Otro once de setiembre, otra vez la fiesta de Cataluña que últimamente aparece en exceso removida por aires, o mejor, huracanes independentistas; en esta ocasión una marcha multitudinaria, llamada Vía Catalana, que ha oscilado entre el millón seiscientas mil almas, proclamadas por los organizadores, y las cuatrocientas mil contadas por los otros. En todo caso un montón de gente que pretende hacernos recordar, a unos, los muchos que son, y a otros la sandez de un anacronismo elevado a la categoría sacral, o simplemente un fenómeno de alucinación colectiva. Elija Vuesa Merced lo que mayormente le plazca.

Para mayor abundancia de la “cosa nostra” se ha echado mano de símbolos de catalanidad, todo aquello que ayuda a identificarnos forma parte de “lo nuestro”; inconfundible por tanto con cualquier otra manifestación de “los otros”, ante los que debemos aparecer como compartimentos estancos, impermeables y autistas en estado puro.

Han rodeado, los de la cadena, el gaudiniano templo de la Sagrada Familia, fantástico rodeo si tenemos en cuenta que, la opción propuesta por la organización, era pasar por el interior del mismo, cantando religiosas melodías y… quién sabe, si dándose golpes de pecho tras la preceptiva genuflexión ante el sagrario. Ya escribí anteriormente mi desacuerdo sobre eso, mis disgustillos me ha costado y algún enfado con amistades antiguas; todo se arreglará, supongo y deseo… Sobre todo porque al final el Sr. Cardenal debió comprender que los templos no se edifican para esos fines y sin saberlo, ya ves tú, cargó de razones mis pobres argumentos.

No está el patio nacionalista para aceptar la crítica ni para tolerar el desacuerdo… Creo que lo llaman libertad de expresión y divergencia en los puntos de vista. ¡Ya te vale con el dogma, coño! Ni te cuento lo que pasaría si los de la Una Grande y Libre, que haberlos haylos, hicieran una cadena parecida pasando por la Abadía benedictina de Santa Cruz del Valle junto a la tumba del caudillo.

Bueno, de hecho los de Falange entraron en la sede de la Generalitat en Madrid y la liaron parda: muy mal por ellos. Intolerantes igualmente, o simplemente movimiento pendular de acción reacción. Nuevamente elija vuecencia lo que mejor le satisfaga. A mí la reacción no me ha gustado… reconozco que la acción tampoco. Soy raro como una iguana, lo sé.

En la Diócesis de Solsona, el Obispo más joven de España, Xavier Novell, desaconsejó el repique de campanas por más cadena que hubiere. Argumentó el prelado, no sin razón, que el tema independentista divide y, ante la falta de consenso social, no parece prudente un posicionamiento de la Iglesia que, en cualquier caso, es católica, o sea -y esto lo digo yo- todo lo contrario al “me miro el ombligo y qué bonito lo tengo”.

No es, Monseñor Novell, un paradigma de españolidad ni mucho menos anti catalanista. No hace mucho apareció vestido de demonio en las fiestas de su pueblo que, por ser suyas, debieron parecerle lo suficientemente majas e importantes como para ponerse cuernecillos en lugar de mitra. A mí eso no me molestó en absoluto, me hizo gracia aunque en algunas revistas eclesiales lo pusieran a caer de un burro. Repito, no solo no me molestó sino que lo encontré lógico y bonito. En Mallorca tuvimos durante treinta años al Obispo Teodoro Úbeda que formaba parte, anualmente, de una comparsa de “moros” contra “cristianos” en las fiestas de su pueblo; nunca pasó nada, es su cultura, su tradición sus, raíces. Todos amamos lo nuestro, y mientras no sea en contra del “otro”… pues bien está.

Lo de las campanas era distinto y por eso he admirado la valiente decisión de Mons. Novell. La campana es, tal vez, la llamada más peculiar, propia y concreta hecha desde el templo hacia la feligresía; hecha desde la casa de Dios al oído del creyente como llamada de lo sagrado. Dicho esto cabe añadir que ambos entes -Iglesia y feligresía- deben tener clarísima idea de su ser: el templo como representación y lugar de reunión de Cristiandad, y el feligrés como miembro de una comunidad creyente católica. Si el templo pierde su esencia sacra y capacidad de convocatoria, si el feligrés hace años que no atiende la llamada a la liturgia porque abandonó la Iglesia casi desde el día de su bautismo… entonces el toque de campanas no pasa de ser un aporreamiento de badajos contra el bronce que no dice nada, ni de Dios ni del creyente. No dice nada de nada, porque ni el objetivo de la campana es la reivindicación nacionalista, ni el oído del nacionalista está para disquisiciones evangelizadoras, o lo que él seguramente considera monsergas religiosas.

Ante ésta lógica aplastante el prelado se manifestó en contra de ese “badajeo” porque en ese repique de campanas no es la Iglesia quien habla, ni nadie, a qué engañarnos, lo iba a escuchar con los oídos de la fe.

Monseñor Novell expresó y argumentó su opinión. Aconsejó un prudente silencio en los campanarios que a mí me pareció totalmente lógico. Pero ¡ay! Qué diferentes formas de pensar. Ante la opinión episcopal fue tanta la compresión de la grey nacionalista, tan indiscutible su democrático talante, tan suaves y pacíficas sus formas, que le dedicaron, pocos días antes de la diada de Cataluña, y conocida ya la postura del Obispo, una sonora y muy grosera pitada aprovechando su presencia en las fiestas de Solsona. Simple el tema, la prensa lo recogía del siguiente modo: Nacionalistas radicales silbaron contra el obispo Xavier Novell en el momento en que lo saludaba el director de actos en la Plaza Mayor, acompañado de las autoridades municipales después de presidir la misa en la catedral.

Me pregunto por qué no le silbaron durante la Eucaristía. La solución es simple, los nacionalistas radicales, querido, no van a esas cosas. Hace años que buscan la identidad en la lengua, festejos, folklore, y tradiciones siempre que éstas quedan al margen de la catolicidad. Coño, es que si vamos a misa hay que rezar el padre nuestro, y eso me hermana con el charnego… ¡pues ala, no vamos y peti qui peti , que lo nuestro es más guay! ¡Y tú, pita más fuerte coño, que su excelencia reverendísima no te oye!

Claro, la pregunta surge sola: ¿existe alguna manifestación cultural, identitaria, folklórica, popular y mínimamente seria al margen de la Iglesia o lo sagrado? Bueno, si hay que ser honestos admitamos que hasta ahora, casi que no, a partir de ahora… no sé.

La historia, esa que gustan reivindicar los independentistas, no es nunca un constructo impecable hecho a nuestro gusto a menos que descaradamente mintamos. En el pasado hubo victorias, cierto, pero también derrotas; razones a las que asistió la justicia y sinrazones que avasallaron al débil. Claro, es que la palabra avasallar tiene su origen en la antigua realidad cotidiana medieval de convertir en vasallo a alguien que antes tenía derechos… ¡Qué bonito lo feudal! ¿verdad?

Si por pedir identidad propia lo admitimos todo, habrá que pensar en reinstaurar el arraigadísimo Derecho de Pernada o incluso la amputación de miembros por hurtos… ¡era todo tan nuestro! Con sus señores, nobles, castillos, levas, raptos de princesas… ¡Me emociona la simple evocación!

Por reestructurar o reconstruir cabría la posibilidad de intentar “fabricar” algún dragón al estilo de Parque Jurásico, a fin de que algún San Jordi actual lidiara contra la bicha y la venciera. Bueno eso siempre que no vengan los anti taurinos y digan que a la bicha ni tocarla, que en todo caso haremos un “corredracs” que es lo que siempre se ha hecho aquí… ¡tenemos un cuajo!

El objetivo de la pitada a Mons. Novell, como la invasión falangista de Madrid, tenía una clarísima intención: asustar a quien no colabore, imponer el miedo a los que dudan, mostrar la potencia abrumadora del grupo enfervorecido. Bueno, para que nos entendamos, imponer por la fuerza lo que la razón no admite, o sea, el primer artículo del credo de los intolerantes. ¡La de veces que hemos visto la misma mierda!

Y es que suponer que el nacionalista es, por sistema, pacífico, es un fallo garrafal que a estas alturas no sé si podemos permitirnos. Lo de la pitada y los falangistas es sólo una muestra, y uno sospecha que no hay mucha distancia entre pitos y palos, todo es violencia, todo agrede. El exaltado no surge de entre los pacíficos, es sólo un enfervorecido un pelín más enervado que el resto.

Entre el que pita y el que quema una bandera del colorín que sea, entre el que abuchea o tira una piedra la distancia es, normalmente, inexistente.

Pitar a un Obispo catalán y amante de Cataluña, indica claramente que el amor a la tierra le importa un bledo al pitador, el Obispo Novell ama su tierra… entonces ¿a qué la pitada? Le pitan porque la verdadera meta es el odio hacia el que no es de los nuestros, hacia el que no se doblega ante nuestras propuestas, odio hacia el que piense de forma distinta a nuestros postulados, y si ese alguien es Obispo, da exactamente igual, aquí el disgusto se manifiesta con grosería, esa es la verdadera doctrina del intolerante. Esa es su verdadera divisa.

Cuando conviene, y sólo cuando conviene, las iglesias son de todos. No ciertamente para obras solidarias, en esa dirección somos muy pocos, los de Cáritas y unos pocos despistados. Tampoco en cuestiones cultuales, ahí tampoco somos demasiados, los de la misa semanal y pare usted de contar. Ni siquiera para un cristianismo sociológico de bautizos, bodas y comuniones contamos en demasía, somos pocos nos pongamos como nos pongamos.

Ahora bien, si de lo que se trata es de colgar banderones, repicar por la independencia, o reivindicar la cultura del románico prescindiendo del sagrario… ahí querido somos multitud, y ahí sí, la Iglesia ha de ser de todos. ¡Estamos tontos!

No nos engañemos, el repique de campanas no ha sido nunca exclusivamente religioso, pero dicho esto cabe añadir, inmediatamente, que siempre ha sido, es y será, principalmente eclesiástico o sacral. Repicar las campanas en pro de la independencia es mezclar a conciencia las churras con las merinas; involucrar a la Iglesia -en la que no creo- con mi ideología -que me creo a pies juntillas- con el fin de crear confusión, es el humus necesario para cualquier tipo de caos. Sobre todo, y ya sé que me repito, cuando desde la Iglesia se nos recuerda que por más que se empeñen los de la Estelada, no hay consenso en el tema y por tanto la Iglesia, respetando posturas de unos y otros, no debe posicionarse. Lo cojonudo es que quien más exige el repique es probablemente quien más años hace que nos odia como católicos. ¿Lo llamamos coherencia?

La propuesta del repique ha surgido de un grupo denominado Assemblea Nacional Catalana (ANC) que por lo visto es quien ha organizado la movida de la cadena y la Vía Catalana. O sea, que nadie se engañe, no es una propuesta de la Iglesia en Cataluña, sino una propuesta de un grupo independentista que por lo visto sugiere la posibilidad de “asaltar” los campanarios, que no son suyos, para hacerlos sonar con el fin de reafirmar su ideología.

La idea no me gusta nada, si quieren tocar algo que propongan tocar lo propio, no lo que es de todos. Los campanarios, queridos, son de todos, sí, pero de todos los que somos Iglesia, de nadie más, y entre nosotros, entre los de comunión diaria, estamos amalgamados nacionalistas y antinacionalistas a partes iguales.

Ya, ya sé que la historia es la historia y que en según qué lares tienen muchísima experiencia en tocar e incluso quemar lo que no es suyo. Suerte de la memoria histórica que si no…

La firmante/organizadora de la (ANC) es una tal Carme Forcadell. Desconozco el nivel de representatividad social de esta señora para secuestrar campanarios. De hecho nunca la había oído nombrar, pero vaya, de lo que estoy seguro es de la ilegitimidad de apropiarse de algo ajeno para usarlo en beneficio propio.

Supongo, a qué negarlo, que más de un cura habrá badajeado gozoso su campanario, a fin de cuentas no es bueno el pensamiento único y si a alguno le ha entrado la fiebre campanil, pues ala, que la haya repicado a gusto. Tal vez sólo recordar que la afirmación del Obispo Novell es cierta. El independentismo divide a la sociedad.

Definitivamente me quedo en la parte de la Iglesia, me apunto al perdón, a la solidaridad, o a la acción samaritana de untar con aceite las heridas. Fíjate que quien untó las heridas no era de los nuestros, era, justamente de los otros… ¿de qué colorín sería su bandera?

El nacionalismo necesita impregnarse de Cristianismo, tal vez de ese modo las campanas dejen de tocar en contra de unos u otros y nos convoquen a todos como hijos de un mismo Padre. Dios lo quiera. Más que Vía Catalana preferiría una Vía de santidad. ¡Falta nos hace! ¿Verdad?