En las postrimerías del curso 2015/16 nos llega, a los “profes” de religión y a la comunidad docente en general, la “maravillosa” noticia que, de cara al próximo curso, veremos recortadas las horas de clase de Religión Católica en primaria, secundaria y bachillerato; olé ahí, ¡con dos cojones!

Parece que el urdidor de esta novedad es un tal Sr. Jaume March al que no conozco ni en foto, aunque sé que la mala leche contra la Iglesia le asoma en forma de pilosidades en las orejas; aplaudido, además, por el Conseller de turno, Martí March (mariachi de quien manda y con criterio más que dudoso), que viene a formar parte de eso que llamaron pacto de progreso otrora, y ahora… pues oye, como te dé la gana bautizarlo.

Argumentan, supongo, que la clase de religión tiene el mismo futuro que un mecánico de radio cassettes: poca demanda y un largo etcétera de descalificaciones hacia esa asignatura ciertamente devaluada, en la que, los docentes que la impartimos figuramos, en sus obtusas mentes, como la representación palmaria de los males del universo y galaxias adyacentes ¡hay que ser memos!

Así pues unos cuarenta docentes se irán a la puñetera calle por su magnanimidad y buen hacer, pasando así a engrosar las listas del paro y a contribuir a un engorde nada despreciable de cultura tirada a la alcantarilla. Parece que en España (perdón por haber dicho España) somos especialistas en eso. Las universidades fabrican licenciados que a la postre pueden ser molidos para convertirlos en pienso para cánidos. No hijo, no encontrarán trabajo, su cultura les puede suponer incluso puntos negativos en el currículum, y habrán experimentado, en carne propia, que en esta tierra nuestra, vale más ser un poco tonto y tener curro de reponedor, que leído en paro.

No voy a escribir defendiendo la asignatura de religión, total ya me sé la cantinela de la educación laica y toda la monserga de los pseudoprogres que, negando la trascendencia, niegan una parte importantísima de la persona. No la voy a defender porque está visto que los estudiosos y amantes de la cultura (no solamente cultura religiosa) están abocados al fracaso y a la frustración. “Seamos tontos y viviremos mejor”, ese es el verdadero postulado de la imposición laicista, el eslogan que mejor la define. Otro oportuno sería: ¡Cuanto más cortito, más feliz! Elige el que te pete.

Venimos de una historia que no podemos cambiar si no es actuando como los del estado islámico en Palmira, (el Sr. Jaume March aparece como un perfecto conocedor de la estrategia). Sin embargo, D. Jaume, reconozca que sería necesaria mucha dinamita para volar los campanarios e iglesias que conforman la huella del Cristianismo en nuestros pueblos y ciudades. No dinamitará Vuecencia los campanarios porque no hay huevos, pero vaya, en su afán de redentor laicista, va socavando lentamente, y en la exacta medida de su mala leche sus cimientos, actuando además más alegre que unas maracas. ¡Tiene usted una gracia D. Jaume! Cuarenta familias están recogiendo firmas para su proclamación como beato de la Orden de san Bakunin. Entusiasmados están, oiga usted.

La negrura de algunas páginas de la historia del cristianismo resulta innegable, tanto como que sin él no seríamos como somos, y añado, seríamos mucho peores. No, querido D. Jaume, no se sorprenda, los estados que tradicionalmente han perseguido el hecho religioso, como usted lo hace, no son precisamente la Arcadia feliz. ¿Hablamos de la Rusia comunista? ¿Prefiere la Alemania Nazi? ¿Nos fijamos en la cara de olla con orejas de Kim Yong-un al que usted supongo que idolatra? ¿Viajamos a Cuba?… Hay para elegir querido señor, y ya le informo gustosamente que los estados sin Dios son una porquería, y las personas sin esperanza ni trascendencia, un rebaño sin criterio moral y peligrosamente manipulable, ¿pretende usted eso D. Jaume?

Sustituir a Dios por ideologías como la suya tiene lo que tiene, y de habitual mucha, demasiada miseria.

Concluyamos pues que su pretensión parece la del aborregamiento de las masas. Esto no es nuevo, funciona desde que un grupillo de cabrones pretendió, ya en tribus primitivas, manipular al adocenado resto de la población. Cierto, a veces eran los brujos o sacerdotes, pero no siempre ni de mucho querido. Historia es esta muy vieja y sabida. Nihil novi sub sole.

La otra parte es la que es. Me refiero a la parte trascendente de la persona que los modernísimos soplagaitas, con coleta o sin ella, pretenden ignorar e incluso negar. Seamos serios caramba, cuando uno no puede desarrollar la espiritualidad innata de forma amplia y vertebrada; cuando no puede alimentar su ética ni su moral en principios divinos, entonces sucede un fenómeno curioso, el de la pulverización del Absoluto, hasta convertirlo en micro y pseudo religiones, habitualmente alienantes, algunas veces peligrosas, en la mayoría de ocasiones totalmente tontas e inútiles.

Allá que vamos con las filosofías orientales, un pelín más para allá pillamos a los crudiveganos con su filosofía de pacotilla elevando la lechuga sobre su altar particular e ignorando voluntariamente todo lo que no les coincida con el espíritu del brócoli crudité y su paz interior. Todavía en el rincón hallamos las sectas de nueva planta o los traspasos, nada despreciables y peligrosísimos, a las facciones más violentas del Islam.

Con respecto a las sectas o sectillas no quiero dejar de mencionar un detalle. Por curiosidad entrad, si tenéis paciencia y un pelín de inquietud, en “imágenes bíblicas”, el contraste es del carajo. Junto a obras inmortales del arte Católico y universal, aparecen laminillas con dibujillos para imbéciles. Esa es la medida de la secta, la ajustada mirada sobre su mediocridad. Lo de las Atalayas y adláteres cenicientos ya ni lo comento, me recuerdan a los tebeos de Roberto Alcázar y Pedrín, con perdón de los segundos, claro está. Son estampitas bobas, una auténtica porquería que triunfa en la medida que negamos una respuesta profunda a la intensidad de la pregunta sobre Dios.

Hemos espantado al pueblo santo de Dios en el preciso instante en que el culto, en muchas iglesias, ha sido sustituido por una absoluta mediocridad celebrativa. Misas en las que se explica todo sin dejar lugar al Misterio; se hacen cinco o seis homilías bobaliconas y pelmas en momentos inadecuados; ritos absurdos en los que la liturgia no tiene importancia porque de lo que se trata es de hacer el gilipollas sobre el presbiterio sin ningún respeto por lo sagrado ni conciencia de estar celebrando el memorial de la pasión muerte y resurrección del Señor. Allá que vamos con la modernidad por montera y el espíritu del Concilio por bandera. Pues hijo, del canto gregoriano al “Pescador de hombres” hemos perdido mucho, pero que mucho. Tanto que al final también lo nuestro se parece a la Atalaya por pura cutrez. No es extraño por tanto que se nos hayan vaciado las iglesias. De eso tenemos la culpa nosotros, no D. Jaume. Si no damos respuesta seria a la espiritualidad del hombre, pues, oye… simplemente la buscan en otro lado. Y ya te digo querido que ni la guitarra ni la batería, ni el Gay Men’sChorus cantando sobre un presbiterio contribuyen en nada a la búsqueda seria de Dios. Claramente la entorpecen y estorban.

La finiquitación de la asignatura de religión católica se inició hace años cuando, por narices o gónadas, se decidió que la asignatura no computara en la media de calificación, se la convirtió en una optativa a la que se podía ir o no, eso durante muchísimos años en los que la alternativa a la religión consistía fundamentalmente en sacarse los mocos y comérselos mientras el profesor alternativo leía el periódico. Ahí empezó el desastre sin que apenas se escuchara queja alguna ni siquiera episcopal. Evidente que, al son de esos compases también reconozco una pésima impartición de la materia. Os ilustro con un ejemplo que me parece iluminador:

A mitad de este pasado curso, un alumno llegado de otro instituto de la isla, y matriculado en tercero de ESO se apuntó a mis clases. Con intención de evaluar su conocimiento le propuse completar el siguiente acertijo:

* Intenta complementar el nombre que te diré con lo que sepas… ¿lo has entendido?

* Respuesta afirmativa

* Muy bien, si yo te digo: Adán y… ¿Qué dirás tú?

* Respuesta del alumno – no sé profe, creo que ahí no llegamos-

Nada tío, el gachó, solo llevaba a las espaldas clases de religión durante ocho años, natural, no dio tiempo a llegar al segundo capítulo del Génesis. Todo normal, si es que vamos estresaditos ¡joder!

Resulta evidente que, ante la falta de alternativa seria a la religión católica, muchos docentes optaron por el desencanto y se zambulleron en las peligrosas aguas de la idiotez imperante. Allá que llegaban con sus fotocopias de mandalas, con sus frases hechas tipo “Jesús me ama” para colorear y otras zarandajas, esquivando y ahorrando al alumno cualquier tipo de esfuerzo, y privándolo, por indolencia, del más mínimo substrato cultural religioso. En eso deberíamos ser autocríticos.

La relativización de la asignatura, cuando no de ridiculización directa, llega a extremos delirantes en los corrillos y salas de guardia de los institutos donde he trabajado. Gran parte de los claustros miran al profesor de religión como alguien que puede caer mejor o peor, pero que desde luego no está a su altura. Con facilidad creen que adoctrinamos, y confunden, a menudo intencionadamente, la clase de Religión Católica con una catequesis parroquial. Alguno de ellos, de buen rollito aparente y un fondo de mala leche impresionante, me espetó:

* El otro día vi a un cura con eso que llevan… esa bufanda…

* Le respondí que lo que él llamaba bufanda tiene nombre propio, se llama estola, y aproveché para informarle de que el conocimiento religioso es tan conocimiento como cualquier otro. Sonrió con la indulgencia del que trata con un imbécil y cambió de tema.

Bueno, no nos alteremos, esperemos a ver qué pasa con la asignatura de Religión Católica y deseemos también una profunda revisión del culto.

De hecho, ya lo veis, sin culto ni cultura permanecemos en la más negra de las ignorancias… de ahí debe derivar la palabra “incultura” ¿verdad? Pues eso, tíos, que andamos finos. Saludos D. Jaume.