Después del último escrito sobre el 15- M he quedado repleto de preguntas, pocas respuestas y un cierto desasosiego. Busco sesudas reflexiones en gentes pensantes y así, una y otra vez leo, releo, escucho, observo a quienes parecen tener algo que decir en todo este marasmo en el que nos hallamos inmersos, entuerto ya dilatado que corre el peligro de normalizarse o conformarse.

Coinciden la mayoría de pensadores en que el origen, la causa del movimiento 15 M no hay que buscarla solamente en la brutal crisis económica que padecemos. Apuntan que algo más allá habría que buscar la causa de la crisis en un progresivo empobrecimiento, y finalmente abandono, de una escala de valores que hasta hace algunas décadas habría vertebrado nuestra sociedad y que hoy han desparecido, es decir, primero se pierden los valores, después como consecuencia de ese abandono nos sobreviene la crisis y solo posteriormente aparece el movimiento 15- M. Escucho la idea en diferentes versiones, hay coincidencia.

Comentan los pensantes que para rehacernos como sociedad se hace imprescindible la recuperación de esos valores perdidos a fin de revertebrarnos en estructuras diferentes, en algo que no esté prostituido o contaminado por los pecados que nos han traído hasta aquí: el tener, la inmediatez, el hedonismo puro, o las ambiciones de dominio entre otros muchos. Nuevamente se habla de gratuidad, esfuerzo, disciplina, familia (o similar), trabajo, constancia y un largo etcétera bautizado en su conjunto como escala de valores, escala antigua, uno diría que casi eterna en la que uno puede descubrir muy altos ideales, una humanidad muy humana, un hombre más noble. Según estos pensadores no se trata tanto de inventar cosas nuevas sino de redescubrir en nuestra historia aquellas actitudes e ideales, aquellas actuaciones y formas de pensar que resultan positivas, adoptarlas nuevamente enterrando las negativas que están en la causa, en el origen de este desbarajuste.

Escucho las propuestas y me satisfacen, yo también suscribo esa revalorización necesaria y urgente, también participo en la convicción de su necesidad. También yo veo que es necesario retomar esa escala de valores que jamás debimos abandonar.

Dicho esto añado que en algún momento sería también positivo revisar las causas del porqué en un determinado marco social, político e histórico optamos por el abandono de esas bondades llamadas valores que hoy parecemos querer redescubrir. ¿Por qué se olvidaron esas cosas?, ¿por qué la sociedad dio la espalda a esas estructuras sociales, a ese armazón que valía tanto para lo común como para lo particular? ¿Cuál fue la causa del olvido de lo bueno para entrar en una dinámica de adopción de lo malo, lo negativo y zafio? ¿Qué nos pasó?

Sospecho que lo que voy a exponer a continuación no será del gusto de los no creyentes y sin embargo creo que debo decirlo aun sin esperar consenso.

Cuando escucho a José Luís Sampedro comparar la teología con la ciencia ficción me entristece muchísimo porque de verdad pienso que existe una ligazón indiscutible entre una cultura religiosa y una cultura en valores. Procedamos a ese análisis y convengamos que más allá de los valores, más profundamente, hay que encontrar las raíces de lo que somos, y esas raíces o son religiosas o no son. Dicho de otro modo, todos los valores que actualmente presentamos como positivos y deseables arraigan en una concepción religiosa del hombre y del cosmos.

Tal vez sea hora de empezar a pensar que ha sido precisamente la negación de la religión el origen de la pérdida de valores. Posiblemente eso ha sucedido porque los valores no se vigilan ni alimentan a si mismos, la vigilancia en el cumplimiento de eso que convenimos en llamar valores venía dada tradicionalmente desde un campo superior, incluso podríamos decir supremo, un territorio sagrado, el terreno de Dios.

No es necesario, y es conveniente no hacerlo, pensar solamente en clave católica, no tenemos porqué puesto que el Cristianismo con sus dos mil años no deja de ser una religión moderna o novedosa. Pensemos, acaso para mayor acuerdo, en una concepción religiosa natural como la vivida en sociedades animistas o primitivas. Esas sociedades aparecían vertebradas por valores que arraigaban en el hecho religioso. Incluso más, la irrespetuosidad a los valores comúnmente aceptados se consideraba negativamente por cuanto suponía la negación de la Base Absoluta, un acto de desobediencia a Dios o a los dioses a los que esa tribu o grupo humano se sometía voluntariamente por conformar (esa idea de divinidad) el sustrato teológico necesario para desarrollar cualquier legislación, ética o moral, personal y/o grupal.

La negación de Dios, abrió la puerta a la relativización de los valores que, al perder su raíz divina perdían su alimento y posteriormente su fuerza. Es cierto que sin Dios los valores se han mantenido unos años; ha sucedido con esos valores desarraigados como con una muela a la que quitan el nervio y al hacerlo se sabe que poco a poco se debilitará y acabará cayendo. Aguantaron unos años sin Dios pero acabaron sucumbiendo. Los valores sin la religión son esqueletos que se secan, estructuras que se empobrecen y solo sostienen un tiempo el edificio porque al no recibir vida de un Ideal Supremo se debilitan y al final, perecen de forma inexorable. Incluso los ideales más laicos y laicistas, aquellos derivados de la Revolución Francesa sufren actualmente el mismo e idéntico mal, de lo que se desprende que una sociedad sin Dios es posible pero está por ver que sea mejor. Abundando más en el tema cabría pensar si verdaderamente es posible la pervivencia en el tiempo de una moral totalmente laica que, sin divinizar a Dios, sea capaz de no divinizar tampoco al hombre y retroalimentarse, como tal moral, en su propia esencia. Lo veo complicado, los valores sin Ideales sucumben y punto, no se retroalimentan.

Entiendo pues que la crisis económica ha venido precedida por una brutal crisis de valores. Del mismo modo comprendo que la pérdida de valores ha venido alimentada por el olvido de la religión, por la negación sistemática de Dios por parte del hombre. Así pues concluyo el silogismo: La negación de Dios está en el origen de la crisis actual.

La religión vertebra y vivifica los valores, los alimenta porque supone la ambición máxima del hombre que es la búsqueda del Bien y es antropológica, no es una imposición sino la expresión más rotunda de la propia humanidad. Repito, la religión es la búsqueda del Bien, forma parte de la antropología más fundamental y de ella, de la religión, surge la escala de valores.

En esa búsqueda del Bien el hombre intenta sintonizar con el Ideal Absoluto de Bondad, Verdad y Belleza, o sea con Dios, y a partir de ahí, de esa buscada sintonía, puede pensarse y se piensa a sí mismo como criatura de ese Creador que es el Bien Absoluto. Toda la vida del hombre será entonces un ejercicio de aproximación a ese Bien Absoluto a través de obras y actitudes, formas de pensar que sintonicen con el Ideal.

En un purísimo ejercicio de libertad personal existe además, ha existido siempre, la posibilidad de adherirnos al Ideal o la de alejarnos de El: comunión con Dios o alejamiento total; proximidad al Bien, o alejamiento en dirección totalmente opuesta; sintonía simpática, o ruptura total. Para un pensamiento laico ese supuesto simplemente no existe en relación a Dios, y sin embargo sí existe en relación a la república, al bien común, a un pensamiento social etc. El concepto de libertad y su consecuencia (en forma de premio o castigo) subsiste en el hombre y se manifiesta de forma natural en la religión y con algo más de impostación en el pensamiento laico; de cualquier modo se produce puesto que los conceptos “bueno o malo” – “acercamiento alejamiento” aparecen en el pensamiento religioso y en el laico de forma similar aunque el papel de juez pueda ser representado por Dios o por la república, por lo sagrado o por el senado. En definitiva, por una estructura superior se adopte la forma que se adopte.

Convengamos entonces que tanto el pensamiento religioso como el laico necesitan de un referente supremo que resulte indiscutible. Una realidad trascendente que no resulte manejable por la volubilidad humana. Vaya, para aclarar: o Dios o algo que se le parezca mucho. De hecho pienso que está clara nuestra fabricación de realidades “intocables” en la medida exacta en que renunciamos a la religión. Cuando renunciamos a Dios necesitamos fabricar algún sustituto que remedie su ausencia ¡curioso el tema!

La necesidad de Dios como fundamentador de valores resulta para mí indiscutible. Cierto que existen actualmente valores que parecen auto-alimentarse y por tanto aparecen como libres de toda sacralización, pero incluso en esos casos, aceptada la realidad totalmente laica, perdemos muchos puntos desacralizando. Esto podría ilustrarse actualmente con la sensibilidad ecológica, la cual parece no tener arraigo en Algo Superior. Veamos el caso con detenimiento.

Muchas veces explico a mis alumnos que la ecología como valor actual, resulta indefectiblemente la hermana pobre y quizá algo tonta de la religión. Me miran con cara de pasmo, seguramente no comparten mi opinión y sin embargo… sin embargo habrá que plantearse en algún momento que tipo de sociedad protegerá y ha protegido históricamente mejor un bosque. Propongamos dos sociedades a modo de ejemplo: por una parte una sociedad primitiva-animista, por la otra una sociedad actual, desarrollada y sensible al tema de la ecología. Evidente que la actuación de uno u otro colectivo humano sobre ese bosque imaginario será bien diversa aunque en formas algo parecidas.

La sociedad primitiva-animista considerará al bosque Lugar Sagrado. Para empezar el bosque no es un lugar sino El Lugar. Desde ese presupuesto no cabe más que una relación reverencial hacia él, hacia las ánimas que contiene, hacia lo que supone el conjunto como fuente de vida y explicación de la muerte. Continente y contenido gozarán de idéntica sacralidad que a la postre, y en el tema que nos ocupa, supondrá una preservación, una defensa y protección claramente insuperable. La violación sacrílega del bosque no se contempla en esa cultura bajo ninguna circunstancia, solo la aniquilación del hombre desprotegería El Lugar.

La sociedad actual, desarrollada y ecológica solo empezará a defender el bosque en la medida que corra peligro real. La cosa es clara, nadie tenía sensibilidad ecológica mientras duró la sensibilidad religiosa que contemplaba la naturaleza como obra del Creador. Desaparecida esta, convertida la naturaleza en mercancía y los bosques en materia cotizable, se ha debido proteger al bosque de otro modo, mucho menos eficaz, mucho más irrespetuoso aunque ciertamente más laico.

La valoración de uno u otro sistema de preservación nos puede conducir a interesantes análisis en los que se pondrá de manifiesto lo que poco antes he expuesto: eliminada la religión natural hemos tenido que inventar una pseudo religión ecológica que sustituya a aquella, ciertamente con peor fortuna aunque con igual o parecido adoctrinamiento. El adoctrinamiento ecológico es comparable al religioso con la diferencia que el primero, el ecológico, resulta acotado por el objetivo puramente natural e incluso relega al hombre como “molesto” en los espacios protegidos; el segundo, es decir el religioso, vertebra toda una cosmovisión que incluye al hombre como criatura y le concede la preeminencia en la creación, la protección de la naturaleza estaba asegurada con la sacralidad que el hombre concedía. Dicho de otro modo, el hombre no sólo no “molestaba” sino que resultaba necesario como venerador de esa sacralidad.

Así pues y concluyendo. Los valores no se alimentan a sí mismos, no viven por sí mismos, no se sostienen por sí solos. Podemos hablar de crisis de valores porque ciertamente esa es la realidad que estamos viviendo, pero al mismo tiempo debemos denunciar la ausencia de sustrato sobre el que esos valores, hoy en crisis, puedan vivir. Necesitamos Ideales Supremos y paradójicamente podemos hallarlos en religiones liberadoras o en ideologías sometedoras, de cualquier modo necesitaremos de esas realidades que estén más allá de los valores. Solo resta pues elegir sabiamente, y despreciando aquello que puede aniquilarnos, optar por el más alto Ideal, tal vez aquel que desde una cruz habla de perdón y reconciliación, de un Amor Divino que ni el Mal más absoluto ha podido derrotar.