¿Recuerdan el filme del genial Berlanga donde se ridiculizaba la filia hispano americana de los años 50? Seguro que sí.

Estas semanas estamos viviendo algo parecido con la visita pastoral del Sr. Obispo Jesús Murgui al arciprestado Des Pla conformado, entre otras, por la parroquia de Nostra Senyora de la Consolació de Porreres, pueblo que amo, al cual sirvo y desde el cual escribo.

Advierto ya, desde ahora, que Luís Berlanga ponía el énfasis de su crítica sobre la actitud pacata y bobalicona de unos españolitos pueblerinos y casi analfabetos, imagen de la España rural de aquel entonces, que ponían corazón, alma y esperanza, en la visita a su pueblo del todopoderoso yanqui, personificación de Estados Unidos que, cual primo de Zumosol, debía inyectar riqueza, fuerza, vida y futuro a un paupérrimo pueblo de honda raigambre, antigua cultura y absoluta pobreza.

Porreres no es pobre, de ninguna manera ignorante, y en modo alguno bobalicón ni pacato. ¿A que entonces la comparación? Vayamos por partes. Espero no ofender a nadie si manifiesto que, a mi entender, una de las grandes pobrezas de nuestro tiempo es la pobreza religiosa. Nuestros ancestros dejaron clara huella de su fe a través de los siglos: Construcciones, tradiciones, costumbres, narraciones, folklore y, en general, la base misma de nuestra cultura, que gira en torno al hecho religioso hasta la segunda mitad del s. XX y que vertebró y fundamentó nuestro ser.

A partir de los años 1960, tras la efervescencia tremenda del postconcilio y cambio político en España el hecho religioso entro en una fase silente o letárgica que pervive aún en nuestros días. Reconozcamos sin complejos que tras la enorme ebullición que duró hasta los años setenta, estamos hoy en día en la más absoluta de las pobrezas espirituales y eclesiales, igual que el pueblo presentado por Berlanga, no en lo económico, pero sí en materia de fe.

Ante la perspectiva de un futro prometedor los habitantes de Villar del Río confeccionaron una larga lista de peticiones que el ilustre visitante debía satisfacer. Se soñaba con aviones que dejarían caer tractores con paracaídas sobre el pueblo, y era tantísimo el entusiasmo popular que en la visita del excelso extranjero se depositó toda esperanza en un futuro mejor, el cual, sin camino intermedio, había de llevarlos desde la miseria más absoluta a la más ubérrima abundancia por la misma gracia de su omnipotente presencia.

Imbuidos en semejante esperpento, y para mejor agasajo de la egregia figura, pensaron en construir una fuente de chorrillos, se contrató a una cantante que hizo famosa la coplilla de bienvenida: Os recibimos, americanos con alegría… Embarcados en el afán de impresionar, todo preparativo se antojaba o pobre o imposible ¡Tremendo drama!

Al final, ante la imposibilidad de llevar el mar hasta el pueblo entre otros despropósitos, se decidieron a edificar en cartón piedra aquello que el pueblo no contenía. Enseñarían una mentira que les hiciera sentirse orgullosos puesto que la verdad los humillaba. Si no podían enseñar lo que tenían enseñarían al menos sus sueños y anhelos confundiendo así realidad y fantasía, verdad y mentira, piedras ciertas con tramoyas de quita y pon.

Un poco a imitación de aquel pueblo, y tal vez imbuidos en el mismo espíritu criticado por Berlanga, también en Porreres hemos soñado que la episcopal visita vendría a suponer un punto de inflexión entre lo que vivimos y deseamos, entre la miseria de fe que tenemos y la anhelada riqueza eclesial. No tenemos fuente con chorrillos porque la última reforma de la plaza se la llevó por delante, aunque en caso de no haberla quitado tampoco los chorrillos meaban ya nada católicos. No tenemos fuente, pero aferrados a las glorias de un pasado esplendoroso se invitó al mitrado a salpicar una placa conmemorativa del Obispo Campins a la que de forma urgente hubo que limpiar de malezas y hierbajos, reales y cotidianos, el día anterior y a toda prisa. Poco esplendor aunque se instalara el pertinente foco para que por lo menos las fotos inmortalizaran la histórica bobada.

Empezó después la misa y… ¿Qué quieren que les diga? Pues pocas cosas, en la mayoría de funerales hay mucha más concurrencia que en la visita pastoral. No por falta de celo, me consta que las invitaciones incluso personales, insistentes y pelmas al más puro estilo de los Testigos de Jehová estuvieron bien presentes aunque no consiguieran más que media entrada, incondicional sí, pero media.

Hace unos años, ante la alarmante disminución de fieles, escucho una y otra vez la sandez suprema en la que se suele exponer la calidad de estos pocos frente a la cantidad de otrora. Se habla de un grupo selecto, de cristianos comprometidos, de fieles incondicionales… ay, me da la risa, lo siento. Sobretodo cuando veo que los incondicionales van envejeciendo a mi mismo ritmo y que detrás de su calidad suprema hay un vacío aterrador. Su incondicionalidad ha devenido en radicalismo obsoleto, puesto que solo a base de repetirse quienes son consiguen una identidad que ni es evangélica ni eclesial ni humana. Son pocos, fanáticos, y ciegos a la realidad que, terca y testaruda, continúa presentando cabezonamente una iglesia a medias, digan lo que digan, hagan lo que hagan. Repito, un funeral de media tinta reúne a más gente y… que quieren que les diga, tal vez los cristianos de antaño fueran menos convencidos pero coño, daba más gusto una iglesia llenita de gente con dudas, que una iglesia escuálida de concentrado sublime e indiscutibles certezas.

No bastó la misa, al día siguiente reunión y exposición, ante el Obispo Murgui, de temas eclesiales: preocupaciones, proyectos, ilusiones (bueno de eso poco, no nos engañemos) y sobretodo quejas. Por lo que me cuentan el obispo superó con nota la prueba, no le quitemos mérito porque no era cosa sencilla ni exenta de mala leche. Hubo exposición pormenorizada de grupos en la que se puso de manifiesto que, aunque pocos, somos muy activos. Ay, otra vez me aflora la sonrisa. Que manía nos ha dado con eso de que hemos quedado los buenos… venga va, no seamos encima tontos que gente válida la hay más fuera que dentro. ¡Coño, si dentro no queda casi nadie!

Al poco de su llegada a la Diócesis D. Jesús confesó que ésta le recordaba un barco con pobrísima marinería pero todo el velamen desplegado, seguro que en más de una ocasión le ha sobrevenido nítido el recuerdo de sus afortunadas palabras. Pues sí, Sr. Obispo, somos pocos, damos pena, pero aquí a la hora de formar grupos no nos gana nadie, que no tenemos gente pero a la hora de aparentar y presentar formaciones ante V.R. nos quedamos solos. Por favor no se crea ni la mitad de la mitad de lo que le presentamos.

Otra muy digna la supuso una línea de intervención en la que de algún modo quiso preservarse, en defensa numantina, el monopolio parroquial frente a la diversidad actual de Parroquia – Convento. No, afortunadamente el Prelado no cayó en la trampa y advirtió al vocero de semejante disparate la obligación que tenemos todos de entendernos dialogando, quitando importancia a lo que nos desune y acentuando la comunión en lo esencial. No salió nada bien el intento de que el Obispo se pronunciara a favor de unos u otros. Fracasó estrepitosamente porque el Obispo tiene claro el hecho de ser servidor de la comunidad cristiana que, tanto en Porreres como en otros lugares, tiene una oferta diversa, nada monopolizada, de atención, acompañamiento y amor al pueblo de Dios.

Supongo que, en definitiva, el vocero no tuvo en cuenta ese pequeño detalle: el pueblo no pertenece más que a Dios, nosotros, parroquia o convento, somos acompañantes en la búsqueda divina, llamados a la colaboración y jamás al enfrentamiento, a la comunión, al diálogo confiado, al esfuerzo común. Me cuentan que tras la intervención del Obispo el vocero enmudeció e incluso se apreció un atisbo de rubor en su rostro. Vaya, lo siento por la vergüenza que pasó porque no es plato de gusto hacer el ridículo delante de un grupo nutrido y menos ante un Obispo. Lo siento de veras pero eso pasa cuando se habla apoyando más el discurso en el intestino que en las neuronas. Magistral metida de pata ¡¡ay, pena, penita, pena!!

Y por lo demás pues nada, adelante, aunque, eso sí, no confiemos demasiado en un cambio de nuestra realidad a base de salpicar placas enmohecidas, o pretender el monopolio de catequesis o funerales. No, no hagamos eso y vayamos tal vez en la dirección contraria, la del entendimiento, la de la complementariedad, la de la aceptación de lo diverso, la valoración del trabajo ajeno.

Hablemos, sí, pero no porque venga Mr. Marshall sino porque el pueblo de Dios espera de sus pastores ejemplo y entendimiento, fraternidad y colaboración, amistad confiada y presencia amorosa sin delegaciones ni absentismos absurdos.

Mañana, cuando Mr. Marshall se haya marchado, no solo del pueblo, sino incluso de nuestro arciprestado quedaremos los de siempre; unos soñando nuevas fuentes con chorrillos, otros con el anhelo de unos farolillos que adornen nuestra patética realidad. La mayoría, entre los que me incluyo, suspirando por continuar una línea de entendimiento fraterno Parroquia – Convento que ha venido funcionando a la perfección hasta hace dos años. Tal vez la episcopal visita pueda suponer una revisión a fondo de ese punto. Sinceramente creo que es el único importante. Lo demás, lo de Mr. Marshall, pues nada, una anécdota de la que si queréis nos podemos quedar con la coplilla:

Americanos, vienen a España gordos y sanos
Viva el tronío y viva un pueblo con poderío
Olé Virginia y Michigan
Y viva Texas que no está mal, […] no está mal.

N.B. Pido disculpas al Sr. Obispo por apodarlo como Mr. Marshall, supongo suficiente bonhomía e inteligencia al lector para identificar un recurso literario. A D. Jesús Murgui agradecimiento por su presencia en Porreres. Mr. Marshall no paró su coche en Villar del Río; el Sr. Obispo no deja de estar en Porreres aunque la visita haya terminado.