-DO vino marcado por una sociedad harta de desfiles e inauguraciones, cansada de perfecciones cinematográficas mientras en la calle los grises, porra en mano, no tenían nada de amables ni fotogénicos. El divorcio estaba servido y la gente de a pié apostó por la verdad porque era la única opción posible, lo otro constituía una fantasía, una ilusión vacua, tal vez bella pero ciertamente inútil.

El lenguaje políticamente correcto supone también un final de etapa, en su ambición por enmascarar la verdad fracasará como fracasa todo intento de establecer lo absurdo contra la lógica. Santiago Segura triunfa con su cuarto Torrente, en el entretanto habrá como cada semana debates en el Congreso… Torrente supone un éxito de taquilla, lo del congreso… mejor lo dejamos ¿verdad?