Ya lo sé, soy raro, tanto que me autocalifico de iguana, lo he hecho muchas veces, todas las veces del mundo. Me entiendo, me percibo como un bicho algo interesante aunque también repulsivo. De cualquier modo y por fortuna, tal y como les sucede a las iguanas, hay gente que se empeña en quererme. Son gente maravillosa a la que también yo quiero en justa reciprocidad. Hay quien tiene mascotas y las adora, también yo tengo amigos que me aprecian, agradezco su sincera y gratuita amistad que casi nunca puedo corresponder en justicia. Leyendo esto, uno diría que sólo me siento cómodo cuando cómo moscas. Algo de eso hay aunque, por mi condición de mallorquín injertado, me sienta más a gusto ante un plato de porcella.

Hace unos días, mi reciente y mágico amigo, Juan Monse, me propuso participar en una serie de programas de televisión en Canal 4. Seremos unos diez contertulios interactuantes comentando, exponiendo, sintiendo y viviendo temas de actualidad intentando, esperemos que con éxito, recoger y reflejar el sentir del pueblo, de la gente de a pie, de nuestros convecinos.

Por supuesto le dije que sí porque oye, para que se lo digan a otra iguana ya me presento yo, y también, porque no decirlo, porque me sentí a gusto entre gente variopinta y muy interesante, con el común denominador de respirar todos por la nariz… vamos, que de los diez del programa no hay dos iguales y que aquello se parece, en su composición, al arca de Noé. A diferencia de aquella aquí no hay parejas, sino unidades pensantes. Ves, entre lo de iguana y Arca de Noé ya hay una química interesante. No creo ofender a ninguno de mis próximos colegas si digo que todos, a nuestra manera, somos un poco extraños.

El tema del primer programa, seguro que ya emitido a la hora de publicar éste escrito, versará sobre la percepción que el españolito tiene de sus políticos. ¡Ay Dios!, una primera impresión, en plan ensayo, me abocó a una tremenda congoja. Escuché mucho más que hablé y percibí, en mis variopintos, singulares compañeros, una unanimidad fundamental, sintonía que, tristemente, también comparto y que supone, a modo de resumen, la comprensión de la política actual como un problema. Tengo 52 años, nací en el 61 y la pregunta me surge sola ¿Qué nos ha pasado?

Los de la generación de la EGB hemos visto ya bastante función del teatro de la vida, suficiente al menos, para sentir que algunas alarmas están a punto de encenderse, y eso me preocupa. A diferencia de nuestros padres, nosotros vivimos el franquismo tardío, franquismo de cualquier modo. En aquella realidad social se descalificaba a los políticos y, por supuesto, no se admitía la existencia de partidos más allá de los que formaban parte del pensamiento único. Con quince años, arriba o abajo, nos ilusionamos con la llegada de la democracia y vimos, por primera vez en nuestra vida, cómo nuestros padres participaban de las primeras consultas y citas electorales.

En mi barriada de la Plaza de Toros abríamos las ventanas cuando había mítines en el coso, hasta el comedor de nuestro pequeño piso llegaban nítidas las primeras consignas políticas, lo aplausos, los eslóganes y los himnos de unos partidos políticos tan recientemente legalizados, que aún mantenían el embrujo de la clandestinidad.

Aquello era un hervidero: Músicas, banderitas, megáfonos… nos moríamos por entrar, pero estábamos condicionados. Teníamos, tenemos comercio, y en casa nunca hemos considerado prudente mostrar claramente tendencias cuando éstas nos pueden crear más enemigos que amigos. Yo, que soy el menos ponderado, tampoco digo quien me gusta, aunque en mi caso es comprensible, creo que he votado a todo el arco parlamentario y al final no me ha gustado ninguno, lo dicho, ¡una iguana!

Cuando manifiesto mis filias o fobias políticas me siento excluido de algunas relaciones que –de haberme callado- podrían haber sido interesantes y enriquecedoras. Cuando me defino sólo por el tema político, me entiendo juzgado en el todo, por una parte insignificante de lo que soy. Definitivamente somos mucho más complejos que lo que votamos aunque, ¡Ay Señor!, siempre haya imbéciles que nos añadan o borren de su lista de amistades por algo tan baladí como la intención de voto.

Pero hablábamos del descrédito actual de la clase política, e incluso yendo más allá, reflexionábamos sobre un aparente acuerdo en comprender la gestión de lo público como un problema. Si dejas que la gente se exprese, adviertes que una multitud inmensa entiende la política actual como: Lanzadera de aprovechados, nido de Alibabás, reunión de mediocres con poder, agrupación de tontos con potestad, enjambre de avariciosos con las llaves de la caja y un sinfín de lindezas que la gente empieza a repetir por hartazgo y desencanto, aunque con frases menos elaboradas y un punto añadido de mala leche.

Es preocupante, de hecho casi da miedo, porque, en el momento en que consideremos que lo político no vale la pena, habremos dado un paso más hacia la individualidad, que es la verdadera raíz de los males políticos y sociales que padecemos.

El mal verdadero y real, el cáncer auténtico de la gestión pública se inicia en el pequeño nódulo de la avaricia que, ignorando el bien común, busca la individual satisfacción. Cuando el político roba, abjura de su compromiso con el pueblo y busca su enriquecimiento personal. Individualismo, eso es lo que advierto en la podredumbre del estado político actual. Parecería entonces lógico desencantarse, desconfiar, e incluso indignarse ante un sistema que ha permitido tales desmanes. Y sin embargo…

Me niego a creer que la renuncia a lo público, o sea, la individualidad, suponga la solución. Dicho de otro modo: Me niego a aplicar como remedio salutífero el mismo veneno que nos emponzoñó. El político corrupto inició su podredumbre en el olvido de los otros y en la sobredimensión de su “yo”. Creo sinceramente, que algunos de los grupos antisistema, presentan idéntico mal. Suponen la renuncia a lo común para buscar la solución en la identidad parcelada del pequeño grupillo. En cierto modo, perdonad que me salga la vena sacerdotal, me recuerdan a los fariseos, que, a falta de confianza en la salvación de todos, intentaban asegurarse, personal y exclusivamente, el cielo: Yo me salvo y que los demás se pudran en el infierno. Feo el tema.

Mucho más sensato me parece el intento de reconducir, purificar, sanear lo que está manchado. Lo sensato es que, desde mi actitud personal en favor del conjunto, genere, generemos nuevamente unos valores que a todos nos dignifiquen. Sólo conseguiremos un bien social real en la medida que, huyendo de la cultura de grupillo o del individualismo caníbal, podamos reconducirnos hacia la solidaridad social que, en el ideario de todo partido, figura como constitutivo del grupo, aunque casi nunca se aplique.

Tenemos clara la teoría, pongámosla entonces por obra con espíritu inclusivo y no excluyente, sin tanta indignación, individual o de grupo, y con mucho más sentido de la responsabilidad social que se espera de todos nosotros. Los desmanes no sólo los han cometido los que tenían o tienen cargos públicos.

Muchas veces repito que los políticos corruptos, de los que ahora abominamos, son verdaderos hijos de nuestras entrañas. Son los políticos que hemos generado nosotros… ¿son individualistas? ¡Mucho! Tan individualistas como la sociedad que los aúpo a puestos de poder, aplaudiendo sus formas y pensamientos. Realmente han sido, son todavía, en muchos casos, bien representativos de lo que somos nosotros. Cuando escucho el eslogan “no nos representan” sonrío con amargura, no solo sí nos representan, es que además son un calco exacto de la sociedad que los creó. ¡Vaya si nos representan! ¡Como que somos nosotros mismos!

Entonces que hacemos ¿nos cabreamos o no? Pues sí queridos, hay que cabrearse, porque el camino por el que hemos circulado nos ha llevado a un erial de aridez extrema, solo poblado por áspides y escorpiones. Anduvimos por él con la avidez de poseer lo que el espejismo mostraba, sin atender a más razones que la avaricia y la ambición. Tremenda irresponsabilidad que ahora pagamos con sufrimiento y desazón. Sonrío cuando parecemos escandalizados ante éste o aquel político corrupto. La verdad es que no sé hasta qué punto tenemos derecho a mostrar una candidez, una inocencia tan increíble como ficticia. Todos sabíamos que andábamos con la mierda al cuello. Debemos quejarnos, claro, pero no podemos alegar ignorancia.

Podemos, debemos desandar lo andado, pero con extrema prudencia y pensando siempre en el conjunto social. No podemos pensar soluciones de grupillo porque de esos polvos ya tenemos experiencia, y de ahí salen unos lodos temibles. Lo mismo se ponen camisas pardas, negras, azules, rojas, o un chándal con los colores de la bandera… el peligro del descredito político radica sobretodo en buscar soluciones que no sean políticas. Más allá de la política no hay solución, solo dictadura, nefasta siempre, la ejerza quien la ejerza.

¿Aprenderemos algo? No sé, tengo dudas y miedo. El trasfondo que va perfilándose no me gusta nada. Tengo amigos políticos que jamás han estado imputados y nadie habla de ellos. Tengo otros que fueron imputados y poco después sus causas fueron archivadas porque eran inocentes. Durante la imputación corrió mucha tinta. Apenas unas líneas para exculparlos. ¡Perra vida, oyes! Creo que voy a seguir comiendo moscas, me siento a gusto como iguana.