Estamos ya muy cerca de la cita electoral del 20 N, bonita fecha elegida de forma nada casual y que en mi opinión pretendía, por parte de los convocantes, recordarnos al coco del franquismo en día tan señalado. No sé si la memoria nos llega a condicionar tanto, cierto es que la fecha añadirá otro difunto más a los ya celebérrimos José Antonio Primo de Rivera y Francisco Franco Bahamonde. Habrá, digo, que añadir a ellos el cadáver político de José Luís Rodríguez Zapatero. Hombre, yo por distanciarme hubiera elegido otra fecha, pero bueno, ya está bien así. Añado además que aquellos, muertos como están, mantienen aún, nos guste o no, grupos que les siguen. Este sin embargo, vivito en carnes, aparece cadavérico total en cuanto a seguidores o simples simpatizantes. La cosa es paradójica, lo dicho, otra fecha hubiera resultado mejor aunque fuera nada más que por simple prudencia.

Más allá de los resultados, por demás previsibles esta vez, cabría preguntarse sobre los contenidos reales de las propuestas que nos hacen unos u otros. Comento esto porque de un tiempo a esta parte andamos muy mareados, poco claros, sobrados de colorines y faltos de horizonte real, espejismos creo que lo llaman.

Considero que la realidad que estamos viviendo es extrañamente apolítica, claro no soy politólogo, no tengo ni puñetera idea y sin embargo me da que lo público, lo político de polis ha sucumbido ante una estructura mayor y más poderosa, o sea, bajo la economía no en sentido griego, sino entendida únicamente como el poder del dinero. Ella es en verdad la que marca el ritmo mundial, la que somete a pueblos a la hambruna, la que levanta a otros hasta los límites de lo éticamente aceptable o no, la que nos sume en crisis o en renacimientos económicos, y todo ello prescindiendo, la mayoría de las veces, de los actores que anden en el poder en uno u otro momento. La política esta enferma y la economía sobredimensionada. ¡Tenemos un problema!

Resulta sin embargo que por formación o deformación mantenemos estructuras políticas formales que representan el papel de aglutinar formas de pensar en partidos, grupos, asociaciones, sindicatos etc. Esas estructuras políticas no conforman el esqueleto social real; el verdadero esqueleto aparece constituido casi de forma exclusiva por esa economía monetaria que comentamos y que de verdad nos afecta a todos individual y colectivamente. En todo caso la política vendría a ser tan solo el maquillaje de aquella tramoya verdadera y estructural, la máscara colocada sobre el cuerpo, el pigmento, solo eso.

Me da la sensación que no hay en este momento ningún político que se sienta libre de la presión o la opresión económica. No se trata que estemos o no en crisis, se trata sobretodo que, en buena medida, el éxito o el fracaso de su gestión deberá rendir cuentas, no ante el pueblo que lo votó, tampoco ante sus ideales a los que en conciencia se debe, sino ante la banca nacional, europea, mundial… ante el motor del dinero. Éxito o fracaso irán irremisiblemente ligados a términos como pérdida o ganancia, así de simple, así de pobre, así de cruel.

La ilusión del pueblo no aparece hoy centrada en tener buenos y sabios gobernantes, sino en tener buenos gestores del dinero, como si eso fuera lo único que definiera a un buen o mal político. La cosa tiene su gracia, conozco a más de uno que resulta ser un magnífico gestor de su patrimonio, y es tan ajustado en su economía que al final acaba siendo el muerto más rico del cementerio para regocijo de sus herederos. Concluiremos entonces que la economía, siendo importante, no puede ni debe ser la única preocupación de quien gobierne. Cierto que no podemos ni debemos despilfarrar como en los últimos tiempos, pero tampoco podemos pasarnos la vida en plan Diógenes con las lentejas, habrá un término medio, parece lo lógico. En ese término medio debería desarrollarse la labor política ahora desaparecida por aplastamiento o excesivamente agazapada y llenita de complejos.

La realidad actual es que la economía lo pringa todo, demasiado, tanto que cabe preguntarse si puede existir continuidad en la política tal como la hemos entendido históricamente, tal como se ha venido desarrollando a través de la historia, es decir, cabe preguntarse si existe algún modo de hacer política distanciándola del movimiento económico actual, bueno más que movimiento tsunami. Personalmente opino que no, no hay manera de desligar lo uno de lo otro en la coyuntura actual, y sin embargo aparecemos convencidos en el mantenimiento de las formas aunque sean solo eso, unas formas de pura apariencia, de escaparate, de galería. Es precisamente esa exhibición teatral de la política condicionada la que nos ha acompañado en los últimos tiempos, y es esa la forma de hacer “política” ante la que deberíamos enervarnos con todo el peso de nuestra razón porque está fundamentada en la mentira, en la perversión que concede al dinero superioridad sobre toda cosa, incluidas las personas.

Estamos viviendo tiempos en los que la clase política no ofrecen nada más que apariencia, puro plástico, maquillaje a tope y ¿Cómo reaccionamos? No, no me contestes con el rollito de los indignados porque incluso ese movimiento parece picado también por la arañita económica, si les damos un sueldo y pueden pagar su hipoteca se desindignan que no veas, no, ese movimiento no me vale. Si hemos de recuperar la política, el arte de lo público, deberemos primar lo que nos ennoblece como sociedad, y eso no puede ser cuantificable en euros.

En tiempos y situaciones en las que somos capaces de ejercer la gratuidad y tener sentido del deber, responsabilidad y compromiso, disciplina y seriedad, suponemos una verdadera alternativa, no nos indignamos y dignificamos nuestro entorno; en el momento que dejamos de hacerlo y aceptamos la primacía del poseer, nos corrompemos humana y socialmente. Necesitamos con urgencia una nueva gratuidad tal vez reimportándola de nuestros ideales de juventud.

La reacción al absurdo que vivimos debería venir nuevamente por la recuperación de ideales políticos que hace tiempo perdimos en el laberinto de los números. La izquierda perdió su horizonte y, desnortada y derrochona, pretendió recuperar, no ya la esencia de su ser, sino lo anecdótico de su historia. Así fue como se montaron sus numeritos caricaturescos anti Iglesia que no sirvieron para nada, y una sarta de tonterías mayúsculas que abarcaban, desde el matrimonio gay hasta los miembros y las miembras. Han gobernado a golpe de efecto y política de grupillo, olvidando sus históricas ansias de lucha por una calidad humana y auténtica de los trabajadores. No han podido hacer política de izquierda porque en su eslogan por sostener y mantener el Estado del Bienestar proclamaban sin decirlo que abandonaban definitivamente sus raíces y asumían como propio el proyecto de la derecha. En todo caso la diferencia entre el Estado del Bienestar de unos u otros se diferenciaría en la sutileza que unos iban a misa y los otros no, ¿no radicaba en eso la diferencia? Y si no radica en eso… ¿en que se diferencian sus proyectos?

La derecha anda lo mismo, perdida y sin rumbo, no encuentran su identidad porque a la práctica deben representar también al currante y han de desarrollar políticas sociales… la identidad de izquierda y derecha se ha borrado, se ha diluido en el marasmo monetario. Los mercados no entienden de derechas o izquierdas; un euro en mi bolsillo no difiere del que lleva quien no piensa como yo, y más, seguramente el uso que le demos él o yo tampoco será muy distinto.

Me resulta chocante que estos días se haya añadido al reality show de la política patria el tema del nacionalismo con el anuncio de ETA que nos dice que ya no será más la mala de la película, que todos sus integrantes quieren ser buenos y que de hecho siempre quisieron serlo. Bueno, como declaración de intenciones vale, pero mientras sigan apareciendo en forma de condones albísimos con boina y puño desafiante voy a desconfiar. Sé que soy raro pero lo nacional y lo nacionalista me resulta chocante y pelín anacrónico.

No concibo la importancia de los nacionalismos o nacionalidades ante la apisonadora numérica de las finanzas que, como hemos dicho, son las que de verdad mandan. ¿Acaso la cuatribarrada me ayudará a pagar la hipoteca? ¿Será la rojigualda la razón por la que el banco me renegocie la deuda? ¿Tal vez la ikurriña me pondrá más baratito el kilo de pollo? hace falta ser necios para creer tales despropósitos. Con uno u otro colorín, con uno u otro himno nos encontraremos ante el coco de los mercados y las finanzas internacionales a las que, por cierto, les importa un pimiento si vibro emotivamente con Els Segadors o con el Tambor de Granaderos, repito, les da exactamente igual.

No voy a mentir, tampoco a mí me importa una gaita la lagrimilla nacional ni nacionalista, me pongo a llorar a borbotones cuando pienso en como pagar lo que debo. El vibrar de mi cuerpo no responde al hipo emocionado de escuchar un himno sino al tembleque convulso de intentar saber si el año que viene me renuevan o no el contrato. ¡Como para andarnos con trapitos y fanfarrias! El vino de nuestra tierra, bebimos en tierra extraña…Bella canción pero pasadilla de moda. ¡Un genio la Piquer! Esa sí imperecedera.

Total, que se acerca la hora en la que debo decidirme por algún candidato y siento desasosiego porque no me gusta ninguno. Sus discursos me siguen hablando de economía y a mi me apetece que me hablen de la dignidad de las personas. Me cuentan recetas para salir de la crisis y regresar al Estado del Bienestar; me salen sarpullidos porque a mi lo que me apetece de verdad es no volver jamás a aquella locura que nos está arrastrando por el fango de la más absoluta miseria moral. No escucho nada serio sobre proyectos de futuro y siento añoranza profunda de los políticos que en un pasado no muy lejano conformaron nuestra actual democracia, si pudiera los votaría a ellos en conjunto y suspendería a los actuales. En definitiva sus argumentos me parecen tan pobres que su campaña puede resumirse en un triste, grisáceo, y lacónico: Votadme a mí. ¡Una pena!