¡Anda que llevo tiempo sin decir ni mu!… Si es que ando liado en mil cosas, diciendo Misa diaria, dando clases, cambiando persianas, pintando, intentando que el día a día no me supere, y cumpliendo mis deberes: filiales con mi madre, fraternos con mis hermanos, sacerdotalmente paternos para con mis feligreses a los cuales acompaño en la tarea fascinante de seguir a Cristo, trabajando la santidad, la propia y la de la Iglesia… Total que escribo cuando puedo y gracias.

Oye, que mis enemigos encantados, que a la que llevo tiempo sin decir nada ya murmuran en corrillos suponiendo y deseándome lo peor de lo peor. Lo siento queridos, aquí estoy con el vitriolo en la mano y el humor incólume, como siempre. Por cierto, ¿Cómo os gotea hoy el colmillo? Si es que como la mayoría usáis ya las prótesis comentadas en escritos anteriores… pues eso, que no sé exactamente cómo os funciona la dentadura removible para inocular vuestras ponzoñas jjejej, majos sois, ¡coñes!

El otro día, en cumplimiento de una de mis funciones que incluye la cocina, fui a comprar para la cena. No tenía mucho tiempo y decidí unas salchichas con pimientos de Padrón, nada, un poco de sartén y marchando.

Estaban ahí, lo juro, rosaditas en modo tal que jamás ave alguna tuvo ese color. Sobre ellas la etiqueta del producto “Salchichas de Pollo” y, por supuesto, el precio.

  Será por mi vena cocinillas o será porque me hago mayor y cascarrabias, pedí a la charcutera si no tenía de las de siempre, de las de cerdo. Amablemente me contestó que no las trae porque no se venden, que todo quisqui las quiere de pollo, que si el colesterol, que si los musulmanes, que si la comida sana y no sé qué puñetas más. La miré con rostro entre cachondo e inquisitivo y formulé la pregunta que jamás debe ser pronunciada ante quien vende… ¿están buenas?

Sí, claro querido. Bajó la mirada, palabrita del niño Jesús, y como quien busca algo distraídamente me respondió con esa boca chica que ponen los pequeñines cuando son sorprendidos en alguna travesura. Vale, no tenía demasiado tiempo. Venga Concha, ponme tantas. Me las pone y adiós, a celebrar la Misa, y a preparar la cena se ha dicho, no hijo, no me aburro.

 

Nada extraño al freírlas, ya a punto de llevármela a la boca suena una de esas llamadas impertinente que te joroban la cena. La llamada se prolongó como una media hora, al regresar a la cocina descubro en nuestro novicio Antonio María una mirada de esas que pueden ser interpretadas como simple diversión o cachondeo mayúsculo disimulado tras una apariencia angelical. Vale, no estoy para demasiada apreciación, me la llevo a la boca y aquello aparece en todo su esplendor. ¡La madre que la parió!

Dura, seca, extraña, de textura singularmente desagradable… en otros tiempos, los de la escasez vivida por mis padres en su juventud, se vendían en la España de la posguerra un montón de sucedáneos. Así, los había de cacao, café, tabaco de pota, o bebidas espirituosas de dudosa calidad. Todo sucedáneo, todo postizo, todo malo.

  No hace mucho nuestro estudiante Andreu trajo al convento a unos amigos, nada especial, compartir la consabida paella y unas risas. Entre los invitados una moza de muy buen ver, extranjera y rubia, alta y estilizada ella, una belleza. El problemilla es que la susodicha es vegana, e incluso más, crudivegana para más señas. Ya sirviendo el arroz nos informó solemnemente que ella jamás tomaría parte en la muerte de animalillos para ser comidos. Allá que vamos, acabáramos reina, le pusimos el único tomate que me quedaba y yo reprimí las coñas porque a punto estuve de chotearme a lo bestia de la valquiria.  Fui bueno, lo juro, era una invitada y era la primera vez que venía, tampoco era cuestión de que se le atragantase el pan con aceite. Me costó pero me comporté, suerte que el cráneo no es trasparente, jej.

Si a las salchichas y la valquiria añadimos lo recientemente publicado por la OMS sobre carnes procesadas o rojas la cosa es ya de frenopático. Supongo que a rebufo de lo ya publicado, leí también algo sobre la necesidad de alimentarnos como nuestros abuelos, cocciones lentas, mucha legumbre cocida a la antigua usanza porque las de bote no valen, mucha verdura sin pesticida y mucha agua… ¡manda huevos!

Lo de los crudiveganos y lo de la OMS tiene mucho que ver con un mundo especialmente rico y gilipollas. Sí hombre, repito que la OMS responde especialmente a las cuestiones alimentarias del mundo rico. Que sí tío, que la Organización Mundial de la Salud será todo lo mundial que quieras, pero las hamburguesas y los chorizos no los comen precisamente en el Serengueti ¡coñes!

O sea que sí, que las recomendaciones aparecen hechas a un mundo tan gordo como imbécil. Los crudiveganos se presentan a sí mismos como custodios de no sé qué historias, en la omnisciente wiquipedia la definición aparece tal que así: 

El Crudiveganismo es una filosofía de vida que se basa en la alimentación cruda y en una conciencia global de las relaciones entre todos los seres vivos, que involucra a los seres humanos como parte de la existencia total y que propone que para conseguir y mantener el mundo saludable lo mejor es el consumo de alimentos crudos…

Nada tío, no te preocupes que yo tampoco entiendo nada. Bueno algo sí. La definición me parece tan gilipollas como la filosofía que pretende defender. Una total cagarruta de ricos que no quieren comer animalitos, lujo de calidad porque están bien cebados en todas sus necesidades. Ya rezaba algo parecido el refranero cuando sentenciaba: Bien predica el ayunar quien acaba de almorzar. El rico puede permitirse ser crudivegano, el pobre no.

Sobre los chorizos, las carnes rojas o las legumbres de la abuela ya ni te cuento. La realidad es que en la medida que desacralizamos lo sacro sacralizamos las tonterías, de verdad que todo este rollo del vegetarianismo extremo me parece una sandez inmensa en la exacta medida que ellos mismos lo consideran como una doctrina o religión. Queridos, a mí me salva Cristo en la Cruz, no la col de Bruselas por muy cruda que me la coma.

 

Ya imagino a uno de esos conversos en la hora de su muerte rezar algo parecido a esto:

 ¡Oh Gran Col que todo lo riges!

 Escucha la plegaria de quien jamás mató un animalito para comer,

 Muéstrame el paraíso repleto de lechugas

 Consuélame con tus tomates

 Y permite, Oh Col adorada, 

 Sentarme un día en el festín de los olorosos nabicoles… 

 ¡Glorioso el tema! Qué muerte más ecológica, coñes jjejej.

La cosa es que hace unos días en Porreres hemos tenido un bautizo laico, así, como lo oyes. No se trata solamente de apuntar al crío en el registro, no hijo ¡qué antiguo! Se trata de hacer además una fiesta laica pero tomando el nombre de lo religioso. Ay, Dios, y yo venga relacionar todo eso con las salchichas de pollo, las albóndigas de tofu, los bistecs vegetarianos de pasta de setas con berenjena, o el jamón de zanahoria hervida… ¡La leche que les dieron!

Aclaremos queridos que a mí el vegetarianismo, pues, oye, que ni bien ni mal. Lo de los crudiveganos gilipollez de ricos, pero lo de las albóndigas de tofu o las pseudo carnes vegetarianas se me antoja demasiado parecido a lo del bautizo laico.

Y es que la cosa está clara, nadie te obliga a bautizar. En ejercicio de tu libertad impondrás a tu hijo tu ideología, ojito querido, le impones la cosa tanto si lo bautizas como si no. Que parece que aquí los únicos que imponen son los padres creyentes, no querido, los ateíllos también imponen que te cagas. Vale, allá unos y otros con su cantinela: Yo derramando parabienes en nombre de Dios sobre el bautizando, ellos supongo que invocando alguna cosilla que les ponga contentos, qué sé yo, invocando la laicidad de Bakunin o la del norcoreano  Kim  Jong-un quien, por cierto, no creo que sea vegetariano.

Lo que no parece de recibo es mezclar las churras con las merinas: un bautizo es eso, un acto religioso presente en cualquier religión, en todo lugar geográfico y en cualquier cultura y momento de la historia. La inscripción en el registro es la parte laica, es el reconocimiento civil de esa criatura y su inscripción en el libro de familia, ni más ni menos.

Llamar bautizo a esa inscripción, aunque sea vistiéndola con algunas palabrillas, supone una tontería semejante  a que un cura se ponga a dirigir el tráfico. Vestir ese registro con algún tipo de ceremonia civil me parece bien, oye, allá cada uno con sus manías, pero coño, que inventen un nombre y no hagan un trasvase nominal prescindiendo del contenido.

 

Ay, estamos en un momento de nuevos sucedáneos, buscamos lo auténtico en la culturilla, en las tradiciones, en el folklore… pero a la que nos percatamos que la viga que sujeta todo el constructo es la religión… entonces renegamos de ella y nos quedamos sólo con la apariencia, con la cáscara, con la piel. Estamos muy tontos.

Y al chiquillo, pues nada, que le deseo lo mejor, bautizado por la iglesia lo hubiéramos proclamado: Sacerdote, Profeta y Rey para la vida eterna. Así con el bautizo civil… pues oye, que no sé lo que será.  Definitivamente hay demasiada salchicha de pollo.