De verdad que no es por enmendar la página a nadie. Asistí, el pasado 13 de octubre, de éste 2013, a la beatificación de los 522 mártires en Tarragona, y he escuchado atentamente todo lo que respecto al tema se ha dicho y escrito. Repito, no tengo ganas de polemizar, pero vaya, reconozcamos que llamarlos mártires del S. XX resulta tan anodino como absurdo. Tras ese nombre, la sensación que a uno le queda, es la de haber personificado el siglo pasado y hacerlo de forma condenatoria: si son mártires del S.XX deberemos concluir que el mencionado siglo fue el asesino de ellos y otros muchos cristianos. Si el tema no fuera tan serio me daría risilla de la buena. ¿Cómo imaginaremos ese siglo? ¿Cómo lo representaremos?

Seamos sinceros, nadie puede ser mártir de un siglo, porque el tiempo es un concepto abstracto. Mata, ciertamente, pero en la forma de curso natural en nuestra humana fragilidad. ¿Cómo puede un siglo matar a 522 cristianos por el hecho de serlo? ¿Qué extraña mutación de la naturaleza desencadena una acción física, en algo tan intangible como el tiempo? ¿Deberemos, a partir de ahora, juzgar el siglo pasado como se juzga a una persona? ¿Podremos condenar sus cien años por malos y criminales? Realmente se me hace muy cuesta arriba tragarme ese sapo.

Cuando se habla de mártires, necesariamente se habla, aunque de forma tácita o implícita, de asesinos, martirizadores, verdugos… Alguien los mató, y si ese “alguien” aparece como la encarnación de una ideología, entonces deberemos acusar a esa forma de pensar que siembra muerte y se alimenta aniquilando inocencias.

Vista esta sandez nuestra, cabría pensar que, si los judíos exterminados por el nazismo hubieran sido españoles, al final hubiéramos dicho que los campos de concentración eran propiedad, idea, desarrollo… ¡del siglo!

Simplemente, desde esta sensibilidad imbécil de lo políticamente correcto, no se entendería que los judíos asesinados, exterminados, masacrados, acusaran al nazismo de su muerte. ¿Serán entonces, también ellos, mártires del S. XX? No hijo, son mártires en manos de una ideología asesina, el nazismo que junto al comunismo nos han dejado un reguero de sangre que resulta excesivo incluso para la mente más sádica y retorcida.

A esos 522 mártires los mató el odio a la Iglesia promovido, sobre todo, por el anticlericalismo de buena parte de la II República Española, fuente de la que posteriormente bebieron milicianos, comunistas, y, en general, una izquierda española tan vehemente y visceral como la derecha. Sabemos que todo ello desembocó en la Guerra Civil en la que hubo muchos malos que se cargaron a demasiados buenos, pero caramba, que entre los buenos estaban los mártires, y entre los malos sus asesinos que, repito, no se llamaban “Siglo”.

Debemos aprender a llamar a las cosas por su nombre y acostumbrarnos a que no pasa nada por decirlo, de hecho, cuando los asesinos son los fascistas, no nos andamos con tantos remilgos, decimos bien clarito quien ocupó el papel de víctima y quién de verdugo. Sinceramente no entiendo por qué a unos, como al genial García Lorca, los mató el fascismo (véase todo el tema de la Memoria Histórica) y a otros, simplemente “El Siglo” ¡Ya te vale Perales! ¡Estamos bobos!

Pienso que la Iglesia, en esta nomenclatura martirial descafeinada y educadita, simplemente ha perdido una oportunidad magnífica de denunciar el mal. Cabe pensar que si hablamos de seguir a Jesucristo debemos hacerlo en la doble vertiente de Anuncio del Evangelio y Denuncia de todo aquello que somete al hombre, todo eso amén de no olvidar que las ideologías, todas ellas, someten.

A estas alturas de juego no vale seguir con las mismas cantinelas que venimos sosteniendo desde hace casi cuarenta años. Aquí, en España, parece que los ciclos duran precisamente eso, unos cuarenta años. Durante cuarenta años escuchamos una y otra vez lo malísimos que eran los de izquierdas… nadie se atrevía a rechistar porque el poder era de derechas y contra el poder no se juega. La muerte del Caudillo supuso el inicio de la dirección opuesta, así, durante otros cuarenta que han sobrevenido, hemos escuchado la monserga de lo pésimos que fueron los de derechas… Parece el baile de la Yenka, ¿recuerdas?: Izquierda, izquierda, derecha, derecha, adelante atrás, un dos tres.

Oye, y lo que más me maravilla es que aún haya gente que se trague el anzuelo, y continúe, sin titubeos, haciendo profesión, sin ningún pudor, de su peculiar adoctrinamiento, ya sea ésta de derechas, izquierdas, nacionalista, españolista, local, nacional o europeo. Aquí toda la basca tiene claro que los propios son los buenos y los de más allá siempre son malos. La cosa es simple: si piensas como yo eres bueno, y si piensas diferente entonces eres malo. Es de una simpleza y una sinrazón que provoca el vómito.

A lo que íbamos queridos, mártires los hubo y muchos, pero no fueron martirizados por el siglo; fueron vejados, torturados, asesinados y aniquilados por una ideología concreta anticatólica y muy bien identificada. Decir que son mártires del siglo es una tontería brutal.

En la homilía de la beatificación el Cardenal Ángelo Amato dejó el tema algo más claro: no los mataron por ser de derechas, los mataron por ser católicos, por creer en Dios. Y quienes los mataron -eso ya lo digo yo- formaban parte de una ideología asesina y cruel que ya hacía décadas que quemaba iglesias porque eran ellos tan demócratas que no podían tolerar una forma de pensar diferente a la suya.

Así, de ese modo, se destruyó un patrimonio incalculable, se mintió cambiando la historia y, finalmente, se asesinó a quienes no aceptaban ese mundo sin Dios que desde el Comunismo más feroz se impone todavía en nuestro mundo. El Nazismo está prohibido, su homólogo opuesto aún pervive con la aquiescencia de la Comunidad Internacional. ¡Qué cosas! ¿Verdad?

Total, que el culpable, según nos cuentan, es el Siglo XX. Me joroba porque en realidad eso viene a decir que no hay culpables, y que ese siglo de progreso con astronautas, revolución informática, creación de aeronaves, descubrimiento de la penicilina e invención de antibióticos, desarrollo de la electrónica y los electrodomésticos, energía atómica, desarrollo de los medios de comunicación de masas, desarrollo de la genética y descubrimiento de la estructura del ADN y otras tantísimas cosas, ha sido en realidad un siglo cabrón y canalla que en España se dedicaba a matar a los que rezaban el rosario o iban a misa… ya ves tú, ¡con lo formalito que parecía y lo malísimo que ha sido!

Lo que en realidad ocurre, es que andamos cargaditos de complejos. No queremos llamarlos Mártires de la Guerra Civil, porque de los 522, argumentamos, hay dos que fueron asesinados antes, concretamente paúles, el 13 de octubre del 1934. Todos los demás son mártires de la Guerra Civil Española, o mejor dicho, de la ideología anticristiana de la parte republicana.

Los complejos nos vienen porque en una guerra nadie aparece totalmente limpio y debemos reconocer, aunque nos pese, que la Iglesia jugó en poco tiempo dos papeles opuestos y antitéticos. En pocos años, pasó de ser perseguida a ser persecutora con el agravante de mantenerse demasiado arrimada al poder Franquista durante cuatro décadas. Si digo el pecado del verdugo, debo también decir mi pecado; pero, si oculto aquel, entonces me sitúo en un lugar inexplicable desde el que no se entiende nada.

¿Tuvo parte de culpa la Iglesia de aquel momento? Admitamos que algo sí, aunque no toda la que nos achacan ni de lejos. Quien no la tuvo fue a quien descerrajaron un tiro por ser seminarista, religioso, sacerdote o rezar el rosario. Esos no tuvieron culpa y por eso son mártires, víctimas de quien los mató. Testimonios de fe y de perdón ante los torturadores. Ahora son reconocidos ya como beatos, claro querido, es que en eso radica la diferencia: en que unos soportaron el mal y los otros lo infringieron. Papeles inconfundibles, como para andarse con tanto rodeo, remilgo o monserga.

Yo creo, sinceramente que la Iglesia sólo conoce dos posturas a lo largo de la historia: la martirial que la santifica, y la persecutora que la prostituye. Me joroba que se haga continua referencia a su faceta represora, como si ésa fuera toda la realidad eclesial. Me joroba porque se miente, se calla la otra mitad de verdad, la de Iglesia perseguida, lavada en la sangre de los cristianos aniquilados, y víctima de unos odios demasiado feos no siempre justificados.

El mundo sin Dios ha sido también una de las aportaciones, sobretodo del S. XX. Se ha demostrado posible la vida sin referencia a lo Trascendente. Repito, el mundo sin Dios es posible, lo que no queda nada claro es que esa ausencia mejore en nada nuestra realidad, antes todo lo contrario, la ausencia de Dios es la condición primera para el nacimiento de ideologías que, a falta de Ser Supremo, se elevarán ellas mismas a la categoría sacral. Pasó con el Nazismo, pasa exactamente igual con el Comunismo, y el nacionalismo no queda muy atrás. La sacralización de las ideologías somete al hombre, y eso, lo digamos o no, es la cara más visible del Mal en nuestro mundo.

Negar el bálsamo de la religión es ya un acto salvaje y cruel, siendo cierto, como lo es, que la referencia a lo sagrado supone muchísimas veces el último recurso para el consuelo humano. Cuando todo lo demás se derrumba y la ideología muestra su verdadera estructura, al hombre le queda todavía la posibilidad de re-humanizarse a través de la religión. Si cegamos esa salida sólo queda la locura y el desespero, la sinrazón y la amargura, la tristeza y la derrota.

Y es cierto, a qué negarlo, que durante el S. XX esas formas ateas de pensar han cobrado fuerza y entidad. Más cierto, sin embargo, que han sido las ideologías de ese tiempo, y no el siglo en sí, las responsables del hombre vencido, masacrado, destrozado y roto.

Ante la aniquilación del inocente no puedo evitar mirar a los ojos al asesino y llamarlo por su nombre. Acusadora implacable es la inocencia; dejemos la vergüenza a aquellos que tras una fanfarria o un canto nacional o Internacional, sembraron desolación y muerte, angustia, miedo y martirio.

Quede ahí el tema, pues ya he dicho que no pretendo polemizar; pero vaya, que va siendo hora de quitarnos los complejos. Porque si relativizamos el pecado de los otros ya tenemos la excusa perfecta para relativizar el nuestro:

  • Venga, ni tuya ni mía, todos fuimos malos, todos fuimos buenos, mejor olvidar…

Ay Dios, me temo que la sangre del débil no se borra tan fácilmente. Mejor entonar el mea culpa cuando nos corresponde; eso, queridos, nos permitirá acusar sin complejos al canalla, nos reconoceremos todos con necesidad de salvación y probablemente busquemos el perdón: el creyente, el perdón de Dios; y el ateo, de la Historia. Buena cosa, y por supuesto, de cualquier modo, mejor que el relativismo gravísimo de llamar “Mártires del S. XX” a los Mártires de la Guerra Civil Española, nombre que verdaderamente, y por derecho les corresponde.