Con estas palabras el diácono -cuando lo hay- usa el imperativo dirigiéndose a la asamblea de fieles reunidos para celebrar la Eucaristía. No hay otra opción, la Eucaristía no puede celebrarse si antes no somos capaces de darnos fraternalmente la paz los unos a los otros.

Viene esto a cuento de la JMJ, o sea, del encuentro de los jóvenes con el papa Benedicto XVI. Las cifras eclesiales hablan de dos millones o más, las del laicismo beligerante con las comunidades de base de guitarrilla y moho casposo, de unos miles; de cualquier modo una barbaridad de gente lo diga Agamenón o su porquero.

En este final de etapa que estamos viviendo con modelos que se deshacen como azucarillos; en este cambio de paradigma en el que la definición tan sobada de sociedad del bienestar ya cabrea un montón por irreal y por necia; en este mundo desnortado y sin referencias las palabras del diácono suenan con una fuerza brutal: Daos fraternalmente la paz. ¡Ahí es nada queridos! Nosotros, los cristianos decimos eso, y mientras tanto… ¿Qué dicen los de enfrente? Veamos, veamos…

No hace mucho en las asambleas de indignados podían leerse pancartas bien curiosas como una que llamó mi atención: No he estudiado 5 años para cobrar 500 euros. Ay, que penita ¿verdad? Al final hasta las asambleas respondonas pecan de lo mismo que los provocadores de la crisis. Al final digo la cuestión parece económica siempre, hagan la revolución los de arriba queriendo más beneficios, o los de abajo con idéntica ambición. Y yo me pregunto porque diablos usarán eufemismos y paráfrasis pudiendo usar un lenguaje directo y claro como por ejemplo: Quiero cobrar más. Incluso esa fórmula puede mejorarse: ¡Páguenme más coño!, la cosa queda más clara así, en imperativo y con taco.

Convendremos sin embargo que hay imperativos e imperativos, o sea que aunque el tiempo verbal sea el mismo, el verbo utilizado dará un sentido u otro a la frase o demanda. En el caso de la misa se pide a los concurrentes que se den la paz, en el otro caso más parné; lo uno es pura gratuidad cristiana, lo otro conveniencia económica pura. Se me antoja que la revolución verdadera puede venir mucho más por la donación de paz que por la exigencia de monises.

La resaca de la JMJ ha dejado imágenes curiosas, como aquella tan vista en la que una joven reza mientras es insultada de forma tremendamente agresiva por unos pocos pero muy bestias. Esos bestias, llámense indignados, ateos o antiloquesea manifiestan una curiosa concepción de la libertad en la que su cabreo debe pasar sobre cualquier cosa a fin de dejarnos claro su punto de vista. De acuerdo, entendido, os enfada la visita del papa, os enoja que un montón de gente rece, os indigna que España sea un país con raíces católicas, os rebotáis contra el cristianismo, vuestra violencia se manifiesta en el gesto airado, en el grito violento… Sabed que mientras tanto desde la otra parte seguirá sonando la perfecta armonía, palabra divina que desea la paz.

Entiendo que nuestro mundo, nuestro momento histórico necesita alternativas, y sin embargo, puesto en la disyuntiva del berreo agresivo o el deseo de paz me inclino por lo segundo y abomino de lo primero, la cosa es simple: si he de desearte algo verdaderamente alternativo te desearé paz; si pienso en la posibilidad de cambiar el mundo lo haré solo desde la paz. Constato con tremenda tristeza que la alternativa al Cristo crucificado y auténticamente alternativo es la violencia que se impone; la fuerza que no respeta; el grito maleducado que ahoga cualquier razonamiento pacificante. Se presentan como alternativos pero su violencia es tan antigua como el pecado mismo, su alternativa es inválida porque pretende la anulación del contrario contemplado siempre como enemigo en perpetuo cabreo.

Desde el laicismo beligerante y las comunidades de base (menuda simbiosis) se reclama al papa un acercamiento a los más desfavorecidos; nos recuerdan el coste de la papal visita; nos insisten en la laicidad del Estado… Me da la risa, lo siento: El acercamiento a los desfavorecidos lo lleva ejerciendo el papa desde el mismo día de su elección, más aún, durante toda su vida, en ningún momento ha dejado de pensar en víctimas, pequeños, desfavorecidos, marginados u olvidados. El papa no es un jugador de fútbol que acude una vez al año a una clínica de niños con leucemia para hacerse la foto y firmar camisetas; el papa sufre el dolor de la humanidad cada momento de su vida, afirmando a pesar de todo que la esperanza en el Dios de la Vida es mayor que la fuerza del mal por poderoso que este sea. Eso queridos no lo dice el alternativo indignado de las acampadas de Sol, lo dice el papa que ciertamente se indigna ante el Mal y propone la verdadera Alternativa del Evangelio.

Aún en clave de paradoja quiero decir que alucino cuando escucho algo sobre el coste de la vista del papa a España y veo un silencio social tremendo e inmenso ante los contratos millonarios de jugadores del balón que por dar patadas se llevan un pastizal alucinante, oye, y que nadie dice nada, ¡ya te vale! ¡Viva la coherencia coño!

En cuanto a lo de la laicidad del estado… pfff ¿que quieres que te diga?, que somos un estado laico es algo que viene recogido en la constitución y escrito no queda mal del todo, resulta modernillo. Sin embargo deberemos reconocer que España no es laica porque su población no lo es, y eso es así pese a quien pese, que vamos… pesar pesar pesa a pocos.

Imagino que cuando uno pone algo por escrito y lo hace en un marco tan solemne como el de la constitución lo hace más como declaración de intenciones que como definición de la realidad. Franco se repitió a sí mismo muchísimas veces aquello de que “España es una unidad de destino en lo Universal” y la cosa tampoco pasó de ser eso, una pura declaración de intenciones que solo contentaba a sus adeptos dejando indiferente al resto, y lo del Contubernio Judeomasónico Internacional pues lo mismo oye. Como frases quedaban bien, como realidades eran una auténtica chorrada.

Pregunta tú a la marianísima Andalucía si España es laica; pregúntalo a los jugadores del Barça cuando van a ofrecer sus copas a la Moreneta o a los del Madrid con la Almudena. Mira el horizonte de nuestros pueblos y ciudades plagadas de campanarios y contéstame si de verdad crees en la laicidad real de nuestra tierra. Hace falta ser un bobo rematado o tener muy mala leche para negar lo evidente, y lo evidente, pese a quien pese es que tenemos de laicos lo mismo que de astronautas. Los hay, claro está, pero son cientos contra millones. El resto a lo sumo serán despistados, no practicantes, pasotas… pero ¿laicos? ¡Anda ya!

De cualquier modo me quedo con lo del principio, vivimos tiempos en los que el horizonte no se ve claro: nieblas de crisis, incertidumbres laborales, cambios sociales parecen apuntar un futuro desconocido y desconcertante. Es ante ese futuro y de cara a él desde donde la voz imperativa del sacerdote o diácono me consuela. Si somos capaces de darnos fraternalmente la paz la revolución real habrá triunfado y con ella también el hombre vencerá. Sinceramente no concibo mayor revolución que la que pudiera llevar escrita en su pancarta ese magnífico y genial mandato: Hermanos, daos fraternalmente la paz. De repente todo fue luz, el mundo cambió.