Hace tiempo que la idea me rondaba la cabeza, el catalizador ha surgido esta mañana a cuenta de una profesora que en la sala de guardias maldecía en arameo de la Iglesia a excepción de aquella “otra” Iglesia que se dedica a la acción social ¡vaya por Dios!
Hace años trabajé en eso, en la Acción Social de la Iglesia, concretamente en Hospital de Nit que venía a ser un albergue de transeúntes, alcohólicos, sin techo, inmigrantes y toda la mezcla que te de la gana añadir, y puedes añadir muchas cosas porque allí había de todo.
Estaba para ordenarme después de estudiar seis años. Ya sacerdote continué en la misma “empresa” y ahí estuve como unos diez años que no es mucho pero vaya, para hacerse una idea ya vale.
En todo ese tiempo mantuve incólume mi fe en la Iglesia como: Una, Santa, Católica y Apostólica, me sentí tan sacerdote como me siento a día de hoy dando clases de religión a quien quiera recibirlas de entre una pléyade de juventud bastante más complicada que los marginados a los que me refería más arriba. Era sacerdote y oficiaba misa diariamente, lo sigo haciendo pues en eso sobretodo consiste el sacerdocio; sigo rezando, cada vez más porque voy envejeciendo y sigo emocionándome ante la belleza o la ternura y cabreándome que no veas ante la injusticia. Comento todo esto porque no sé a que leches se refiere mi compañera cuando pone a caldo a la Iglesia excepto a la de acción social… no jorobes reina, somos los mismos y punto.
La opinión de mi selectiva y remirada compañera es una opinión bastante generalizada, vamos que no es que ella sea original ni siquiera en ese pensamiento. Una y otra vez se escucha proclamar un amplio respeto a la iglesia “social” y maldecir de todo lo demás. Incluso el cine aparece abarrotado de películas más o menos actuales en las que aparecen misioneros buenos y cardenales malos; marginados cuidados por curitas santos y posteriormente castigados sin piedad por una iglesia institución más mala que la quina… cansino el tema.
A mí, casi sin querer, se me ocurre comparar la postura de la sociedad hacia la iglesia con esa otra hipocresía grande y poderosa en la que se protesta ante la prostitución con la boca grande y gansa y posteriormente se acepta con la boca chica el mismo e idéntico hecho. Vaya, no, no te escandalices, yo no comparo a la Iglesia con una barragana, repito, yo no, pero ellos… ellos sí ya verás.
Veamos queridos: La Iglesia social es también la iglesia sacramental y ante eso poca broma. Como puedo hacerlo sigo hablando en primera persona y afirmo que yo era el mismo cuando quitaba la vomitona del alcohólico que cuando me ponía la casulla para oficiar. Tan Iglesia era en un momento como en otro y más, añado que ambas cosas son cristianas con la diferencia que la acción social es muy eclesial y muy evangélica pero la sacramental lo es más pese a quien pese porque es específica. ¿Acaso solo soy sacerdote cuando estoy con el pobre? No, claro que no, soy sacerdote siempre aunque a esa pléyade de caínes solo les interesa lo que pueden sacar de nosotros como Iglesia Sirviente importándoles un guano lo que podamos aportar como Iglesia Magisterial, Sacramental, Divina. O sea que me usan para lo que quieren y encima me tapan la boca. ¡Curiosa libertad la que me conceden! Lo dicho, como a las pobres chavalas traídas por las mafias del Este a las que se usa, de las que se abusa y a las que se les tapa la boca. ¿Entiendes ahora la comparación?
Es desde la Eucaristía y la oración desde donde brota el sentimiento de misericordia que nos impulsa a hacer algo por los demás. El amor por los pobres no se produce en la Iglesia por generación espontánea ni mucho menos desligado de lo sacramental. Cierto que el sentimiento de misericordia es humano y por tanto religioso y desde ese sentimiento de lo religioso/humano es desde donde me apunté a trabajar en lo social como parte de mi sacerdocio católico, apostólico y romano.
Tenemos en este tema una inmensa empanada mental; los misioneros están en el mismo barco que los cardenales de Roma y que el papa ¡a ver si nos enteramos! O sea, para entendernos y aclarar: es la Iglesia de Roma la que te envía a cuidar pobres, enfermos, olvidados, presos y marginados. No hay oposición porque cuando voy ahí a trabajar lo hago con la fuerza del sacerdocio que me confirió el obispo en nombre de la Iglesia. Mi sacerdocio brota de Cristo y la fe en Cristo me ha sido dada en el bautismo eclesial. Vaya, que quien me bautizó no fue un perro-flauta ni un señor con rastas, no señor; quien me bautizó fue un sacerdote, quien alimentó y alimenta mi fe no es un marginado ni un inmigrante, mi fe la alimenta la iglesia y la alimenta tanto y tan bien que me impulsa a acudir en socorro del necesitado, en ayuda del menesteroso, en auxilio del pequeño, del marginado e inmigrante que es objeto del amor de la iglesia: destino pero no causa, objetivo que no fuente.
Es la Iglesia de Roma, la grande, la del Vaticano con la columnata de Bernini y toda su púrpura, la que sensible al sufrimiento humano en todas sus manifestaciones, forma, envía, ayuda y vertebra la acción social: en el África profunda, en la casa de acogida a mujeres maltratadas o en la prisión, en el comedor social o en el barrio marginal, no es “otra” Iglesia, es la Iglesia de la que formo parte y de la que me enorgullezco en tanto los otros se sirven de ella, la usan y la vilipendian condenándola además al ostracismo, al más cruel de los silencios.
Cuando me hacen quitar las cruces de los espacios públicos incluidos hospitales, escuelas, edificios públicos y tanatorios me joroba un montón porque esa cruz representa a la Iglesia que protege sobretodo al pequeño, al olvidado, al débil, o sea, que cuando no la veo donde debiera estar lo interpreto como un aviso a navegantes: aquí no defendemos al pequeño, al pobre ni al marginado, aquí no somos Iglesia. Ok ¡queda claro! O sea que al pobre… ¡aquí ni agua! Cuando sí la veo intuyo ya la presencia de una institución divina que promueve al ser humano, especialmente a aquellos que mayor promoción precisan.
Mi compañera de trabajo tiene una visión desenfocada de la Iglesia porque piensa más con la víscera que con la cabeza. Me gustaría ser explícitamente capaz de hacerle entender que cuando me dedicaba a lo social era tan sacerdote como lo soy ahora solo que entonces necesitaba una dosis extra de belleza. Claro, si yo me dedico a restaurar retablos barrocos probablemente no necesite ese chute de hermosura, pero si me dedico a lo marginal sí, y es precisamente desde esos lugares desde los que yo clamaba por la belleza en la liturgia, la belleza de Dios que me diera fuerza en medio de tanta miseria. Después de pésimas noches en las que dormir era un imposible; después de jornadas de 60 horas semanales con horarios draconianos (los pobres no lo son de 8 a 2) insultos cada poco y violencia omnipresente, necesitaba desconectar, rezar y cargar pilas. En mi plegaria te aseguro que Dios nunca apareció como cuidador social y jamás pensé en un Cristo marginal o con cara de pobre, no caramba. En ellos, en los pobres, vaciaba yo el amor que de Dios me llegaba a través de la oración y la Eucaristía, pero repito, ellos no eran el origen del amor, eran los destinatarios, así de simple y así de complejo y por si no lo entiendes te recordaré que los pobres por definición repugnan y la liturgia atrae.
Supongo que por ese motivo aborrezco con toda mi alma y hasta el límite de la repugnancia el arte pobre, ya me entiendes, esos cuadrillos omnipresentes en conventos y eclesiales instituciones donde aparecen pobres amamantando o manos tendidas, donde se pretende una plasmación de belleza en algo que tiene de todo menos eso. Cuadritos peruanos, ponchos y demás parafernalia normalmente en carboncillo que hace más miserable… aborrezco todo eso con el alma en cuanto objeto de belleza, eso no es bello y punto. Si quieres belleza puedes buscarla entre otras cosas en una buena misa en la Basílica de San Pedro del Vaticano con procesión de entrada, casullas, el Santo Padre, los coros de cantores y lectores de perfecta dicción, eso es bello.
Bien, supongo que no he convencido a mi compañera, es lo más probable y sin embargo me da igual, tampoco ella me convence a mí. Creo en la Iglesia, que desde el Papa al cura social trabaja para mejorar el mundo en una misma e idéntica dirección. Desconfío montón y medio de quien utiliza mi trabajo religioso sin importarle mi opinión sacerdotal y bendigo a quienes desde una institución bimilenaria protegen al débil dedicando a ello su vida.
A los otros, a los que usaron a madre Teresa y jamás se acercaron a un pobre, a los que dicen maldecir de la iglesia rica y se pasan la vida consumiendo como posesos, a los que quieren acallar la palabra que habla de fe en Dios… el más total y absoluto de mis desprecios. Con los pobres, en al aula, y en el altar, soy sacerdote de la Iglesia Católica, si no se entiende eso no se entiende nada.