Desde que publiqué el último artículo titulado “No tan raros Sr. Obispo” me han llovido un montón de críticas: unas buenas, otras no tanto y alguna que otra muy pasadita de rosca. No lo lamento en absoluto, es lo que suele suceder cuando uno expresa su opinión en foros públicos. Internet es uno de ellos y por eso se recogen ahí opiniones para todos los gustos. Soy consciente de lo que escribí y del lugar en que lo hice.

El día siguiente a la publicación del escrito en prensa, un venerable sacerdote mallorquín, D. Pedro Torres Siquier, ya proponía hacer novenas para pedir mi conversión, la salvación de mi alma que, por lo visto, él considera en grave peligro por haber expresado, en voz alta, lo que las sacristías recogen desde hace años en tonillos de acongojados sufridores o vocecilla de plañidera.

Ya me imagino al beaterío de tan celoso sacerdote repitiendo la letanía: De Francisco Novella… R: Líbranos Señor… y a partir de ahí, una retahíla de intenciones muy personales suyas, pero metiendo a Dios de por medio -o lo que es lo mismo- usando el nombre de Dios en vano, pecado de los más negros que por lo visto D. Pedro ha olvidado ¡Qué cosas!

En su avinagrado escrito, publicado en prensa y enviado a todos los sacerdotes de la isla a través de la Secretaría de Comunicación del Obispado (no siempre tan colaboradores con los escritos de otros), D. Pedro me considera el escándalo de la diócesis. Mientras leo esa particular y piadosísima opinión voy tarareando el “Escandalo” del cantante Raphael, así, sin acento y convertido en palabra llana: Escandalo, es un escándalo… ¡Un genio Raphael!

Otros presbíteros menos biliosos me han reconvenido por escrito. A todos ellos he respondido en el exacto tono que ellos han utilizado conmigo: educación al educado, al amigo amistad, al bobo bobadas, y a algún franciscano despistado he debido recordarle que sus claustros abandonados deberían reclamar su atención mucho más que mis palabras.

Entre mis correctores o detractores se repite machaconamente esta expresión: no entro a valorar el pontificado del obispo Murgui… Una vez expuesta, esa frase sirve de excusa para entrar a saco y “valorarme” a mí. Se me acusa de ser un resentido y un montón de lindezas que me hacen sonreír: imagino a los insultadores al borde de la apoplejía y pulso tembloroso cuando tan enfadadamente escriben. ¡Ay Señor! la cosa es que ya tenemos una edad y no parece que haya servido para ganar sabiduría, feo el tema. Incluso un buen amigo intentó jugar a psicólogo conmigo: vale tío, déjalo, ni tú eres psicólogo ni he reclamado tu ayuda ¡que corra el aire!

He observado que, en general, seguimos utilizando la bella herramienta de la corrección fraterna como excusa para descargar bilis y fobias personales. Lo siento de verdad por D. Pedro y el resto de opinadores en la intimidad, si ustedes no quieren valorar públicamente el pontificado de D. Jesús no lo hagan, nadie les obliga caramba; pero si otros deseamos hacerlo como ejercicio salutífero, eclesial y mental, dejen que lo hagamos. Bien mirado la crítica debería ser buena ¿a qué vienen esos nervios?

Y es que estamos tan acostumbrados a una imagen meliflua y edulcorada de Jesús el Hijo de Dios, que cuando queremos denunciar algo, aunque sea el pecado de omisión (que era el caso) no nos sale nada, ¡somos tan buenos!

Cierto, callamos tanto que no parece posible que en nuestra vida la cruz tenga presencia alguna; el silencio trae canonjías, la denuncia la cruz, todos elegimos cada día de qué parte estamos, ¿verdad, queridos?

A esos que ni expresan ni dejan expresar, a los del perro del hortelano, cabría reclamarles su atención sobre el problema y situación real de la Iglesia en Mallorca. El escándalo de la Diócesis, pese a quien pese, no soy yo. Tras casi cuarenta años (¿de qué me suena eso?) entre Úbeda y el silente Murgui, nuestra realidad se ha radicalizado, las posturas se han agriado y el problema real con el que se encontrará el nuevo prelado de nuestra isla será el de intentar conciliar unas tendencias cada vez más enfrentadas y diametralmente opuestas. Hablo lógicamente de tendencias arraigadas en un progresismo trasnochado y un resurgimiento tradicionalista que no sé si brota tanto del convencimiento como de la reacción. Eso queridos… eso sí es un escándalo.

Divergencias muy serias y radicalizadas suponen en estos momentos una distracción peligrosa e innecesaria al creyente. Quien en Mallorca busque a Dios deberá responder primero si se identifica con unos u otros: ¿Eres progre? ¿Eres carca? ¿Estola de lagarterana? ¿Misa de Pío V?

Más todavía, de ese pobre buscador de lo divino se espera un posicionamiento claro, no tanto a favor nuestro como en contra de los de enfrente. ¡Ahí es nada queridos!

La causa de estos males es que la iglesia en Mallorca anda desde hace años sin timonel. El resultado es del todo lógico y predecible: un mareo colectivo que apunta al vómito como único consuelo del pasaje. Giramos sobre nosotros mismos intentando mostrar, ilusamente, un avance inexistente en un rumbo puramente imaginario. Agotamos los eufemismos, los conceptos, apuramos hasta la hez ideas ya muy caducas pero no nos orientamos, seguimos girando como un tiovivo de feria en ambientación de película de terror, musiquilla de suspense y chirridos de óxidos. Gira gira… no, lo de Carlos Gardel tampoco tiene desperdicio: Verás que todo es mentira, verás que nada es amor, que al mundo nada le importa… ¡Gira!… ¡Gira!…, otro genio.

De todos es sabido que, cuando en un convento la superiora no manda, la menos adecuada lo intenta y, generalmente… tampoco lo consigue. El vacío de poder sobrevenido tras la muerte de Úbeda ha propiciado ese distanciamiento entre polos, ese progresivo alejamiento del tronco común del Evangelio para buscar identidades parceladas, sólo arraigadas en lo anecdótico.

Marinos de lo progre aparecen enfrentados a los de lo tradicional, y figuran en Mallorca, tan alejados los unos de los otros que no hay forma de ponerles de acuerdo ni en la cadencia de los remos para hacer avanzar la barca. Cuando unos reman los otros los critican, y cuando los otros se cabrean y llaman a la cordura, los primeros sacan los remos del agua en señal de protesta. Todo apunta a que, en breve, los remos no servirán más que para atizarnos los unos a los otros. Estamos tan rematadamente mal que pasamos ya de la barca, del rumbo y del punto de destino; aquí no miramos ni hacia el Reino de Dios ni hacia Roma, aquí miramos el cogote del oponente para ver cuándo podemos atizarle un buen porrazo. En el entretanto el pueblo fiel busca pero no encuentra y cuando quiere escuchar la voz de su pastor, llega, a sus oídos, un silencio aterrador. Eso al menos ha sido así durante estos últimos ocho años, en movimiento progresivamente acelerado; o lo que es lo mismo, en situación altamente preocupante.

La primera misión del futuro Obispo consistirá, supongo, en exigir a sus clérigos la recitación cordial del Credo. El tronco común, el tronco de la Cruz, no puede ser olvidado ni obviado. Pueden coexistir diversidad de estilos, de hecho creo sinceramente que la Iglesia permite una pluralidad amplísima que debe ser respetada. Otra cosa es que esa diversidad, mantenida en forma de batallitas, nos aleje tanto a los unos de los otros que al final, más que Iglesia, parezcamos un desfile de saltimbanquis y cada uno a su bola. Había una vez, un circo…

No nos engañemos, llevará años recomponer esta realidad que sufrimos. Lo lógico es que ramas tan alejadas del tronco tengan tendencia a la ruptura, una fractura que tanto puede producirse en grupos tradicionales como en los neoprogresistas. La distancia es excesiva, el peligro es tremendo. Cierto que ni unos ni otros tienen en Mallorca estructura suficiente como para alimentar un cisma. Pero igualmente cierto que, de no iniciar un camino de reencuentro respetando las diferencias, la consecuencia será la victoria de un mundo sin Dios y, con ella, toda la Iglesia mallorquina habrá perdido.

Esa es la realidad que tenemos, y esa es la real consecuencia de haber tenido una ausencia de línea concreta en nuestra sede episcopal. Enfádense si les apetece, critiquen el escrito que tienen entre manos, pero sinceramente respondan: ¿Hemos tenido un buen pontificado? ¿Ha alimentado la unión entre cristianos o su división? ¿Ayuda el silencio del gobernante al gobierno de su grey? Y una última: ¿Estamos mejor o peor que hace ocho años?

Miren queridos, dejen la ira aparte que es mala consejera, dejen de hacer novenitas por la salvación de mi alma y pónganse la pilas. Sacerdotes menores de 65 años en Mallorca somos pocos más de una cincuentena. El fenómeno de secularización se acelera a un ritmo vertiginoso, en los pueblos el abandono es casi total y en la ciudad los templos se llenan de inmigrantes que proceden de lugares con cultura y práctica cristiana, seguramente con menos dinero pero con más fe y oración. Ellos, procedentes de diócesis definidas, llenan los espacios que por desidia y desilusión hemos dejado vacíos nosotros. Lo nuestro no está definido, lo nuestro está por hacer, aquí hemos ganduleado lo que nos ha dado la gana, y en ese “hemos” me incluyo y entono también el mea culpa. Repito: ¡menuda papeleta para el que venga!

Por ese motivo me ha sorprendido tanto el enfado de algunos cuando me decido a analizar la realidad que veo, vivo y padezco. Concluyo. Ojalá con el tiempo aprendamos a reaccionar, y sin temores ni complejos, podamos expresar en voz alta dudas e ilusiones, proyectos y decepciones, logros y fracasos. Ojalá logremos fijar la mirada en la Cruz y en la Iglesia. Y con ello, ojalá consigamos todavía recuperar en Mallorca la raíz de nuestra historia, la verdad de nuestra cultura, la identidad de nuestro ser. Lo deseo sinceramente.