Al momento de empezar a escribir éste articulillo andamos metidos en la resaca, mejor resacón, de las elecciones europeas. Advierto, a simple vista, que nadie sabía muy bien qué pasaría ni para qué servirían estos comicios. Si te lo preguntas te respondo: he ido a votar a pesar de todo.

Padezco como tantos otros una profunda desafección política que casi consigue mi abstención. Tras el debate televisivo, la poca ilusión que ya tenía simplemente se evanesció; fue aquello como un anafrodisiaco que te quita las ganas de todo por más ilusión que tuvieras. En los días previos llegué a la conclusión de que ni los mismos políticos saben muy bien a qué puñetas vamos a Europa. Bueno, supongo que el que va sí lo sabe, sobre todo a final de mes, cuando le ingresan la nómina; y tal, lo dicho, ese sí sabe a lo que va, pero yo me quedo igual, con la misma decepción o desencanto. Demasiado bromuro, ¡oyes! Total, que tras la bronca de mi hermana, profesé nuevamente mi fe en la diosa democracia y me dispuse al acto propio que, aunque no atenta contra el celibato, se me antoja, cada vez más, una sandez; eso incluso después de votar.

Estamos tan cansados de crisis, tan hartos de corruptelas, insultos, descalificaciones e inoperancias que se tiene, en general, la impresión de una total inutilidad de la política, de lo político. Sé que está mal esta descalificación generalizada, pero no la puedo evitar, del mismo modo que no puedo evitar el vómito tras una pésima digestión. No es cuestión de opción, es cuestión de supervivencia: o vomitas o revientas, simple el tema.

Conviene además tomar buena nota de lo que puede pasar a partir de ahora: los extremos afloran ya peligrosamente y la culpa, conviene tener memoria, la tienen los mediocres que hasta ahora han ocupado el centro del escenario, los cuales, habiéndonos aburrido y cabreado hasta el extremo, nos empujan, tras el hastío, a buscar sensaciones novedosas, experiencias más fuertes.

Ya antes de estos comicios experimenté la terrible sensación de estar en un lodazal del que no acabamos de salir; bueno, antes y después, la percepción no ha variado. Andamos llenos de barro hasta las orejas, sin poder abrir los ojos ni respirar con normalidad, con rabia acumulada a montones, y sentimiento amargo de haber sido engañados ya muchas, demasiadas veces, por políticos que actúan como adolescentes malcriados, como niños enrabietados, como rebeldes fuera de texto y de contexto. Definitivamente la sociedad, el común de los mortales estamos mostrando mucho más sentido común que ellos.

Efectivamente, los personajes públicos deberían ser ejemplares en su vivir y actuar, pero no lo son; y a todas luces da la sensación de que estaban pidiendo a gritos el pescozón tras las orejas que entre todos les hemos atizado. La colleja ha llegado: esperemos que los centre y consiga que dejen de hacer el bobo, que se pongan las pilas de una vez, o que dejen paso a un nuevo decorado y renovado elenco.

Ojito queridos, no quiero que se me pase, la crítica vale tanto para los políticos de Madrid como para los autonómicos; no creamos que sólo unos son los malos y los nuestros los buenos, por favor dejémonos ya de provincianismos anacrónicos. Hablando de políticos advertimos claramente que, el desfile de semovientes, empieza con la novena de Beethoven, continúa con el Tambor de Granaderos y se expande al son de las fanfarrias de distintas autonomías, ayuntamientos y, si me apuras, hasta el himno del barrio en caso de que lo haya ¡Qué poquitos se salvan!

En el más que legítimo enfado contemplamos a los actores (léase políticos) y los percibimos como se percibe a los puercos hozando en la gorrinera. No parecen querer salir de ahí, muchísimo menos, por más que lo digan, querernos sacar ni de la crisis ni del estado actual. Ellos aparecen a gusto, son felices en ese tablao teatral de histriónico cabreo, tan histriónico que en él ya no se distinguen opciones políticas, solamente percibimos caras que se sueltan improperios y nos hablan de cosas que a nadie importan callando las que sí quisiéramos escuchar. Político y mentiroso aparecen ya como sinónimos en la percepción general. Los rostros los tenemos claros, la deficiencia neuronal… también, a qué engañarnos. Mediocridad en estado puro, ineficacia mayúscula, divorcio muy preocupante entre “ellos” y nosotros. De ahí nace el varapalo de las últimas elecciones.

El grado autista de eso que llamamos clase política es paradigmático: no escuchan, no perciben, no sintonizan, no comprenden. Recuerdan, en su etérea burbuja, a las caras de Bélmez ¿te suenan?, estuvieron muy de moda en el tardofranquismo. Fueron y son todavía, un fenómeno considerado por muchos como paranormal. Consistió, para el que no lo sepa, en la aparición de pigmentaciones, identificadas como rostros, en el suelo de una casa ubicada en Bélmez de la Moraleda (Jaén). Adeptos a la parapsicología consideraron este suceso como el fenómeno paranormal más importante del siglo XX. Para otros, de principio a fin se trata de una patraña ¡Vaya usted a saber!

Digo que nuestros políticos me recuerdan las caras de Bélmez porque también ellos, en gran medida, ante demasiada gente entre la que me incluyo, aparecen como un fraude total y absoluto en los registros actuales. Ya ves tú ¡Incluso los que han ganado lo han hecho siendo derrotados!

En origen, todas las opciones, todos los partidos, suscitan curiosidad, algo de ilusión y la creencia en otras realidades posibles. Alimentados por esa esperanza creímos en la existencia de sociedades más justas, en la importancia del compromiso social y político, en los cambios necesarios para hacer del mundo un lugar mejor… Han pasado unos años, nos hemos prostituido como sociedad, hemos perdido los valores y hemos generado auténticos truños a los que hemos colocado como cabezas de lista. Rápidamente desapareció la curiosidad y la candidez. La realidad, siempre enemiga de fantasías, se ha encargado de demostrarnos que toda aquella exposición de buenas intenciones, del rollito de lo políticamente correcto, de la sensibilidad de miembros y “miembras” o de pies encima de mesas presidenciales americanas, ha derivado en este fango pegajoso y putrefacto, en estas miasmas malsanas en las que de nada te puedes fiar. Ya no nos fiamos de los espejismos a fuerza de desengaños.

Paranormales o no, las de Bélmez son sólo caras, eso sí, de cemento. Incluso en eso existe un paralelo interesante con muchos de nuestros políticos. Duras como cemento, así gastan la jeta, oye, y no se sonrojan ni nada, tienen un aguante los tíos que no veas. Decepción, asco, y desilusión mayúscula, eso es lo que hay, nada más.

Una cosa muy buena de las caras de Bélmez es que están calladas… No hombre, puestos ya en temas paranormales no resultaría extraño que los rostros hablasen o intentasen comunicarse con el mundo de los vivos con sonidos o manifestaciones parecidas. Pero no, las caras de Bélmez callan. Reconozco que está bien que así sea, de otro modo hubieran jorobado el sueño a los moradores de la casa y no era ni es plan.

A diferencia de los de Bélmez, los rostros políticos sí hablan, pero para colmo de desgracias lo vienen haciendo en la forma que un ectoplasma hablaría a un humano, o sea, de forma que no se le entiende nada de nada ¡Ay la vida!

Cuando la gente creía en Dios los aparecidos solían pedir Padrenuestros por el eterno descanso de sus almas; hoy hasta los fantasmas se han vuelto ateos. Pero no me quiero ir del tema, digo, afirmo, que cuando el político abre la boca parece que se le detenga la neurona, emite sonidos, palabras, pero tan alejadas de mis intereses que preferiría su silencio.

No soporto el tonillo de las campañas electorales. Joder, da la sensación de no existir la megafonía, gritan que se las pelan soltando una sandez tras otra al más puro estilo decimonónico del que no acabamos de curarnos. Advierto además con hastío, que la moda americana de poner adeptos a las espaldas del líder forma parte ya de la tramoya “mitinera”. Me resulta vomitivo ver a la pléyade de panolis aplaudiendo la ocurrencia o riendo la gracia de un líder al que sólo ven de espaldas… ¡Un espanto! Añade a eso el insulto como tema, la descalificación por sistema y la confrontación como único horizonte. Dime querido, ¿Cómo se te queda el cuerpo? Pues eso, o vomitas o revientas.

Han sido pesados, muy pesados todos los partidos en el tema de la abstención. No querían que me quedara en casa e incluso me susurraron ladinamente que si no iba a votar no tendría derecho a quejarme ¿Qué idiotez es esa? Miren queridos, gane quien gane, ni en Europa, ni en mi pueblo voy a tener la más mínima oportunidad de ser escuchado, nunca la he tenido y he ido a votar siempre. No me digan que no me quedará el derecho al pataleo porque ese derecho lo han conculcado ustedes sistemáticamente desde siempre. Nunca he podido cambiar nada con mi disgusto y para colmo de absurdos añado, muy cabreado, que nunca he podido cambiar nada con mi voto. ¿Será porque voto partidos raros? Pues tal vez sí.

Por favor, no me lean la cartilla porque ya hace tiempo que peino canas y no aguanto según qué moralinas salidas de sus morros. Aplíquense ustedes muy seriamente en la tarea de devolverme la ilusión en lo político, porque ustedes me la han robado, ustedes me la han envenenado a base de decepciones. Sus mentiras me han traído hasta este campo de la desesperanza, no me vengan ahora a regañar como a un crío, porque si no hubiera ido a votar hubiera sido simplemente por su comportamiento infantil, encabronado, inútil e impresentable.

Hubo un tiempo, no hace tanto de eso, en que tuvimos políticos de altura. Venga, hagamos un pequeño ejercicio: elijan ustedes la opción o partido que les dé la gana, retrocedan en esa opción hasta el inicio de la democracia en España y díganme quién era el líder de esa opción que usted ha elegido. Un paso más en el ejercicio, manténgase, por favor en la misma postura política y dígame quién es el actual heredero de aquel… y ahora, la última parte ¿Quién le convence más?

No, que cada uno responda lo que quiera, a mí, por descontado, me parece que entre Fraga y Rajoy no hay color, como tampoco lo hay entre Felipe González y Rubalcaba, entre Santiago Carrillo y quien quiera que sea ahora el secretario general de los comunistas que, ya ves tú, no sé ni cómo se llama el tío. Desafección creo que lo llaman, en realidad es un desencanto profundo y lleno de lástimas.

Concluyo. El resultado electoral ha puesto de manifiesto algunas cosas importantes entre la que destacan dos:

  • Tal como íbamos no podíamos continuar.

  • Puede abrirse un tiempo de peligro mayúsculo si no recuperamos el sosiego.

Así pues no quedará más remedio que desandar la mala dirección que llevamos. Curar a los políticos de su sordera, de su comodidad y de su despótico poder teñido de democracia. Deberemos descubrir nuevos horizontes sin confiar tanto en ellos y más en el esfuerzo y la seriedad colectiva; da la sensación de que con ellos al timón no hay puerto a la vista. Deberemos vertebrarnos nuevamente en valores que nos ennoblezcan, porque tras su estela huele demasiado a podredumbre.

¿Lo conseguiremos? Yo espero que sí, aunque sinceramente no estoy seguro de nada. Lo único que afirmo es que necesitamos, con total urgencia, rearmarnos moralmente como sociedad para generar los políticos moralmente aceptables que ahora no tenemos. Miedo da lo que sucede en Francia. La irrupción del partido “Podemos” en nuestros lares, visto su programa, tampoco me gusta un pelo. Veremos qué pasa de aquí a los próximos comicios.